Mi mamá me honró con su presencia para celebrar que tres décadas atrás había parido tres veces: a mí, a la placenta, y a lo otro.
Después de dejar las maletas, lo primero que hizo fue decir, muy a su manera, un ahhhh wie schön! cuando vio que la terraza daba al Pupuke y, más allá, al mar.
Caminamos a un lugar de comida tailandesa para que se le reestableciera el sistema vascular.
Me puso al tanto de las peripecias de su viaje, porque veintipico de horas eran una tortura para alguien de su edad (tenía cuarenta y ocho-yendo-a-los-nueve, pero estaba siendo dramática a propósito para sacarme un par de risas), y del proyecto de agua potable que estaban haciendo en su trabajo. Después me hizo toda clase de preguntas sobre las últimas semanas en las que no habíamos podido hablar por cosas que se nos habían salido de las manos.
Ya estábamos terminando cuando me preguntó por Bea.
–¿Sabés qué tal está?
Le dije que no había hablado mucho con ella desde que había estado allá el año anterior, y que, con tanto trabajo, no le había podido seguir mucho la pista; apenas habíamos logrado platicar un poco para nuestros cumpleaños.
–¿Por qué? ¿Qué sabés vos?
–Te preguntaba porque, pues, por lo de la Cuti.
La interrogué hasta que todo tuvo sentido y al final le reclamé por no habérmelo dicho en cuanto había pasado.
–Ala, pero es que no había nada que pudieras hacer –me dijo–. Nadie podía hacer nada por la Cuti, tampoco por la Bea, pues.
–Es que no se trata de eso –le contesté enojada y encendí un cigarro.
–¿Y de qué sí se trata, pues? –me miró confundida.
En lo que subíamos a la azotea del edificio para ver el atardecer (a ella le gustaban esas cosas), le expliqué de qué iba todo.
–No sabía –me dijo, robándome un cigarro–. Nunca dijiste nada.
–¿Y qué te iba a decir? –me reí incómoda–. A vos se te acababa de morir tu mamá. La ausencia de una amiguita mía era totalmente irrelevante.
–Böh! Jeder trauert anders –me regañó–. A mí se me murió mi mamá, pero a vos se te murió tu abuela, y los dos lutos son válidos.
Me arrepentí de que mi yo del pasado le había confiado sentimientos tan nobles y vulnerables al Coronel y no a la mujer que siempre me había servido de norte.
–¿Y qué le digo?
–Lo que te hubiera gustado que te dijeran a vos –se encogió de hombros.
–Pero Bea ya no es una nena.
–Todos somos nenes cuando alguien se nos muere.
Escribí muchas cosas. Cosas que borré. Que borré dos veces. Dos veces, tres veces. Quince veces.
–No sé qué decirle –suspiré frustrada en lo que jugaba con la medalla de San Antonio–, porque yo no necesitaba un pésame o un montón de anécdotas sobre lo buena persona que había sido la Oma.
–Hablale desde ese corazón roto del que es difícil reponerse –sonrió mi mamá y siguió viendo el atardecer.
"Bea me entere d lo d la Cuti", "Q mierda d veras", "Con el tiempo se siente menos caca".
–Estoy segura de que ahí te faltó una coma o algo –dijo después de leer los mensajes–. Y es crudo, pero al menos es sincero.
En lo que mi mamá reflexionaba sobre las cantidades astronómicas de dinero que había invertido en mi educación (como para que yo no supiera en donde iban las comas), agregué un "Estoy para lo q necesites" porque no pude hacer las paces con que mi intento de pésame terminara en materia fecal. Además, eso que le había dicho no era mentira.
–¿Vos creés que tengo las prioridades vueltas mierda? –le pregunté a mi mamá después de un rato.
–Depende de cuáles sean.
–Mis amistades no sé si están ahí.
–Amigos no son necesariamente los que te rondan toda la vida, sino los que están ahí para vos aun sin hablar todos los días o sin saber cuáles son tus colores favoritos –se rio.
Me pregunté si Bea y yo éramos, pese a todo, amigas.
–Mirá, vos y yo podemos pasar días, y quizás semanas, sin hablar para nada... pero eso no significa que no nos importemos –me dijo, pasándome el brazo por los hombros.
–Pero vos no sos mi amiga, sino mi mamá.
–Con mayor razón –se rio y apagó el cigarro.
Bueno, al menos yo sabía que el color favorito de Bea era el morado.
A las semanas, cuando revisé la conversación, vi que mis mensajes se habían señalado con dos chequecitos azules.
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Huevos Tibios
Romance"Huevos Tibios" es la historia de una amistad de toda la vida entre dos mujeres cuyas vidas se cruzan y se separan por mano ajena en los momentos más esperados. La narradora, cuyo nombre nunca se da a conocer, reconstruye, a través de episodios dulc...