1. El pozo y la niebla

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El vuelo de una mosca interrumpió aquel sórdido silencio que reinaba en la habitación. No necesité nada más para desviar la atención de los libros y fijarme en la pequeña mosca que revoloteaba por mi habitación hasta posarse sobre el marco de la ventana que se encontraba abierta. Después de un par de instantes de abstracción, volví a centrarme en seguir estudiando, pero de repente la mosca cayó sobre la página que llevaba más de una hora mirando como si por arte de magia fuera a entrar en mi cabeza. En un principio pensé que estaba muerta y, con la mejor cara de repulsión que supe poner intenté apartarla con un bolígrafo. Un momento antes de tocarla, la mosca se dio la vuelta y salió volando otra vez hacia la ventana. A pesar de estar abierta, la mosca, en su mayor torpeza no consiguió salir de la habitación y se dirigió de nuevo hacia mí. El insecto empezó a moverse entre las cosas que había sobre la mesa y no sé muy bien por qué, me pareció tan curioso el comportamiento del animal que en seguida me olvidé de lo que estaba haciendo y me concentré en ella. No entendía bien por qué, pero no podía quitar la mirada de la mosca, prestando atención a cada movimiento que hacía; como esperando que pasara algo. Y, sin darme cuenta comencé a quedarme dormida sobre el escritorio de mi habitación.

Sentía como si estuviera cayendo por un pozo sin fondo. Intentaba aferrarme a los ladrillos de las paredes, pero cuando conseguía alcanzar a tocar uno con la punta de mis dedos, se transformaba en una especie de humo muy negro y denso. Cada vez había más humo a mi alrededor y sin poder hacer nada para resistirme empecé a notar cómo entraba por todos y cada uno de los poros de mi piel. Parecía como si la humareda tuviese vida propia y luchaba por entrar en mi cuerpo. Ya había dejado de pelear para salir de aquel condenado pozo y, aun así, me estaba ahogando. Con cada segundo que pasaba, sentía cómo mis pulmones se embriagaban con el humo y no conseguía exprimir ni una gota más de aire. Finalmente, me rendí, cedí ante aquella forma de oscuridad; cerré los ojos, hice un ovillo con mi cuerpo y esperé a que todo terminase, a que mi vida terminase; realmente era lo que más deseaba en ese momento.

Cuando pensaba que estaría cayendo por ese maldito pozo toda la eternidad, noté cómo mis pies tocaron suelo firme. Permanecí con los ojos cerrados durante un instante por miedo a ver lo que podría sucederme a continuación. Armándome de todo el valor que pude reunir, abrí los ojos. Me sorprendió reconocer al instante lo que veían mis ojos; estaba de pie en el recibidor de mi casa. Era de noche y las luces estaban apagadas. Quería permanecer bajo la seguridad que me aportaba mi casa; pero había algo dentro de mí que me empujaba a cruzar la puerta y salir y, como automatizada, como si mi cuerpo actuara por cuenta propia y no necesitara recibir órdenes de mi cerebro para proceder; agarré el pomo de la puerta, lo giré lentamente y respirando profundamente, intentando llenarme de coraje, atravesé el umbral de la puerta.

Al salir al porche toda la calle estaba cubierta por una niebla muy espesa. Con cierto temor recorriéndome todo el cuerpo en forma de escalofríos que me sacudían como corrientes eléctricas, bajé las escaleras del porche y traspasé la verja del jardín. Al final de la solitaria calle, divisé la silueta de una persona. Sin pensármelo dos veces, fui corriendo hacia ella. Las bombillas de las farolas iban estallando según avanzaba por la calle. Cuando, por fin, logré alcanzar a la persona, ésta se transformó en una sombra y se desvaneció entre mis dedos. Quedé desconcertada ante aquella situación; en ese momento, llegó a mis oídos un leve susurro. Al principio no fui capaz de distinguir quién era o qué decía, pero la voz se iba acercando a mí y cada vez era más clara. Entonces, alguien justo detrás de mí pronunció mi nombre, era mi madre. Pude distinguir el tono de preocupación de mi madre, sin parar de repetir: "¿Elaira eres tú?"

Empecé a escuchar la voz de mi madre que me llamaba con gritos desesperados sin parar de repetir aquella frase proveniente de todos los rincones del vecindario, pero no conseguía localizarla. El miedo empezó a apoderarse de mi cuerpo, notaba los músculos agarrotados y comencé a notar como mi respiración se entrecortaba mezclándose con leves sollozos. Inesperadamente, advertí que algo se movía entre la bruma; al cabo de unos segundos, de entre la niebla comenzaron a surgir siluetas de personas hechas de sombras. La voz de mi madre seguía profiriendo gritos desesperados, pero ahora no conseguía distinguir qué decían. Con el pánico dominando mi cuerpo, me eché a correr todo lo rápido que pude, pero no paraban de surgir sombras que se interponían en mi camino y me cortaban el paso. Cada vez había más sombras y estas comenzaron a rodearme, dejándome sin la posibilidad de seguir huyendo de ellas. En mi máxima desesperación, no supe hacer otra cosa que arrodillarme en la fría carretera y rodear mis piernas con los brazos. Me tapé los oídos todo lo fuerte que pude, los gritos incesantes de mi madre se habían transformado en alaridos desgarradores de dolor y sufrimiento, aunque no era capaz de verla por ninguna parte. Me quedé allí arrodillada, esperando que todo pasase, que los gritos cesaran y las sombras se alejaran de mí.

ECOS DE LO DESCONOCIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora