5. Un refugio en la oscuridad

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Escuchaba la voz de Darwin muy lejana, como si estuviéramos separados por un inmenso mar; notaba la preocupación, incluso desesperación en su voz mientras intentaba hacer que reaccionara, que mostrara alguna señal de que todo iba bien, pero no era capaz de hacer nada más que no fuera mirar fijamente aquella maldita niebla, esperando que las sombras y las tinieblas volviera a apoderarse de mí. Nunca me había sentido tan impotente como en aquel momento; tal era mi rabia ante la situación que no pude evitar derramar una lágrima. Me sentía sumamente tonta al reaccionar así por el simple hecho de ver la niebla, pero esta bruma solo era el desencadenante. Ver la niebla me hacía recordar las visiones que había empezado a sufrir, aquella horripilante pesadilla que tuve, en la que la niebla era la protagonista y todas las sensaciones que me había hecho sentir durante las últimas semanas; pero, sobre todo, era un recordatorio de que no podía hacer nada ante todas aquellas cosas que ocurrían en mi interior. Me hacía sentir inútil sobre el control de mi propio cuerpo y mis emociones y sabía que, por mucho que intentara luchar contra aquello, no conseguiría nada.

Después de un rato en el que solo era capaz de estar ahí, de pie en el porche de mi casa y sin parar de llorar, empecé a sentir como recuperaba poco a poco el control de mi cuerpo. Darwin no había dejado de insistir en que recobrara la compostura y le contara por qué estaba tan mal, cada vez más angustiado; con la voz quebrada, sintiéndose también impotente al ver que no podía hacer nada para ayudarme. Sin darse por vencido, pensó que lo único que podía hacer en ese momento era abrazarme lo más fuerte que pudiera y esperar a que me calmase.

Por fin detuve el llanto, me enjugué la cara, inspiré profundamente y traté de tranquilizarme. No sabía qué decirle a Darwin, que había desecho el abrazo para darme espacio y se quedó en silencio esperando a que diera el primer paso. Consideré que lo más razonable sería, por el momento, no revelarle nada acerca de mis recientes experiencias. Opté por calmarlo, asegurándole que no había sido nada grave, y le sugerí que se fuera a casa. Después, con la mente más clara, decidiría si finalmente le contaría algo.

— No te preocupes... — dije con un hilo de voz intentando, sin éxito, mantener la compostura. Todavía estaba intentando recomponerme. — No sé qué me ha pasado, supongo que tenía muchas cosas acumuladas en la cabeza y he explotado. No es nada.

Darwin me miró de arriba abajo con el ceño fruncido, estaba claro que no se creía la explicación que acababa de darle sobre lo ocurrido. Sin embargo, supuse que pensó que no era el momento para hacerme un interrogatorio; siempre tan considerado. Entonces dijo:

— Está claro que no ha sido por el estrés Ela, entiendo que ahora mismo no te apetece abrir este frente y lo respeto. — En el poco tiempo que se conocían, Darwin había me había calado a la perfección y sabía que había algo que no quería contarle. — Pero quiero que sepas que soy tu amigo y que puedes contar conmigo para lo que sea, cualquier cosa. Sé que suena muy típico, pero lo digo muy en serio. Me he asustado mucho al verte así y me ha desesperado el hecho de no poder hacer nada; así que si puedo ayudar con cualquier cosa quiero que me lo digas y, sobre todo, quiero que sepas que puedes confiar en mí, yo nunca te juzgaría.

— Muchas gracias, Darwin, eres un verdadero amigo. — Verdaderamente apreciaba a ese chico y sentía que podía confiar en él, pero no tenía claro si podía contarle todo, no podía evitar pensar que me tomaría por loca. Decidí no precipitarme y me despedí de él. —Pero creo que ahora mismo lo mejor es que me meta en la cama e intente descansar. Nos veremos pronto; cuídate, Darwin.

Y así, Darwin emprendió el rumbo hacia su casa, cuando estaba a punto de traspasar la verja del jardín se dio la vuelta. Al verle tuve la sensación de que iba a decir algo, pero simplemente me miró a los ojos con un atisbo de miedo y con un suspiro volvió a darse la vuelta y siguió su camino. Antes de entrar en mi casa, me percaté de que la niebla había desaparecido y el cielo estaba bastante despejado. Harta ya de presenciar ciertas sucesos que mi mente no llegaba a comprender, me metí en casa cerrando la puerta con todas mis fuerzas, esperando que los temores y problemas se quedaran fuera.

ECOS DE LO DESCONOCIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora