Me acuerdo de la fecha porque los vieneses habían procurado alegrarse la vida con el abuso del rojo y el rosado por el día del cariño.
Hacía un frío súper hijo de la gran puta.
Esa tarde en específico, después de que había llovido toda la jornada, la ciudad se había sumido en un intento de resistencia a los -9°C; pero era imposible no putear y rezongar por el aura deprimente: "amanecía" a eso de las 8, el sol se asomaba unos minutos entre el cielo nublado y la lluvia, y oscurecía antes de las 16.
Mario y yo estábamos enseñándonos insultos no por un enojo infundado con el otro, sino porque el chofer había desaparecido. Aprendí el uso visceral de hijo de la verga. Me pareció bastante, no sé, revolucionario; una perspectiva diferente del mundo en donde nada tenía que ver el parto, sino el falo freudiano como el culpable de la mierdosidad de alguien.
El subgerente del centro de procesamiento del aeropuerto solo nos pudo ofrecer acercarnos a la terminal de llegadas para que pudiéramos tomar un taxi o un Uber; pero la mezcla de los tiempos de espera y las condiciones climáticas lo sacaban todo de proporción. ¿Quién putas iba a pagar 230€ por un viaje que costaba 86% menos? Bueno, había gente que obviamente estaba dispuesta a pagarlo. Y mientras la oferta generara demanda, pues nada. El caso lo teníamos perdido.
Nos metimos al REX7, agradeciendo que el encierro nos iba a quitar un poco el frío de los pies y las manos.
Ya para entonces, para Viena, Mario y yo habíamos cubierto cuatro ciudades; el nene le había agarrado la onda bastante rápido, quizá entre Bremen y Stuttgart, y, como ya le había enseñado cómo se hacían los informes de resultados, se había ofrecido a hacer el siguiente para que yo solo tuviera que revisarlo. Si tenía hambre, yo no lo iba a privar de sustento.
El tren se detuvo en Kaiserebersdorf.
Miré mi reloj.
Supongo que la desesperación se me notaba porque el nene me dijo que podía escoltarme al baño por si era eso lo que necesitaba.
–No, es que quedé de verme a las seis y media con Bea en Stephansplatz –le dije.
–¿No se llegaba hasta el siguiente?
Él sabía todo sobre el asunto porque un día me había cachado lidiando con Qantas porque no aceptaban el pago por la página web y me había preguntado no si quería que lo manejara por mí, sino si tenía tiempo para estar haciendo eso tan pedestre. Además, se había encargado de hacer las modificaciones en las múltiples reservaciones de hotel.
Algunos pensarán que esto había sido una falta de ética de mi parte. No, no lo de que el nene me sirviera en un sentido personal porque, tal y como él lo había citado, estaba en su descripción laboral (su única razón de ser era hacerme la vida más fácil en todos los sentidos), sino de que Bea se uniera a esa parte de la gira.
Y quizá sí, pero yo lo veía como algo que nada tenía que ver con los gastos de la empresa: los vuelos los había comprado por mi cuenta, reventándome aquel revergo de millas y puntos que me habían dado como parte del plan de beneficios y compensaciones cuando había asumido el cargo (pendeja no era); y las modificaciones en las reservaciones de hotel, de una a dos personas, solo habían implicado un gasto extra en una ciudad, que muy felizmente pagué.
–Verga, ¿se me olvidó bookearle vuelo y hotel para acá?
Después de reírme por la aplicación de la palabra verga, le expliqué que Bea había decidido adelantar su llegada a último momento.
–¿Eso significa noche libre? –preguntó con una sonrisa.
No es como que nos la pasábamos trabajando porque así de demandantes eran las auditorías, sino que, casi que por acuerdo implícito, nos habíamos dedicado a armar los informes mientras cenábamos para que no nos sacaran carrera después y pudiéramos dormir lo suficiente.
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Huevos Tibios
Romance"Huevos Tibios" es la historia de una amistad de toda la vida entre dos mujeres cuyas vidas se cruzan y se separan por mano ajena en los momentos más esperados. La narradora, cuyo nombre nunca se da a conocer, reconstruye, a través de episodios dulc...