12. La herencia del Guardián - parte 3

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Pasaron los días y todavía no me había decidido en si finalmente aventurarme a buscar a aquel hombre, que bien podía ser únicamente fruto de mi imaginación y al llegar a la cueva encontrarla vacía. A pesar de mis dudas, debido a mi personalidad planificadora y perfeccionista, decidí indagar todo lo posible sobre las coordenadas que Arnold me había proporcionado. También sobre el día y la hora específicos que me había dicho para que todo funcionara. Quería sacar toda la información que me fuera posible para estar preparado en el caso de aceptar la aventura. Encontré que la ubicación de la cueva se encontraba a varios miles de kilómetros de mí y que se trataba de un lugar bastante apartado de cualquier carretera o civilización. Se trataba de un viaje muy arduo en el que tendría que emplear muchos días para llegar a tiempo (todo esto en el caso de que finalmente fuese).

Busqué todo tipo de mapas sobre la zona, vuelos hasta la ciudad más cercana y después, rutas para llegar hasta el pueblo más alejado del aeropuerto, pero más cercano al enclave de la cueva. Supuse que después de llegar hasta allí, mi viaje tendría que ser a pie, lo que implicaría varios días. Me dediqué a hacer una lista con todo lo que necesitaría para una travesía como aquella. A pesar de todas mis indagaciones, seguía soñando con la cueva y con Arnold. Tenía la sensación de que, al planearlo todo al detalle, ya me había decidido, pero ciertamente, en ningún momento tomé la decisión como tal.

Me pasé varios días sin tener claro lo que finalmente haría. Me encontraba en una encrucijada en la que, por una parte, mi yo más racional se negaba rotundamente a creer en toda aquella parafernalia e insistía en que todo era fruto de mi imaginación y, por otro lado, una pequeña parte oculta en mi interior ansiaba una aventura y deseaba creer que toda aquella historia de Arnold era real. Finalmente, decidí aventurarme a creer en la magia de mis sueños y quería averiguar todo lo que Arnold tenía que contarme. Averiguar más sobre él y nuestra historia y sobre aquel mundo del que decía que provenía.

Aún quedaban dos semanas para que llegase la fecha acordada, así que me puse manos a la obra. Preparé una mochila con todo lo necesario, saque el billete de avión hasta Stratsmore. Desde allí, tendría que buscar transporte hasta Thornhill, el pueblo más alejado de la gran ciudad y más cercano a la ubicación de la cueva. Pasaría una noche en el pintoresco pueblo y muy temprano en la mañana iniciaría mi camino hasta encontrar la cueva. Me sorprendí a mí mismo encontrándome emocionado por la incursión que se me avecinaba y cada vez tenía más ganas de empezarla.

Por fin llegó el día de mi partida, me subí al avión y el trayecto duró unas cuatro horas, en las que no pude relajarme o dormir debido a la excitación del momento. Llegué a medio día a Stratsmore y en seguida busqué un taxi que pudiera llevarme hasta Thornhill. Cuando ya me encontraba allí, estaba comenzando a anochecer y busqué algún motel en el que poder alojarme durante la noche. A la mañana siguiente emprendí mi viaje a la hora del alba. Me esperaba un largo camino a pie por un páramo frío y montañoso. Sabía que tenía que llegar hasta una zona de acantilados y después de todo el día caminando todavía no veía el mar. Tardé varios días hasta que al fin el paisaje cambio y dio paso a los bravos y hermosos acantilados. Las noches las pasé a la intemperie, con una mezcla de miedo y exaltación. Comencé a ponerme nervioso cuando quedaban menos de doce horas para encontrarme con Arnold y aún no había dado con la maldita cueva. Escruté cada rincón, miré los mapas físicos que había traído conmigo y también en el GPS de mi teléfono móvil. Estaba cerca, muy cerca, pero no conseguía encontrar ninguna señal de que por allí hubiese una cueva o similar. Caminé en círculos, regresé sobre mis huellas varias veces por si se me había escapado algo. Bajé una colina en dirección a la playa para obtener una perspectiva distinta. Seis horas.

Estaba a punto de darme por vencido cuando, en un extremo de la desierta playa en la que había parado a comer algo, vi unas rocas que parecían tener cavidades y volví a albergar esperanzas de llegar a tiempo. Al acercarme confirmé mis sospechas, las grietas que se veían de lejos se hacían más grandes y profundas. Quedaba poco más de una hora para las doce; así que inspiré hondo y reuniendo toda mi valentía me adentré en la boca de la cueva. Las paredes de roca se cernían sobre todo mi cuerpo, obligándome a avanzar de lado. Notaba la aspereza de la roca en mi torso y en mi espalda, avanzar era todo un desafío. El eco de mi respiración era lo único que sonaba en aquel estrello pasaje. Con cada paso que daba, la oscuridad se volvía más densa y inevitable, aunque llevase una linterna. El entorno era cada vez más agobiante, pero no quedaba más remedio que seguir avanzando. No sé cuanto tiempo estuve recorriendo aquel angosto camino, agachándome o esquivando rocas que sobresalían. Tampoco tenía idea de si sería capaz de salir tal como había entrado.

ECOS DE LO DESCONOCIDO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora