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Me presenté a las nueve en punto en la oficina de Kubicki, preparada mentalmente para oír cualquier pendejada que hubiera planeado para tocarme todas las fibras maleables, o bien, para las que se inventara sobre la marcha.

Pasados quince minutos de espera, me acerqué al escritorio de la asistente para preguntarle qué putas y me dijo, en el mismo modo cerote que le había aprendido al jefe, que solo debía tener paciencia y esperar a que el Doktor Kubicki llegara del desayuno del concejo corporativo.

El muy hijueputa fue apareciendo a las diez y media.

No dije nada porque sabía que lo había hecho a propósito, como para dejarme muy claro que él tenía más poder que yo en el changarro y que, por tanto, podía hacer conmigo lo que le daba la puta gana.

Me hizo pasar hasta las once.

Como estrategia terrorista, sacó una carpeta que dijo ser mi expediente completo.

Me acuerdo de que lo único que pensé fue que era un desperdicio de papel y que era por dinosaurios cuadrados como él que la burocracia seguía gozando de altos niveles de absurdidad.

Se dedicó a pasar hoja tras hoja, deteniéndose solo para leer en voz alta algunos datos irrelevantes como mi fecha de nacimiento, mis estudios universitarios, mis puestos de trabajo anteriores a DPAD-GEL, mi altura, mi peso, que estaba catalogada como ledig (soltera) y atheistisch (atea).

Sind Sie wirklich atheistisch oder haben Sie darüber gelogen, um keine Kirchensteuer zu zahlen?

Más allá de que se me hacía bastante hijueputa de que no dependieran de la voluntad de los fans (feligreses, pues), sino que había un impuesto eclesiástico que de alguna manera permitía que existieran tipos como Tebartz-van Elst, yo pagaba todos mis impuestos, por lo que no tenía ni la gana ni la necesidad de mentirle al Estado.

Ich glaube nicht an Gott –respondí a secas–. So einfach ist es.

Woran glauben Sie, Frau Falkenstein?

La pregunta, que solo podía responderse con una verdad, se me hizo demasiado íntima.

Warum ist das relevant? –me defendí.

Sie haben Recht: es ist nicht relevant.

Se quedó callado, leyendo solo sabía él qué de mi expediente.

Con el tiempo he llegado a pensar que no tenía nada sino hojas en blanco, o bien, algún recorte de periódico o una tira cómica; sí, parecía ser del tipo de persona al que le gustaba "Nick Knatterton".

Al rato, me dijo que había gente que me estaba considerando para un ascenso; sin embargo, yo debía estar consciente de que, a raíz de que tenía una PPN, no podía optar por ningún proceso que implicara un aumento salarial o un cambio de puesto, fuera este una promoción o una movida lateral.

Selbstverständlich –me encogí de hombros.

Me preguntó a qué se debía mi indiferencia: ¿acaso no tomaba en serio la PPN o no tenía ambición suficiente como para querer luchar por un puesto?

Werden Sie das PPN aufheben?

Natürlich nicht –se rio, plagando el espacio con su aliento olor a Sauerkraut con cerveza.

Entonces, si no estaba dispuesto a anular la sanción, ¿para qué putas preguntaba, pues?

Sí, obvio: para hacer énfasis en que me tenía del culo.

Con todo el descaro del mundo, sacó la edición semanal de Zuerst! (revista de extrema derecha) y la abrió en la primera página.

Miré la hora. Respiré hondo.

Huevos TibiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora