Bea me escribió para decirme que me esperaban para almorzar en la Türkerei.
Miré la hora. Eran apenas las nueve y media de la mañana.
Eso de que el 23 solo trabajábamos medio día era arma de doble filo: era rico, chilero, pero las horas se sentían eternas.
Cuando me acabé los correos, me paré y me di una vuelta por el piso de operaciones. Atendí algunas inquietudes del equipo de SCE-K, que, como siempre, todo era un cagadero; no había remedio para sus males.
Solo había pasado una hora desde la última vez que había visto el reloj.
Bajé a matar el tiempo con la excusa de que la inquietud de Stormur se debía a las intensas ganas de cagar.
Extrañamente, no hacía viento, sino solo frío. El chucho no se había enterado de la temperatura negativa por el abrigo que le había hecho, a partir de una Patagonia mutilada, la novia de no me acuerdo quién de la división de Norteamérica, y se había entregado en cuerpo y alma a la cacería de copos de nieve.
Para no sacarme un susto de aquellos, Thorsten primero se aclaró la garganta y después me saludó.
–Gut, dass ich dich hier finde –sonrió en lo que sacaba un cigarro y se lo llevaba a la boca.
Dijo que me había buscado en el piso, pero que le habían informado que había tenido que salir por una emergencia caquística.
No le dije que el chucho apenas y había meado la misma banca y el mismo muro de siempre, pero lo que se llamaba caca, pues no, nada.
Que si tenía algún plan para esos días, preguntó, porque, de lo contrario, era bienvenida en su "humilde" hogar para celebrar con él y su familia.
Me di cuenta de que él y yo no habíamos tenido ocasiones para platicar de algo que no fueran procesos y asuntos extraordinarios, algo que hasta cierto punto me entristeció porque agradecía que con él no siempre fuera todo trabajo, trabajo, trabajo.
Le conté que mi mamá había llegado hacía un par de semanas y que mis amigos andaban por ahí, tragando Glühwein en el Weihnachtsmarkt hasta que se hiciera la hora de ir a almorzar.
Le pareció raro que asistieran al mercadito por la mañana y no por la tarde o la noche, a lo que yo respondí que por lo general no nos dominaba un espíritu kitschig ni nos urgía subir tres mil fotos e historias a Instagram; las tardes y las noches, si acaso, estaban reservadas para el consumo de bebidas espirituosas y comida (o sangre metafórica de gente a la que criticábamos), que propiciaban un ambiente para algunos hostil, aunque 100% ameno, en el que lo que más abundaba era las malas palabras en español.
Confesó que nunca se había detenido a pensar en cómo nosotros celebrábamos la navidad y el año nuevo, y en lo complicado que debía ser la convivencia cuando nuestras familias y amistades estaban técnicamente desarticuladas porque Pangea hacía muchos millones de años que se había separado.
Le dije que, para empezar (o al menos en nuestro caso), lo importante no era ni la navidad ni el año nuevo en sí, sino la llamada Nochebuena (a la que llamábamos "navidad") y la Nochevieja (a la que llamábamos "año nuevo").
En un segundo, hice un recuento de cómo habían sido mis fiestas decembrinas desde que me había ido de Guate.
El primer año había asistido a la fiesta de alumnos internacionales de la universidad, algo que había resultado mortalmente aburrido.
El segundo, había decidido ir con unos amigos a Amsterdam. Comimos galletas espaciales y nos metimos en De Wallen. Pagué 30€ por un lap dance de una nena llamada Lieve, a quien le dejé 20€ de propina; no me acuerdo si fue por la calidad del baile o porque desconocía las tasas de conversión de divisas en Júpiter. Y, sí, ese fue el día de las Pringles con Nutella.
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Huevos Tibios
Romance"Huevos Tibios" es la historia de una amistad de toda la vida entre dos mujeres cuyas vidas se cruzan y se separan por mano ajena en los momentos más esperados. La narradora, cuyo nombre nunca se da a conocer, reconstruye, a través de episodios dulc...