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Estaba de mal humor.

Había tenido un domingo lleno de cólicos, y el hecho de que Bea se hubiera ido a Köln, porque al día siguiente reanudaba sus clases de la maestría, tampoco había ayudado.

Cuando llegué al trabajo y vi que mi oficina estaba vacía, no supe si me habían echado sin avisarme o si debía putear a alguien por hacerme una broma demasiado pesada en un día tan mierda.

El chucho se puso a oler la alfombra, el lugar donde usualmente se echaba a mis pies y la esquina donde le ponía el bebedero. Al confirmar que todo había en efecto desaparecido, me miró confundido.

Tina me encontró deteniéndome el vientre.

¿Nadie me había dicho?

Habían mandado un correo el jueves, notificando que, debido a que iba a tener un asistente, el espacio que ocupaba no era adecuado (lo suficientemente grande), por lo que iban a mover todo.

Tina, al revisar el correo y ver que nadie me había copiado en él, se puso a reír.

Ah. No, pues, qué chistoso.


Habían convertido la sala 1917 en una C-Suite a la que le habían restado la sensación de inaccesibilidad corporativa al situarla justo en medio del piso de operaciones, es decir, me ponía justo al centro de toda actividad, de manera que todo integrante de SCE, de cualquier división, podía acudir a mí con mayor facilidad y rapidez para consultar sobre algún caso en particular, obtener una autorización, o para pelarse a alguien.

Eso me gustó. La ubicación de la oficina, quiero decir.

Lo que no me gustó fue el hecho de que eso mismo venía con una vista amplia del río. Por tonto que parezca, habría preferido seguir bajo la atmósfera sintética, como de casino, para concentrarme en el trabajo sin pasar muy al pendiente del paso del tiempo que venía sí o sí con la luz natural del día: psicológicamente hablando, los días de invierno se me iban a hacer cortos, aunque eternos; los de verano, largos y doblemente eternos.

Me sacó de mis propios pensamientos al decirme que, entre una cosa y otra, como todo había sido un poco "confuso" debido a la abrupta salida de Breki y al hecho de que mi contrato tenía apenas algunos días de haberse firmado, HR no había podido seguir la tradición al pie de la letra de regalarle algo a toda aquella persona que era ascendida a la categoría de Top 120 Exec.

Quería que escogiera entre una cosa que parecía ser el producto de un reloj de arena con una lámpara de lava y una fuente con un bonsái y un Buddah. Prefería ninguna de las dos, pero, para no quedar mal, me fui por la primera.

Me miró con cara de yo hubiera escogido la otra, pero lo mismo daba. Luego me acordó de que era el primer día del asistente y que iba a llegar a eso de las 10.00 porque alguien de Staffing le iba a dar la inducción.


Estaba en medio de una reunión con la gente de Orders, Materials, y Customer Relations cuando me cayó una notificación de LinkedIn.

Mi primer instinto fue ignorarla porque, por lo general, siempre se trataba de esos mensajes inspiracionales o estadísticas pendejas de las que nadie, por más que lo intentara, podía desuscribirse.

Pero, en lugar de informarme de que había no sé cuántos cientos de ofertas laborales en los alrededores o que tal cantidad de personas habían visitado mi perfil, una tal Maj Solbreck me había enviado un mensaje.

Debido a que en la previsualización del mensaje solo pude leer un saludo y una presentación medio mecánica, me metí a su perfil para saber si valía la pena meterme al mensaje o no.

Huevos TibiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora