9. El precio de olvidar

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Me desperté en mi cama sumamente desorientada, sin saber muy bien cómo había acabado allí y de lo que había ocurrido horas antes. Para mi desgracia, fue una sensación efímera; ya que poco a poco destellos de todo lo que había ocurrido la noche anterior fueron llegando a mi mente hasta colapsarla. Primero lo sucedido en la cabaña con Oliver, rememoré como sus manos toqueteaban mi cuerpo torpemente buscando invadir mi intimidad. Al revivir aquellos momentos un escalofrío me recorrió el cuerpo. Además de sentir una gran repulsión, también sentí decepción. El chico se había mostrado tan amable y atento durante el día que incluso había llegado a replantearme la posibilidad de que pasara algo entre nosotros, pero su actitud durante la noche me había desencantado por completo. Me pregunté cuál sería el verdadero Oliver; si el dulce muchacho que había aparentado durante el día, o el depravado en el que se convirtió cuando se emborrachó. Mucho me temía que seguramente era la segunda opción y que su actitud durante el día fue una interpretación para conseguir lo que realmente ansiaba más tarde. Aparté todo pensamiento sobre Oliver en seguida, no me sentía mentalmente preparada para abordar aquella situación.

Lo siguiente que se me vino a la cabeza fue lo que en su momento me pareció un lejano recuerdo de mi infancia y aquel muchacho con el que había trabado una bonita y fugaz amistad en mi niñez. Cuando reviví todos aquellos momentos que había olvidado, sentí una profunda conexión entre mi yo del pasado y el chico y me sorprendía no tener ni el mínimo recuerdo de él. Rápidamente mi mente se vio eclipsada por la espeluznante última imagen que presencié antes de quedarme inconsciente en el suelo del bosque. Aún podía sentir el sufrimiento del muchacho, la impotencia de la pequeña Elaira al no poder hacer nada y el desconcierto que sintió al ver como su amigo se convertía en cenizas y desaparecía ante sus ojos.

Finalmente, pensé en Darwin, en la delicadeza y la ternura con la que me sostenía mientras me sacaba del bosque. No pude evitar preguntarme cómo es que me había encontrado si él no sabía la ubicación de la cabaña ni que yo me encontraba perdida en el bosque. Además, ¿por qué decidió venir a buscarme?

Demasiadas cosas se pasaban por mi mente, a una velocidad tan acelerada que me era prácticamente imposible centrarme en una en concreto. Tenía la boca seca y pensé en bajar a la cocina a beber algo, pero entonces me di cuenta de que estaría allí esperando algún tipo de explicación de por qué había regresado antes y de qué había ocurrido. Me temblaron las piernas al imaginarme la situación de tener que aclarar la situación y responder a sus preguntas. Sin embargo, los recuerdo que desbloqueé aquella noche me suscitaron también muchas preguntas y creí que la persona que podía darme respuestas se encontraba bajando las escaleras. Me aferré a la esperanza de hallar respuestas y de empezar a armar el rompecabezas en el que se había convertido mi vida y con esa fe ciega me arme de valor para bajar a la planta de abajo y afrontar cualquier pregunta que pudiera hacerme mi madre. 

Mientras bajaba lentamente por la escalera, intentando calmar mis nervios y parecer serena, escuchaba como mi madre cocinaba algún plato en la cocina. Inspiré profundamente, intentando llenar mis pulmones de valentía y, tras unos segundos, me decidí a entrar y enfrentar con dignidad lo que fuese a pasar a continuación.

— Buenos días, cariño ¿qué tal has dormido? — dijo con una expresión sosegada mientras me sentaba en uno de los taburetes de la isla de la cocina y ella me servía un vaso de zumo de naranja. — He preparado un poco de zumo esta mañana. Bebe, te sentará bien.

Acepté el vaso de buena gana y le di un gran trago. Se quedó durante en silencio contemplándome. No estaba segura de sí estaba esperando a que saciase mi sed o quería que fuese yo quien iniciara la conversación. En ese momento fui consciente de la gravedad del asunto y que realmente no tenía el coraje necesario para afrontarlo. A cada segundo que pasaba me arrepentía más de no haberme quedado encerrada en mi habitación; ya era tarde para recular y sólo pude quedarme petrificada en el asiento sin ser capaz de mediar palabra.

ECOS DE LO DESCONOCIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora