Evalué mis opciones de transporte, incluso pagar más de 50€ por un Uber.
Daba lo mismo.
Llegué justo a tiempo a la estación de Museumsmeile y tomé el STR66 para bajarme en Siegburg y luego tomar el S19. El trayecto, de más o menos una hora, me dio tiempo suficiente para conversar con el abogado.
La suerte, esta vez de mi lado, me hizo encontrarme con una Scooter en Hansaring que acortó por mitad el tiempo hasta el auditorio de la Thomasius.
Entré justo cuando un nene estaba por terminar de presentar su propuesta sobre una especie de alternativa para el PPC en el marketing digital.
Aunque lo descuartizaron en la ronda de preguntas, al final del evento obtuvo tres entrevistas (o eso es lo que Bea luego me diría).
El lugar estaba tan lleno como el año anterior que habíamos ido a ver a Andries expresar todas sus obsesiones con el mundo maya; había quizá 250 o 300 personas.
Ubiqué a Martín y Paula Maldonado sentados a un costado.
Yo tomé uno asiento libre en una de las últimas filas del segmento del medio.
A media presentación de un nene que creía tener el remedio perfecto para la cancel culture, salí del auditorio en búsqueda del baño.
Afuera, un montón de gorgojos serviciales (posiblemente los de Bachelor que querían ganar puntos con algún profesor) estaban preparando unos carritos con unos aparatos con audífonos, de esos que daban en los museos o en los recorridos turísticos autónomos para que dieran información específica. Y allá, por donde estaba la entrada a la biblioteca, alcancé a ver a Bea repasando su presentación con unas tarjetas entre las manos.
Dudé si era prudente que me le acercara en momentos tan tensos y que requerían de toda la concentración del mundo.
Fue ella quien me miró.
–Viniste –me abrazó por la nuca con una sonrisa.
–Ja, Schatz, das werde ich immer tun.
La sostuve un ratito, enfocándome en el olor que se desprendía de su cuello.
–¿Nerviosa? –le pregunté muy bajito y casi arrepintiéndome.
–Solo por esas mierdas de ahí –señaló los carritos–. Por lo demás, me siento segura.
Le dije que estaba emocionada porque, a diferencia de la otra vez, yo no sabía nada de su presentación; no la había ensayado conmigo ni habíamos hablado mucho al respecto.
Me separé de ella, no sin antes decirle en dónde estaría sentada por si necesitaba establecer contacto visual con alguien conocido.
Le di un último beso y le dije que la vería después.
Es muy probable que la cague con algunos tecnicismos, detalles y demás, pero intentaré resumir qué era lo que Bea había llegado a proponer esa tarde.
En un inicio, dijo que los aparatos eran parte de un experimento que quería llevar a cabo en ese momento, en tiempo real, porque quería probar un punto lo antes posible.
Para los que no habíamos recibido un aparato, explicó que lo único que los usuarios debían hacer era seleccionar su idioma materno y luego la región que más se acercara a lo que consideraran "normal"; el cuate que tenía enfrente seleccionó, quizá por joder, el escocés.
Cuando calculó que ya la mayoría lo había hecho, mostró el tamaño de sus huevos al hablar en español para dar un poco de contexto sobre sí misma: de dónde venía y qué había estudiado, y algunos datos curiosos.
ESTÁS LEYENDO
Huevos Tibios
Romance"Huevos Tibios" es la historia de una amistad de toda la vida entre dos mujeres cuyas vidas se cruzan y se separan por mano ajena en los momentos más esperados. La narradora, cuyo nombre nunca se da a conocer, reconstruye, a través de episodios dulc...