—No te voy a mentir, Elaira —comenzó el líder con voz firme—, tu situación es tan complicada como extraordinaria.
Hizo una pausa, como si calibrara sus siguientes palabras.
—Lo que estamos a punto de contarte puede sonar increíble, pero es la pura verdad. Este no es tu mundo.
Los ojos del líder se centraron en los míos, serios.
—Provienes del plano basal, o como nosotros lo llamamos: Atornis. Ahora te encuentras en Fyrterra... el plano elemental.
No entendía ni una palabra de lo que ese hombre decía. ¿Atornis? ¿Fyrterra? Esos lugares no existían. Y, ¿cómo que ya no estaba en mi mundo? ¿Acaso existían más mundos? Era algo absurdo. Improbable. Empecé a pensar que todo esto era alguna especie de broma o, peor aún, una secta rara.
—Señor... —tomé aire, tratando de controlar mi incredulidad— no quiero sonar irrespetuosa, pero... siento decirle que eso es imposible. —Mi voz sonaba más tensa de lo que esperaba—. Así que, por favor, me gustaría que me indicaran dónde estamos exactamente; cuál es la ciudad más cercana y cuán lejos está de Westbrough. —Me crucé de brazos, tratando de mantenerme firme—. No intento desmerecer lo que han construido aquí, pero este no es mi lugar. Tengo que volver a casa.
Cairos, el anciano que me observaba con una expresión desaprobadora intervino antes de que el líder pudiera responder.
—Sé que es difícil de creer, niña —dijo, arrastrando las palabras como si le pesaran—, pero Druvian te está diciendo la verdad.
Su tono severo y la mirada fría me hicieron sentir diminuta, como si estuviera cometiendo un sacrilegio al cuestionar a su líder. Apreté los labios, sin saber qué responder.
—Hay algo en lo que tienes razón —continuó Druvian, el líder, con un leve asentimiento y una mirada que parecía medir cada reacción mía—. Este no es tu lugar, pero tampoco será fácil que vuelvas a casa.
Hizo una pausa, observándome con detenimiento, como si buscara las palabras exactas para que yo lo entendiera.
—Déjame explicarlo de la mejor forma posible —dijo, su tono más suave pero cargado de gravedad—. Existen dos mundos, o planos: el tuyo y el nuestro. Iguales en esencia, pero a la vez muy distintos.
Sentí que el suelo bajo mis pies temblaba, aunque no se movía. No sabía si era la intensidad de sus palabras o el hecho de que, por primera vez, comenzaba a dudar de todo lo que creía real.
—Pero... pero eso no es posible —murmuré, apenas capaz de pronunciar las palabras. La incredulidad me aturdía, y mis manos temblaban mientras intentaba asimilarlo.
Era cierto que desde que me desperté aquella mañana, todo me parecía muy extraño y, a la vez, familiar. Sin embargo, no podía aceptar lo que esos hombres me decían.
—Existe una leyenda —continuó Druvian, ignorando mis últimas palabras, como si mis dudas no tuvieran peso. Su voz era firme, llena de un conocimiento antiguo. — De cómo surgió el velo y el mundo se dividió en dos.
A medida que hablaba, el ambiente se volvía más denso, como si cada palabra pesara sobre nosotros. Yo lo escuchaba, pero seguía sin comprender a lo que se refería. Mis pensamientos se mezclaban, creando un torbellino en mi mente mientras trataba de encontrar algún sentido a sus palabras.
Entonces, el anciano Cairos se levantó de su silla, con cuerpo encorvado y un andar pausado. Se dirigió lentamente hacia el centro de la sala, capturando la atención de todos con una presencia que no podía ignorarse.
—Todo comenzó en la ciudad de Arvandyl —dijo Cairos, con la mirada fija en mí, como si cada palabra que pronunciaría estuviera cargada de un peso histórico—. Allí fue donde surgió toda civilización. Al principio, todos convivíamos en armonía los unos con los otros y con la Madre Naturaleza, canalizando su energía y empleando las artes elementales para el beneficio de todos.
—Sin embargo, la ambición y el egoísmo innato que poseemos los humanos comenzaron a hacer mella en el pueblo —continuó, haciendo una pausa para observar el impacto de sus palabras —. Muchos Ekarïath empezaron a creerse mejores que los humanos normales y abusaron de su poder. La gran mayoría de los Ekarïath ya no utilizaba sus habilidades para el bien común, sino que, para su beneficio propio, creando escalafones en la sociedad que los posicionaban por encima de los demás.
Cairos respiró hondo, su voz resonando con la gravedad de lo que estaba a punto de relatar.
—Cuenta la leyenda que este abuso llevó al límite a la Madre Naturaleza, que siempre nos había protegido y cuidado bajo su brazo. Hace casi cien años, una noche se desató la peor tormenta que jamás haya existido en el epicentro de nuestra comunidad, Arvandyl —prosiguió, su tono era más solemne—. Los textos lo describen como la venganza de la naturaleza por el abuso que se hizo de su poder.
Se inclinó ligeramente hacia adelante, como si quisiera que sintiera en mi propia piel la intensidad de su relato. Lo que nadie en esa sala sabía era que la noche anterior había tenido una terrible pesadilla en la que ocurría todo lo que estaba narrando el anciano.
—Los cuatro elementos se desataron y arremetieron contra los humanos. Grandes rayos impactaron contra el suelo, provocando terremotos y abriendo grietas en la tierra. El río se desbordó, inundando todo a su paso y tragándose a cientos de inocentes. Incendios por doquier, y un viento tan feroz que levantaba casas del suelo... un completo y absoluto caos.
Se detuvo un momento, observando mis reacciones antes de terminar su relato. Intenté no delatar mis sensaciones sobre todo aquel asunto, aunque era muy extraño que aquella "leyenda" que me estaba contando fuese exactamente igual a lo que había soñado. Vivirlo había sido, sin duda, muchísimo peor de lo que él describía.
—Entonces, cayó un gran rayo sobre el río que dividía la ciudad en dos y fue entonces cuando el velo se levantó, conteniendo en un lado todo el poder de los elementos y en el otro, vacío, carente de cualquier vestigio de Hekarü.
Con aquella última frase, me quedé helada; eso fue lo último que pude ver en mi pesadilla. Después, una luz blanca lo eclipsó todo y desperté. Comencé a dudar sobre la veracidad de aquello. Me obligaba a mí misma, para mantener la cordura, a pensar que se trataba de una simple historia, pero una pequeña parte de mí creía que era cierto. Tras conocer aquella historia, pude comprender mejor las palabras que Arnold repetía en mi cabeza, cuando decía que aquello marcó un antes y un después, o que había perdido a su familia para siempre. Era bastante probable que hubiesen sido separados por el velo, incapaces de volver a verse. Todo esto, claro, suponiendo que lo que me contaban y mi pesadilla fueran reales. Pero si no eran reales, ¿cómo era posible que ambas coincidieran tan exactamente?
La sala empezó a dar vueltas a mi alrededor, y por un momento pensé que me desmayaría. La parte más racional de mí se negaba a creer una sola palabra de lo que aquellos lunáticos decían, pero en el fondo, mis instintos más primitivos me advertían de la veracidad de sus palabras.
—Hay algo más —intervino el líder, su voz firme interrumpiendo con suavidad el discurso del anciano—. Este mundo... —Hizo una breve pausa, como si estuviera considerando cómo continuar —tiene algo especial. Es probable que, con todo el shock por tanta información, se te hayan pasado algunos de los detalles que mencionó Cairos.
Druvian entrelazó sus manos sobre la mesa, inclinándose ligeramente hacia adelante antes de seguir hablando.
—Todo este mundo se rige por la energía de los cuatro elementos de la naturaleza —continuó con una seriedad que captaba toda mi atención—. Aquí, todos somos capaces de canalizar su poder y lograr cosas grandes con él. A diferencia de tu mundo... en la Tierra o Atornis como nosotros lo llamamos, no existe tal poder, debido a lo que ocurrió aquella noche. —Sus ojos se oscurecieron por un instante antes de añadir—: A la que hoy en día se conoce como La Noche del Fin.
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ECOS DE LO DESCONOCIDO ©
Mystery / ThrillerElaira lleva una vida aparentemente normal, rodeada de una amiga inseparable y una familia amorosa que, aunque tiene sus altibajos, la apoya incondicionalmente. Sin embargo, a medida que empieza a experimentar sensaciones desconcertantes y pesadilla...