Acabábamos de regresar de Köln, que nos habíamos reunido con Kornelia Petric para entregarle las llaves de Kamekestraße y recontratar sus servicios, cuando Engracia llamó a Bea para preguntarle si sabía que la semana anterior Beatriz había publicado un libro llamado Hilos invisibles de amor.
–Bea, o sea, en una semana se vendieron los diez mil ejemplares; es un hit –se rio–. Ya ninguna librería tiene en inventario.
Eso no significaba, por supuesto, que ella no tuviera una copia.
–Mi mamá me la prestó hace como dos noches –dijo–. Le dio uno a cada una de sus amigas.
¿Y?
–Bea, puta, mi mamá está que no la puede ver ni pintada ya.
–¿A mi mamá? –frunció Bea el entrecejo–. ¿No que se habían peleado, pues?
–Ya medio se habían contentado, pero con esto... Bea, tenés que leerlo. Y vos también, Flaca.
Bea respiró profundo.
–¿Dice algo de nosotras? –preguntó.
–Obvio.
–Entonces, mejor no, vos.
–No, Bea... esta mierda es otro nivel. Tenés que leerlo.
La insistencia de Engracia me despertó no sé si la curiosidad o el morbo; ¿qué mierda había escrito esta vez? ¿Qué mentiras? ¿Qué invenciones? ¿Qué? Porque verdades, en definitiva, no.
–Son no más de trescientas páginas.
Bueno, si ya había leído una buena parte de su blog, un par de páginas más no era para morirse. ¿O sí?
–Te lo mando hoy mismo si querés, y lo pago yo para que no te pese. Mirá, igual le dije a mi mamá que lo iba a quemar después de leerlo.
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Bea y yo habíamos regresado, en cierta medida, a aquellas prácticas de cuando todavía no vivíamos juntas, solo que sin el componente de tener que ponerle pausa a todo porque ella o yo teníamos que trabajar, o bien, regresarnos a otro país.
Supongo que es lo que habríamos hecho si nos hubiéramos ido a Guate, como los años anteriores, pero teníamos que solucionar la mudanza a Köln y hacer todo el papeleo correspondiente para el cambio de domicilio; no solo era irse y ya.
Por eso nos habíamos dedicado a exprimir el eterno verano, aunque sabíamos que duraría poco tiempo, y habíamos aprovechado para ver series y películas, disfrutar el poco tiempo que nos quedaba de piscina y jardín, salir a comer, ella hacer yoga y yo ir al gimnasio, ella leer y yo completar libros enteros de Sudoku, crucigramas o sopas de letras, y juntas sumirle los resortes a la misma cama (como ella decía).
Ese día, a media mañana, tenía los dedos de Bea entre las piernas cuando sonó el timbre. Si bien en un principio lo ignoramos, su alemanismo adquirido no la dejó continuar aunque insistiera. Me quedé intentando que las sensaciones no se me fueran porque, para mi desgracia, me había dejado justo en el límite.
Regresó con un embalaje de GEL en la mano.
–Por favor, seguí –dijo poniéndose roja y dejando caer el paquete al suelo para después quitarse la camisa.
No se echó a la par mía, como lo habría esperado para que continuara con lo que había interrumpido, sino que se hincó al borde de la cama y me jaló para mirarme más de cerca.
Una parte de mí odió que no me exigiera mirarla a los ojos o a ella en general, pero la otra parte, la más bestia quizá, se desquició al darse cuenta de cómo me miraba ella a mí; un hijueputa privilegio.
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Huevos Tibios
Romance"Huevos Tibios" es la historia de una amistad de toda la vida entre dos mujeres cuyas vidas se cruzan y se separan por mano ajena en los momentos más esperados. La narradora, cuyo nombre nunca se da a conocer, reconstruye, a través de episodios dulc...