V - Maria Juana

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Han

Desperté con la sensación de haber dormido en una licuadora a máxima potencia, con cada parte de mi cuerpo quejándose y un sueño todo rancio, a pesar de que no había tocado ni una gota de alcohol la noche anterior. Me moví un poco en la cama, intentando encontrar una posición que me permitiera sentir un mínimo de confort, pero nada funcionaba. Cada movimiento era un recordatorio de lo cansado que estaba, como si el universo hubiera decidido hacerme un favor y dejarme sin energía.

La verdad es que consumir cosas es algo, pero beber, eso es otro nivel de autodestrucción que no estoy dispuesto a alcanzar. Es curioso cómo hay ciertos límites que establecemos para protegernos, y el alcohol definitivamente era uno de ellos. Sin embargo, también soy consciente de que consumir cosas no es una opción saludable en sí misma.

No lo hagan, ok, se me viene el pensamiento en primera persona en un intento de anunciar a nadie que pudiera estar escuchando, aunque estaba completamente solo en mi habitación.

Me levanté con el ánimo por los suelos como siempre, no porque la fiesta de anoche me hubiera dejado una resaca mental, sino porque, al regresar a casa, me encontré a mis padres en medio de un combate de gritos que resonaban en cada rincón de la casa. El eco de sus voces se había convertido en parte de la decoración.

Siendo honestos, el único ganador en esa pelea era el sueño, que se fue por la ventana junto a mi esperanza de una noche tranquila y junto con mi escasa paz mental. Cada grito era como un ladrillo más en la pared de incomodidad que ya había construido en mi vida.

Me preparé un café, no tanto porque realmente lo quisiera, sino porque necesitaba algo que se sintiera un poco más productivo que simplemente quedarme los mirando restos de mi noche y escuchando la melodía interminable de los gritos que parecían no tener fin. La cafetera goteaba lentamente, como si quisiera tomarse su tiempo para torturarme con el aroma del café que no iba a aliviar mi situación.

Mientras el café se preparaba, me quedé disociando un rato, con la mente viajando lejos de esa sala abarrotada de tensiones familiares. No podía dejar de pensar en el sueño raro que había tenido.

Soñé con Lee Know, o Minho, como sea; sí, el mismo tipo que había visto solo un par de veces y al que apenas conocía. Era sorprendente que alguien tan efímero se colara en mis pensamientos de esa manera, como si tuviera un pase VIP a mi subconsciente sin haberlo solicitado. Era extraño, en realidad. La imagen de su rostro, esos rasgos que parecían esculpidos por algún artista caprichoso, se mantenía presente, y su sonrisa juguetona se repetía una y otra vez en mi mente.

Me pareció tan extraño que él apareciera en mi sueño. ¿Por qué estaba soñando con alguien que conocía tan poco? La lógica no tenía cabida en esta situación, y eso era lo que más me incomodaba. Los sueños tienen esa habilidad de ser completamente ilógicos y, a veces, bastante molestos. ¿Acaso mi subconsciente estaba tratando de decirme algo? Tal vez había algo en su forma de ser que había llamado mi atención más de lo que quería admitir. Pero la verdad es que en este momento no tenía ánimos para descifrarlo. Simplemente lo dejé de lado, sabiendo que esos pensamientos no llevarían a ningún lado y que, al final del día, mis sueños eran solo eso: sueños.

Hoy, ¿qué día es? Ni idea. La falta de rutina me había llevado a perder la noción del tiempo. Aún así, vi que Jeongin había subido un tweet diciendo que harían una presentación en un antro como a las 10:30 de la noche. Mi mente procesó la información, y una mueca se dibujó en mis labios. Hmmm... antro. Era el peor lugar para gente super antisocial como yo. Las luces parpadeantes, el ruido ensordecedor y la gente que parece disfrutar de la vida a niveles que me resultan alienígenas.

Pero, por alguna razón, sentí que tenía que ir. Tal vez era mi necesidad de escapar de mi familia alcohólicamente disfuncional, un refugio temporal de su caos. Cualquier cosa parecía mejor que quedarme en casa aguantando sus gritos y discusiones sin fin. Además, ver a Jeongin en el escenario siempre me daba algo de risa. El chico tiene talento, no lo niego, pero verlo en su pose de estrella del rock es un espectáculo por sí solo. La forma en que se mueve, como si cada acorde y cada nota lo llevasen a otro mundo, siempre me dejaba asombrado. A veces me pregunto cómo es que terminamos siendo mejores amigos; él tan lleno de energía y yo, bueno... yo, pues yo tengo salud. (Tampoco, pero es un detalle menor que prefiero obviar).

Aprendiendo a amar [Minsung]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora