20. Revelaciones de dos mundos - parte 2

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Aquello ya era demasiado. Una cosa era aceptar que me encontraba en una especie de mundo paralelo, pero hacerme creer en la magia... eso era otra historia. Debí haber puesto una expresión de incredulidad sin darme cuenta, porque antes de que pudiera decir algo, Druvian intervino sin dejarme hablar:

—Sé que, para alguien como tú, que no ha nacido en Fyrterra, todo esto puede parecer una locura —dijo el líder, su mirada fija en la mía, con una mezcla de comprensión y determinación—. Es normal que no creas ni una palabra de lo que hemos dicho.

Hizo una pausa, como si me diera espacio para procesar sus palabras antes de continuar, con voz firme pero calmada.

—Pero te aseguro, Elaira, que no te estamos engañando. Todo lo que has escuchado en esta sala es la pura verdad. —Inclinó levemente la cabeza, y sus ojos destellaron con un brillo desafiante—. Las palabras son solo eso: palabras. ¿Qué te parece si te hacemos una demostración?

Entonces, la mirada del líder se dirigió hacia la mujer pelirroja, Zinnia, y con un leve gesto de cabeza le indicó que procediera. Zinnia se levantó de su silla sin prisa, con movimientos seguros, y caminó hacia una de las estanterías de la pared. De allí, sacó un cuenco lleno de tierra que colocó cuidadosamente sobre la mesa. Cerró los ojos por un momento y tomó aire profundamente, como preparándose para lo que estaba a punto de hacer.

—Acércate, querida. —Su voz sonaba suave, pero con un toque de diversión, mientras una sonrisa juguetona asomaba en sus labios, aún con los ojos cerrados—. Si no lo haces, te perderás el espectáculo.

Le hice caso y me acerqué. Zinnia colocó su mano derecha sobre la tierra del cuenco, permaneciendo inmóvil durante unos segundos. Justo cuando parecía que no ocurriría nada, un tallo comenzó a brotar lentamente de la tierra. Mi asombro fue tal que, sin poder evitarlo, retrocedí varios pasos, sintiendo un escalofrío recorrerme toda la columna.

Zinnia, ignorando mi reacción, levantó un brazo hacia la ventana, su gesto calmado pero intencional, como si supiera exactamente lo que estaba por venir. Instintivamente, giré la cabeza hacia la ventana, esperando. Al cabo de unos segundos, una ráfaga de aire se coló en la sala, serpenteando a través de ella como si tuviera vida propia. Las antorchas se apagaron de golpe y los papeles revolotearon por la habitación en un pequeño caos. El viento, sin embargo, se dirigió hacia la mano extendida de Zinnia, quedando "atrapado" en su palma, obediente.

Sin perder la concentración, Zinnia volvió su atención al cuenco con el pequeño brote. Con ambas manos, trazó movimientos en el aire sobre la planta, y en cuestión de segundos, una pequeña nube se formó justo encima del tallo. La nube parecía controlada por ella, y con un gesto de presión entre sus dedos, pequeñas gotas de agua empezaron a caer, regando el brote. Lo vi crecer ante mis ojos, transformándose, curiosamente, en una hermosa zinnia de color naranja.

Sacó la bonita flor del cuenco y me la entregó, dando por finalizado su "espectáculo". Hizo una especie de reverencia y se volvió a sentar en su sitio. La habitación había quedado prácticamente a oscuras, ya que las antorchas habían dejado de iluminar el espacio. Nadie pareció darle demasiada importancia a aquel detalle. Druvian, al darse cuenta de la penumbra, centró su atención en uno de los candelabros frente a su mesa. Con un gesto ascendente de su mano derecha, este volvió a prenderse, emitiendo una luz cálida. Un segundo después, todas las antorchas volvieron a alumbrar la sala.

Me quedé completamente anonadada. Era incapaz de apartar la vista de lo que estaba ocurriendo ante mí. Ver cómo aquella mujer controlaba los elementos de la naturaleza con una facilidad aterradora me dejó paralizada. Por una parte, sentí un miedo profundo. Todo lo que estaba viendo rompía con cualquier noción de realidad que hubiese tenido hasta ese momento. Pero, por otra, una sensación de asombro me invadió. Había algo increíblemente hermoso en la forma en que la tierra, el aire y el agua respondían a su voluntad, como si la naturaleza misma le perteneciera. El miedo y la fascinación luchaban en mi interior, dejando un nudo en mi estómago. Era aterrador... y a la vez, maravilloso. Después de aquello, ya no podía negar la verdad de lo que me habían contado. Aquella fue la prueba irrefutable. La idea me horrorizaba; estar en otro mundo, por más extraordinario que fuera, significaba que estaba mucho más lejos de volver a casa de lo que jamás imaginé.

ECOS DE LO DESCONOCIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora