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En septiembre, el apartamento de a la par se desocupó.

Le dije a Lars.

Lars le dijo a Coline.

En menos de dos semanas, se convirtieron en mis vecinos.

Me imagino quepercibieron que sufría demasiado en soledad (que no era cierto porque megustaba estar sola), solo yendo y viniendo del trabajo a la casa o de la casaal REWE o al gimnasio porque comenzaron por dejarme comida que, según ellos, habíancalculado mal y no querían que se echara a perder. Después se superaron y me empezarona invitar a cenar uno que otro día a la semana; y, al final, ya hasta meinsistían para que saliera con ellos. Yo más bien creo que Lars necesitaba unalero para tragarse a la Norbertine [N], a la Bonita [B] y a la Karen [K] (especialmentea la Karen porque le rendía buen homenaje al nombre), las amigas de Coline.


Una noche, después de haber alcanzado mi límite en cuanto a las pendejadas que salían de las bocas de NBK, regresé a mi apartamento a esperar a que Bea llegara a Opañal.

Decidí ponerme al día con los más de cinco mil mensajes que se habían acumulado en el grupo del colegio al que me habían agregado en la fiesta del papá de Maxi.

La dinámica era, en principio, bastante clara y delimitada porque se supone que el grupo servía para informar sobre los más recientes eventos en las vidas de todos y, aunque no estaba la generación completa, los que no estaban no hacían falta; algunos, como César, salían sobrando.

Así, por ejemplo, me enteré de que Bischoffshausen había dejado todo para convertirse en jugador profesional y twitchero de una mierda que se llamaba Apex; que Kerstin estaba por tercera vez embarazada; que Fernández trabajaba en un restaurante con una estrella Michelin; que Hannes todos los meses mandaba el catálogo de Betterware; que el Pocho Kuhn se había vuelto mierda esquiando, pero que estaba bien; que Lucía Schneider iba a llamar Fermina a su tercera hija (porque llevaba años enamorada del personaje de la novela de García Márquez [claramente ella y yo no habíamos leído el mismo libro]); que Cabrera se acababa de certificar en algo así como que entrenador personal y nutricionista (no entendí muy bien, pero él te iba a hacer rebajar y a hacerte la vida miserable).

Pero, de repente, como un tsunami de hormonas y de locuras astrológicas, los que no estaban casados, se estaban comprometiendo. Y, entonces, ya no era solo de informar, sino también de emitir felicitaciones y comentarios y preguntas de rigor, algo que dejaba ver lo mierda que podíamos llegar a ser.

Fritz se había comprometido con la nena del pelo azul, que ahora era morado.

La Melania, que aun a pesar de los años siempre iba a estar del lado de la Clovis, se rebuscó para hacerle pasar un mal rato al cuate. Exigió ver el anillo.

Cuando él le contestó que no le había dado nada material, sino un poema del Graf von Bahrdorn, ella le dijo que a las palabras se las llevaba el viento y que las mujeres, fueran del "corte" que fueran, siempre iban a querer un anillo. Lucía Schneider, con el sistema endocrino alterado por el embarazo, opinó que había sido un gesto muy romántico, uno que al menos a ella le hubiera gustado recibir, pero el Gallo no tenía talento para eso (o para nada en general... bueno, quizá solo para pegarle tres nenas).

A los días, la Clovis había mandado una foto que, en primer plano, mostraba su mano con el enorme anillo que le había dado el señor al que besaba en el segundo plano.

Me pareció una jugada bastante patética para la edad que teníamos.

Hubo comentarios sobre la cualidad del sugar que César reconoció como el hermano menor de su jefe, el patriarca de los Acevedo. La Melania puso "¡Ese si q es un compromiso de vdd!" o algo así, y Pablo Gay (que se pronuncia Gué) dijo que le daba miedo el poder de la "cuca" de la Clovis, de manera que:

Huevos TibiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora