Bea me estaba hablando sucio con el descaro de alguien que puede hacerlo sin que nadie alrededor se entere de lo que está diciendo.
Yo solo me reía, y, aunque sabía que tenía los cachetes rojos por eso, quise pretender que era por el frío.
De repente, antes de que pudiera reaccionar (porque lo vi venir), un cuate altísimo-altísimo, como de dos metros, abrazó a Bea por la cintura y la levantó del suelo a medida que, con la voz más grave que jamás había oído, le gritó:
–¡BE-AH!
–¡Soltame, hijueputa! –se rio ella, pegándole al cuate en los brazos.
–Ya, vos, se te va a encachimbar –se posó una mano de uñas blancas en el hombro del altote.
Él, riéndose todavía, la devolvió al suelo con delicadeza y la abrazó con fuerzas en lo que le hacía saber que le daba demasiado gusto verla después de tanto tiempo. Ella la abrazó después, así, mecidito y frotándole la espalda, diciéndole lo mismo que su hermano.
Casi me cago, no sé si literal o figuradamente, cuando me presentó como su novia. Ahí me di cuenta de dos cosas: que nunca lo habíamos hecho oficial, algo que no sabía si era algo que todavía se hacía, y que era la primera vez que oía que esa palabra salía de su boca para referirse a mí frente a alguien más (en mi presencia).
Hasta entonces se me hizo algo real.
–Yo de vos sí me acuerdo –me dijo Teti–, de cuando Calde te hizo contar el chiste del Quark –se rio y me abrazó con todo y beso en el cachete–. Hace años ya.
–Bueno, yo a vos no te conocía, pero qué bueno que ya, ¿va-áh? –me abrazó Robert–. ¿Cómo se ha portado la Bea? Mirá que en la familia siempre dicen que uno va con todo y nalgas, pues.
No estaba yo para darme el lujo de pensar en las nalgas de Bea, no después de lo que me había estado diciendo antes de que llegaran ellos.
Agradecí el hecho deque el abrigo fuera lo suficientemente largo como para que se las tapara.
Al ver la hora, le dije a Bea que la iba a dejar sola un rato con ellos para que platicaran cómoda y libremente y llamé a mi mamá.
La pesqué justo cuando iba saliendo para San Marcos La Laguna. Se iba a uno de esos retiros que tan bien le caían: silencio, comida de "obtención consciente", vistas envidiables del Lago de Atitlán, descanso, y actividades de sanación espiritual que iban desde la meditación y el yoga hasta sesiones en la cámara de aislamiento sensorial e inmersión musical. Pero esas cosas eran para los que estaban al borde de una crisis. Lo más probable, me dijo, es que se la iba a pasar tirada en una de las hamacas frente al lago, entre durmiendo y leyendo un libro que había pescado en Sophos.
Antes de colgar, porque ya había llegado a la Shell de Sumpango y a partir de ahí la señal se ponía toda chafa, me dijo que estaría de regreso el 27 porque se iba a ir con Juanjo a Tulemar.
Siendo incapaz de pararme de la cama, me quedé mirando por la ventana. Estaba nevando. A lo lejos, oí que ellos se reían. Me acuerdo de que lo último que pensé, antes de quedarme bien cuajada, es que Bea estaba feliz; que era feliz. Y yo con eso tenía más que suficiente.
Medio me desperté cuando sentí que Bea me puso una frazada encima.
Me acuerdo de que abrí los ojos de golpe, asustada, con esa hijueputa sensación de haber ignorado la alarma o de haber pedido cinco minutos más que se habían hecho treinta, de tener que bañarme con agua helada porque ya no había tiempo para esperar a que cayera caliente, de tener que ir a descolgar el uniforme de detrás de la refri, de que mi mamá ya me estaba esperando con el cassette de "Donde Jugarán Las Niñas" en el 323 rojo que teníamos, de que iba a clase con la Señorita Mijares y a oír cómo el culo de César tronaba con cada paso que daba por el pañal de todos los días.
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Huevos Tibios
Romance"Huevos Tibios" es la historia de una amistad de toda la vida entre dos mujeres cuyas vidas se cruzan y se separan por mano ajena en los momentos más esperados. La narradora, cuyo nombre nunca se da a conocer, reconstruye, a través de episodios dulc...