3. Sombras y señales

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En la penumbra de mi habitación, me sumergí en el mar de sábanas que era mi cama, intentando conciliar el sueño lo antes posible. Todo en el cuarto me daba vueltas, fruto de haberme pasado con las bebidas y los juegos. A pesar de esto, la inquietud se había arraigado en cada rincón de mi mente, impidiéndome entregarme al descanso que tanto anhelaba. Cada vez que cerraba los ojos, el eco de mis preocupaciones resonaba con fuerza. Los minutos se deslizaban lentamente, marcados por el tic-tac del reloj, que parecía burlarse de mi incapacidad para encontrar el sueño.

Mi mente, sin permiso, se sumergió en el recuerdo del encuentro con el misterioso desconocido. Él apenas me había dirigido una mirada y había pronunciado una frase, pero muy a mi pesar, no podía evitar pensar en él y en todo lo que llegué a sentí en tan sólo unos minutos. Anhelaba respuestas desesperadamente, cualquier detalle, por insignificante que fuera, que pudiera arrojar luz sobre lo que había estado viviendo los últimos días.

Trate de hacer memoria y recordar cada detalle de nuestro encuentro, buscando algo fuera de lo común para así intentar reunir toda la información posible sobre aquel desconocido, buscando algún tipo de respuesta o señal. Poco a poco fui cediendo inexorablemente ante el cansancio que pesaba sobre mis párpados. El insomnio fue desvaneciéndose lentamente hasta que finalmente me rendí al abrazo del sueño.

Conseguí dormir del tirón las siguientes horas y me desperté al día siguiente sintiéndome renovada. Lo último que recordaba antes de caer rendida fueron aquellos vibrantes y misteriosos ojos verdes y la manera curiosa que tenían de mirarme. Repentinamente, al volver a pensar en ello mi cabeza se convirtió en un torbellino de imágenes, funcionando a mil por hora. Se me venían imágenes a la cabeza de lugares que jamás había visitado, de objetos que nunca había visto. Todas estas imágenes se superponían en mi cabeza, a una velocidad tan alta que me era casi imposible distinguir unas de otras.

La última imagen que me vino a la mente, ésta más nítida y duradera que las anteriores; era la de un hombre mayor; con el pelo largo, cano y lacio. Su rostro, tan pálido como si de un cadáver se tratara, consumido por el paso del tiempo; lleno de arrugas, mostrando una clara expresión de soberbia y decadencia. Tenía la boca entreabierta, dejando ver una dentadura descuidada; amarillenta, le faltaban varios dientes y los labios estaban muy resecos. Sus ojos, de un color azul blanquecino, probablemente signo de una ceguera quedaron grabados en mi mente. Parecía no tener pelo en las cejas y estaban excesivamente pronunciadas. Llevaba puesta una especie de túnica grisácea roída por los bajos, mugrienta y desgastada; con algunos agujeros. Bajo la túnica, percibí un cuerpo muy demacrado, tenía las rodillas huesudas; parecía que en cualquier momento iban a ceder ante el peso que soportaban y el cuerpo se desplomaría. Me percaté de que alrededor del cuello llevaba una especie de colgante muy singular que desprendía una especie de aura sombría que envolvía su presencia con un toque enigmático. Conseguí distinguir que del colgante emanaba una especie de fulgor tenebroso con destellos de un tono rojizo brillante.

El hombre empezó a levantar los brazos; sus manos, tan huesudas como sus rodillas, temblaban y pude distinguir un anillo de oro con el dibujo de un sello. El anciano profirió un grito que no parecía humano y me dio la sensación de que el hombre dirigía sus manos hacia mí. Por un momento sentí cómo aquellos escuálidos dedos se cernían alrededor de mi cuello. Sacudí la cabeza y la imagen del anciano desapareció de mi cabeza. Estaba atónita ante lo que acaba de suceder, sabía que todo había ocurrido en mi mente, pero comencé a notar una leve molestia en el cuello. Me acerqué al espejo, para asegurarme de que no había sido real y me asusté al ver que tenía las marcas de unos dedos largos y finos alrededor de mi cuello. Me lleve las manos al cuello para acariciar las marcas y, al pasarme el dedo índice por la garganta, una quemazón intensa me recordó la vividez del sueño. Me sobresalte ante el dolor y cuando volví a mirarme en el espejo las marcas habían desaparecido pestañeé un par de veces y me froté los ojos con las palmas de las manos y, efectivamente, no había ni rastro de las marcas. Era como si mi mente y la realidad estuvieran en constante disputa.

ECOS DE LO DESCONOCIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora