Las vacaciones de invierno llegaron como un suspiro de aire puro. Había conseguido sacar buenas notas en todas las asignaturas, en cierta parte gracias a la compañía de Darwin. Nuestra relación se mantenía igual que siempre, a pesar del tórrido beso que nos dimos. Aquella escena no se había vuelto a repetir y yo me sentía en partes iguales aliviada porque nuestra amistad seguía igual de bien; por otro lado, me sentía un tanto decepcionada por no haber vivido más momentos así con él. No tenía del todo claro cuales eran mis sentimientos hacia mi amigo, pero tampoco quería precipitarme.
Después de tres días que dediqué a descansar y relajarme, empecé a aburrirme. Mis hermanos pequeños se habían ido a pasar las vacaciones con mi padre por lo que nos habíamos quedado mi madre y yo solas. Ella se pasaba el día trabajando y eso me dejaba a mi al cargo de la casa con el perro. Además, desde el inicio de las vacaciones no había tenido apenas noticias de Darwin; algo que me resultó extraño ya que durante los últimos meses habíamos pasado gran cantidad del tiempo juntos. Ahora, apenas nos enviamos unos mensajes al día, pero no nos veíamos. Todo aquello me parecía raro, sospechoso.
Una mañana como cualquier otra me desperté bastante pronto y decidí salir a dar un paseo. Avisé a mi amigo para que me acompañara, pero mis mensajes no obtuvieron respuesta alguna. De todos modos, me puse un chándal y me abrigué; ya que comenzaba a hacer frío. Estaba deseando que empezaran las tormentas de nieve. Me encantaban. Empecé a deambular por las calles de Oakridge en el que había crecido. Me empapé de cada uno de los pequeños detalles que adornaban las calles; los arboles desnudos debido al invierno, las calles limpias y poco transitadas, el olor a café y bollería que desprendían las cafeterías a primera hora de la mañana, la brisa del viento que hacía danzar mi cabello.
Pasé por el parque en el que solía sentarme con Darwin a contemplar el horizonte y decidí que, ya que no tenía mucho más que hacer, podía pararme un rato y admirar el paisaje. Me senté en el banco de siempre, cerré los ojos e inspiré profundamente. Ya lo había tomado como un hábito para dejar mis preocupaciones atrás. ¿Por qué Darwin, después de pasar tanto tiempo juntos se estaba alejando de mí? ¿Acaso había hecho algo para molestarlo? ¿Se arrepentiría de nuestro momento íntimo?
Llevaba casi una hora paseando cuando emprendí el camino a casa. Mi estómago hacia un rato que había comenzado a gruñir y no podía dejar de pensar en el desayuno que me comería nada más llegar. Todavía era muy temprano y me pregunté si llegaría a tiempo antes de que mi madre se fuese a trabajar para despedirme de ella y desearle un buen día.
Antes de girar la esquina que conducía a la calle en la que se encontraba mi casa, escuché un estruendo brutal que rasgó el silencio que reinaba hasta entonces en las calles. Seguido de eso, un chirrido estridente como un grito desgarrador que fue alejándose. Asustada por lo que acababa de escuchar, corrí a trompicones hacia la esquina llevaba a la calle donde se encontraba el origen del alboroto. A lo lejos pude divisar a un grupo de gente congregada en torno a algo (o alguien) que no supe distinguir. Distribuidos a lo largo de toda la vía, transeúntes horrorizados por lo que acababan de presenciar comentaban lo sucedido.
Comencé a caminar en la dirección en la que se encontraba el grupo de personas, el pánico fue apoderándose de mí a medida que avanzaba y escuchaba pequeños fragmentos de lo que decían. "¿alguien ha visto lo que ha pasado?" o "... iba demasiado rápido...". La ansiedad iba ganando terreno y aceleré el paso. Tenía una extraña sensación de que esto se trataba de algo personal y que no sería un incidente fortuito. Seguí avanzando por una calle que me resultó más larga de lo normal y seguía escuchando los comentarios de la gente "...pobre mujer..." "...espero que esté bien...". Ante aquellas últimas palabras que escuché, mi cuerpo se agarrotó de golpe y sentí la imperiosa necesidad de llegar cuanto antes a la aglomeración.
Finalmente conseguí llegar hasta ellos y tuve que hacerme un hueco a codazos para descubrir a quién estaban rodeando. En seguida reconocí el cuerpo que se hallaba tirado sobre el asfalto, por un momento quedé paralizada por el shock que me supuso aquello. No creía lo que estaba viendo, no podía ser cierto. Estaba segura de que dicha situación era otra de mis temibles pesadillas porque de no ser así no creía poder superar aquello.
Era mi madre. Su cuerpo estaba colocado en una postura antinatural; con una pierna y un brazo retorcidos de una manera grotesca. Un charco, cada vez más grande, de sangre bajo su cuerpo. Tardé unos segundos en reaccionar, pero al instante la desolación invadió mi cuerpo y mi alma. Mis rodillas cedieron ante tal desolación y acabé postrada frente al cuerpo de mi madre. Sujeté delicadamente su cabeza entre mis manos y acto seguido estaban cubiertas de su sangre. Tenía el cuerpo y la cara llenos de moretones, manchas de sangre y pequeños cristales incrustados. En ese momento me percaté de la similitud con la pesadilla que tuve días antes.
— Mamá, por favor... quédate conmigo — mi voz apenas fue un susurro, pero no tenía fuerzas para alzar más la voz. Tampoco creía que eso fuese muy importante, tan solo tenía que escucharme ella. — No puedes irte, tienes que aguantar.
Tenía la mirada perdida y los ojos llorosos. A través de sus ojos pude ver todo el sufrimiento que estaba soportando. Cada pequeño detalle de aquel momento me recordaba a la pesadilla y sólo podía pensar en que yo ya había vivido todo aquello y que, si me lo hubiese tomado más en serio, a lo mejor podría haberlo evitado. De su boca salía un reguero de sangre que se unía con otro que le salía de la nariz para caer goteando por su barbilla. No, no, no. No podía estar sucediendo eso, mi madre no se estaba muriendo, no podía permitirme pensarlo ni un momento.
Comencé a sollozar en silencio. Una vez que permití a las lágrimas salir, no pude pararlas. Mi respiración era entrecortada y sentía que me faltaba el aire. Por un momento, me pareció ver que mi madre volvía en sí y tomaba cierta conciencia de lo que estaba ocurriendo. Sólo para dedicarme una última mirada, sus grandes ojos color miel se posaron en los míos y no sé muy bien cómo o por qué, sentí con aquella mirada todas y cada una de las palabras que ella me había dedicado durante mi pesadilla. Se sintió reconfortante, pero no era suficiente. Lo que más deseaba era despertarme inmediatamente y descubrir que todo había sido un mal sueño otra vez.
A lo lejos, pude escuchar la sirena de una ambulancia acercándose, aunque ya era demasiado tarde. Nuestras miradas conectaron durante un breve momento y ella en seguida volvió al estado de shock, desconcierto y dolor debido a su accidente. Sin embargo, antes de cerrar los ojos pronunció mi nombre en un susurro que en el acto se llevó la brisa mañanera. Comencé a gritar, un grito desgarrador que no me hubiese parecido humano si no fuera porque sabía que había salido de mi interior. Empecé a sentir como los pilares que sostenían el mundo tal y como lo conocía fuesen derribados y todo a mi alrededor se desmoronase. Quería pedir ayuda, hacer algo para frenar lo inevitable, pero el peso del dolor me paralizó todo el cuerpo, calándome los huesos.
La ambulancia cada vez sonaba más cercana, aunque yo ya no albergaba muchas esperanzas de que consiguieran salvar a mi madre, anhelaba que pudieran retornar lo ocurrido como si fuesen capaces de obrar milagros o emplear algún tipo de magia curativa con ella. Por fin llegaron ante nosotras y los técnicos de la ambulancia, con el fin de asistir a mi madre, me apartaron de su lado. No me resistí ni puse pegas, a pesar de que no quería dejarla sola ni un segundo que, a estas alturas, todos los segundos eran muy valiosos, podrían ser los últimos. Quedé tirada sobre el asfalto conmocionada y aturdida por todo lo que había sucedido en tan poco tiempo. Me sentía rota por dentro, como si mi alma se hubiese desgarrado y la única persona capaz de coser la cicatriz de mi corazón se debatía entre la vida y la muerte. Y por mucho que me doliera, sabía quién estaba ganando la batalla.
No fui capaz de moverme o decir algo, escuchaba a lo lejos como varias personas me hablaban intentando tranquilizarme o preguntándome cosas que no llegué a escuchar. Me había envuelto en una burbuja de dolor y tristeza que lo eclipsaba todo y no era capaz de pensar en otra cosa que en que yo podría haber evitado todo aquello, que yo había "visto" que esto iba a pasar y decidí no hacer nada al respecto. Podría haber cambiado las cosas si me lo hubiera tomado más en serio. Todo era culpa mía y esa era una carga que llevaría sobre mis hombros el resto de mis días.
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ECOS DE LO DESCONOCIDO ©
Misteri / ThrillerElaira lleva una vida aparentemente normal, rodeada de una amiga inseparable y una familia amorosa que, aunque tiene sus altibajos, la apoya incondicionalmente. Sin embargo, a medida que empieza a experimentar sensaciones desconcertantes y pesadilla...