11. Espejismos de dolor - parte 2

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Me desperté sobresaltada, con el corazón desbocado en un mar de lágrimas. Entrecerré los ojos, adaptándome a la luz de la mañana y pude darme cuenta de que me encontraba en mi habitación. Todo había sido un sueño, pero lo había sentido mucho más real que cualquier otro sueño que hubiera tenido. Incluso estando ya despierta y siendo consciente de todo, lo que acababa de vivir en mi sueño me parecía mucho más auténtico que muchas de mis vivencias. Lo primero en lo que pensé fue en mi madre y como había presenciado, de una forma un tanto extraña, su muerte. A pesar de saber perfectamente que fue un sueño, me sentía inquieta ante la idea de que algo, aunque fuese el más mínimo detalle, de ese sueño fuera verdad.

Sin más miramientos me dirigí todo lo rápido que mi cuerpo recién despertado pudo en busca de mi madre; para asegurarme de que se encontraba a salvo y confirmar del todo que todo había sido una horrible pesadilla.

Encontré a mi madre en la cocina tomándose un café lista para irse a trabajar. Una gran sensación de alivio invadió mi cuerpo, permitiendo liberarme un poco de la tensión provocada por la pesadilla. Sin decir nada, me abalancé sobre ella y la envolví con mis brazos en un fuerte abrazo. Varias lagrimas se derramaron de mis ojos y cayeron por mis mejillas como consecuencia de todo el miedo y angustia que había sentido. Mi madre no parecía entender bien este comportamiento tan repentino por mi parte, pero no preguntó nada ni se alejó de mí. Necesité varios minutos para liberarla de mi abrazo y recuperar la compostura. Entonces mi madre se decidió a preguntarme por el motivo de mi desconsuelo y yo le comenté lo ocurrido en mi reciente pesadilla.

Encarnando su papel de madre me consoló; transmitiéndome la calma y paz que necesitaba con sus palabras. Consiguió algo que yo pensaba que sería imposible: tranquilizarme y convencerme de que a pesar de que todo me hubiera parecido muy real, simplemente se trataba de un terrible sueño.

— Bueno y ahora que te encuentras mejor, ¿qué tal si subes a prepararte? No querrás llegar tarde a clase.

Con todo aquel asuntó me había olvidado por completo de las clases y ni si quiera me había fijado en qué hora sería. Mi madre me dedicó una sincera y amplia sonrisa antes de salir por la puerta hacia su trabajo. Me apresuré a la planta de arriba; tenía apenas media hora para prepárame antes de que Darwin llegase a mi casa para ir a la universidad.

Terminé de arreglarme con el tiempo justo y cuando salí de mi casa mi amigo ya estaba esperándome en la verja del jardín, como todos los días. Cuando lo vi lo primero que se me vino a la mente fue el beso tan intenso que nos dimos la noche anterior al despedirnos. Había sido inesperado y ciertamente extraño al principio, pero lo había disfrutado mucho y no me arrepentía en absoluto de que ocurriese. Sin embargo, todavía no me sentía preparada para empezar nada con Darwin más allá de la amistad. Por el momento, seguía siendo el mejor amigo que nunca había tenido y eso no iba a cambiar. Me di cuenta de que él tampoco tenía ningún tipo de intención de cambiar el rumbo de nuestra relación por el momento y eso me alivio. Sin embargo, no pude evitar que la inseguridad se apoderase de mí, pensando que sus sentimientos hacia mí solo eran amistosos y que nuestro increíble beso sólo había sido fruto de un momento puntual de pasión. Me saludó como cualquier otro día normal y comenzamos a caminar rumbo a la parada de autobús que cada mañana cogíamos para ir a la universidad.

La mayor parte del trayecto la transcurrimos en silencio. Todavía me sentía muy abrumada por mi pesadilla y no tenía ganas de entablar una conversación profunda. No fue hasta que bajamos del bus y reanudamos el paseo hasta que Darwin se aventuró a preguntar.

— ¿Te encuentras bien, Ela? Noto que esta mañana estas más abstraída de lo normal — Intentó bromear con mi forma de ser distraída, pero no funcionó mucho. Me parecía que esa mañana no iba a ser capaz de reír demasiado.

— Sí, bueno... — por un instante dudé en si revelarle el motivo de mi distracción, pero al fin y al cabo siempre había sentido que Darwin me ofrecía consuelo cuando lo necesitaba. Pensé que este momento no sería diferente. — Esta noche he tenido una pesadilla horrorosa y un tanto extraña. Sé que solo ha sido un sueño, pero no puedo quitármelo de la cabeza. Lo sentía todo tan auténtico...

Mi amigo me miraba con ojos inquisidores esperando que le relatase uno de los peores sueños que recordase. Le conté absolutamente todo lo que vi; empezando por la sala en ruinas en la que se encontraba aquel anciano y las sensaciones que me transmitió, hasta el episodio de la muerte de mi madre. Intenté no dejarme ningún detalle fuera de mi historia y esperé a escuchar lo que tenía que decirme al respecto. La primera reacción que pude distinguir en su rostro fue de asombro y confusión. Se llevó la mano al mentón, signo de que estaba pensando minuciosamente su respuesta. Me dio la sensación de que estaba resolviendo su propio rompecabezas mental con la ayuda de lo que yo le había contado. Recuperó la compostura en su rostro que hasta hacía unos segundos había sido un cuadro de una mezcla de muchas emociones y dijo:

— Bueno no te preocupes por eso. Al fin y al cabo, era solo eso: una pesadilla. Ahora estamos en el mundo real y tu madre está bien, no le va a pasar nada malo, ya verás. — Dijo estas últimas palabras con una sonrisa en los labios, con la intención de mitigar mis preocupaciones. — Por muy autentico que te pareciese todo aquello, no era así.

Parecía que no llegaba a creerse del todo sus propias palabras. Como si estuviera confundido, algo que no me transmitió mucho confianza. Solía acudir a Darwin en busca de consuelo. Aunque sus palabras intentaban ser tranquilizadoras, su forma de decirlo y las expresiones faciales que lo acompañaban no me llegaron a calmar como esperaba. De hecho, esta reacción tan inesperada por parte de mi amigo me desconcertó en gran medida y pensé que tal vez debería empezar a darle más importancia a mis sueños; porque al parecer él sí lo hacía, aunque intentase esconderlo. Me pregunté si todo aquello se relacionaba de alguna forma con lo que Darwin me ocultaba. A pesar de no apaciguarme como esperaba, decidí quedarme con aquel veredicto: mi madre estaba bien, todo había sido un mal sueño y nada malo pasaría. No quería permitirle al miedo apoderarse de mí una vez más, esta vez sería yo la que tendría el control de mis emociones y no me iba a dejar dominar por ellas.

Sin darme cuenta ya habíamos llegado al campus de la universidad y cada uno teníamos clases en edificios distintos. Entonces Darwin y yo nos despedimos y, para mi sorpresa, él se abalanzó sobre mí para darme un fuerte abrazo. Un abrazo lleno de un significado que no comprendí. Me apretaba fuerte contra su pecho y acariciaba mis espalda delicadamente con sus largos y finos dedos. Sentí un suave beso sobre mi cabeza, acompañado por el cálido susurro de su respiración. Permaneció allí durante un instante, como si quisiera guardar mi aroma en su memoria. Entonces, nos separamos y cada uno emprendió su camino. 

ECOS DE LO DESCONOCIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora