8. Reflejos del pasado

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Me encontraba sumida en el mundo de los sueños cuando comencé a despertar. Aún estaba envuelta entre los sueños y el desvelo, en la delgada línea entre la somnolencia y la realidad. Me pesaban los ojos y mi cuerpo, rechazando la idea de despertar por completo, se hallaba perezoso y aferrado a mantenerse bajo el calor de las sábanas. Cuando estaba a punto de dejarme llevar por el letargo, noté una presencia en el dormitorio. Un fuerte aroma a alcohol lo inundó todo de repente. Mientras intentaba distinguir si aquello era fruto de mi imaginación, al encontrarme vagando entre la somnolencia y la lucidez, noté como el colchón se hundía y el edredón comenzaba a deslizarse suavemente por mi cuerpo, dejándolo al descubierto. Todavía sentía el efecto de la cerveza, como un velo que turbaba mis sentidos. Unas manos torpes comenzaron a acariciarme todo el cuerpo de una manera grosera y zafia. Estaba casi segura de que aquello estaba sucediendo realmente y que no estaba siendo fruto de mi estado de ensoñación. Sin embargo, aún me encontraba luchando por librar a mi cuerpo del entumecimiento del sueño y a mi mente del malestar del alcohol.

Por fin pude librarme de las cadenas del sueño cuando percibí que aquellas manos rudas e insensibles aun traspasaban más los límite. Una de ellas se atrevió a deslizarse bajo mi camiseta y comenzó a agarrarme el pecho izquierdo de una forma tosca. Al mismo tiempo la otra mano se arrastraba hacia mi zona más íntima buscando desatar los secretos guardados bajo la tela de mi pantalón.

En ese instante, adquirí plena consciencia de la situación y reaccioné de inmediato. Mi primera respuesta al darme cuenta de lo que estaba pasando y de las intención de aquella persona fue darle un empujón, reincorporarme y cubrir todo mi cuerpo con la colcha. El hombre comenzó a retroceder a trompicones intentando mantener el equilibrio. Hasta entonces no había sido capaz de reconocer quien era aquel intruso, pero gracias a la tenue luz de la luna que se colaba en la habitación a través de las cortinas pude ver que se trataba de Oliver. Un sentimiento de decepción invadió todo mi ser, el comportamiento después de la cena por su parte me había parecido fuera de lugar y había sentenciado cualquier cosa que hubiese podido pasar entre nosotros, pero en esta ocasión había traspasado enormemente los límites. Intenté tranquilizarme y no dejarme poseer por la ira que estaba comenzando a sentir.

— Oliver, ¡¿qué haces?! Por favor, sal de la habitación. — Intenté sonar sosegada y no iniciar una pelea, pero no pude evitar decirlo con la voz rebosante de ira. — Está claro que estas muy borracho, no hagas ninguna tontería y vete. — No quería excusar lo que acababa de pasar por el simple hecho de que estuviera bebido, pero sabía que a estas alturas si me enfrentaba airadamente con él las cosas no saldrían bien para mí.

Oliver, muy lejos de mostrar algún ápice de arrepentimiento o culpa, esbozó una sonrisa burlona y no movió ni un músculo de su ser. Me levanté de la cama, agarrando lo primero que vi con lo que podía cubrirme con el fin de esconder cada centímetro de mi cuerpo de su mirada lasciva. Al ver que no tenía intención de marcharse, me acerqué a él y comencé a darle leves empujones mientras no paraba de repetirle que se fuera. Me encontraba cerca de la puerta y al comprender que no se iba a marchar tan fácilmente, decidí ser yo la que abandonara la habitación. En el momento en que fui a empuñar el pomo de la puerta, me tomó fuertemente de la muñeca y me atrajo hacia él violentamente, quedando encerrada en su abrazo. Sus manos se posaron sobre mi trasero y se aferró a él tan hostilmente que me dolía. Intentaba zafarme de sus brazos, poniendo toda la resistencia que era capaz, pero él parecía no importarle cualquier cosa que hiciera, tenía un objetivo y estaba decidido a cumplirlo a cualquier precio. Comenzó a besuquearme el cuello y a apretarse todavía más contra mi cuerpo.

— Nena... deja de resistirte, sabes que lo estás deseando. — Las palabras se enredaban en su boca debido a su estado de embriaguez.

Escucharle pronunciar aquellas palabras, mezclado con el aroma a alcohol que desprendía provocó que un escalofrío me recorriera la espalda, erizando cada cabello de mi piel. El corazón me latía frenéticamente, si no actuaba rápido no podía imaginarme que sería capaz de hacerme. Instintivamente le asesté un rodillazo lleno de rabia en sus partes nobles, lo que provocó que me soltara y su cuerpo se doblara debido al dolor. Me quedé contemplando a Oliver durante un breve instante, gozando de verle sufrir y aliviada porque sabía que me acababa de librar de sus garras.

ECOS DE LO DESCONOCIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora