malditos platos

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- ¡Vaya, de verdad te atreviste a aparecer!

Gian notó cómo todos los ojos se enfocaban en él. Su hermana y sus cuatro empleadas; todos lo miraban. Sonrío un momento como él lo sabía hacer, lanzando su mochila a una de sus empleadas, mientras se despojaba de su abrigo de cuero negro, deslizándola por su cansado cuerpo de veinte años para luego echar un vistazo a lo que tenía al frente. La casa estaba igual como la dejó hace tres semanas, lo único que había cambiado era la mesa de comedor, que estaba atiborrada de todos los platos habidos y por haber. Su sonrisa sinvergüenza se ensanchó, mirando ahora a la que era su hermana.

- ¿Por qué no aparecería? ¿Acaso no enviaron al chófer para que vaya por mí?

- No sé, pensé que te quedarías por ahí, haciendo lo que te gusta...

Puta. ¿Haciendo lo que me gusta, dijo? pensó gian.

Bueno, quizá, maria tenía razón. Cada vez que llegaba de viaje, se iba a cualquier pub cercano y terminaba cogiendose a media ciudad. Sí, claro, era extraño que hoy no se encontrase "haciendo lo que le gusta"

- ¿Por qué? ¿Alguna de tus amigas está disponible, hermanita?

- Imbécil.

- Si es que así, solo avisa y pásame su dirección. No, no, mejor dile que vengan ellas para acá, pues el que les hará el favor seré yo.

- Cerdo, creo que quieres morir...

Gian reprimió una carcajada, lanzándole su abrigo en el rostro y caminando hacia la mesa vacía para sentarse y engullirse todo lo que le sea posible. Si hoy no habría sexo, al menos había comida, ¿no? Tomó un plato frente a la incrédula mirada de su hermana y lo llenó de fideos, llevándoselos a la boca luego.

- gian, qué bueno tenerte temprano, ¿cómo te fue en Barcelona?

La voz de su padre lo detuvo enseguida. Los fideos tocaron su boca, pero está no los probó. Se levantó enseguida, fingiendo la mejor sonrisa que podía. Su madre también lo miraba con el rostro más serio que había visto en su vida, repleta de esas estupideces enormes alrededor de su muñeca, sus orejas y su cuello.

- Pensé que vendrían luego y tenía mucha hambre -hizo una reverencia mal hecha y se sentó de nuevo, echándole un ojo al spaghetti - No pasó nada interesante en Barcelona, la charla estuvo muy aburrida, pero hice lo mejor de mí, créanme.

Si exacto, él había hecho lo mejor de sí; se había reventado todas las botellas del hotel, había tocado todos los culos expuestos en la piscina, había tenido sexo acuático, había llevado a su habitación a todas las que les fue posible y mientras asistía a la charla empresarial, había flirteado con señoras mayores que el. Gian había hecho lo mejor de sí, de eso no cabía duda. Observó cómo todo el mundo se sentaba alrededor de la mesa.

- Qué bueno que estés interesándote más, sabes que por tu bien, debes empezar a prepararte para hacerte cargo de la empresa -su madre habló de repente, elevando la mano hacia las uniformadas criadas - Sírvenos el vino y ven llévate algunos platos, que están de más.

¿Hacerse cargo de la empresa? Esa era la mayor bobada que había escuchado en su vida, pero no dijo nada y el solo se llevó la comida a la boca, maldiciendo en su mente. En realidad, solo había accedido a ir a Barcelona por dos razones. La primera era que podría ventilarse las neuronas y coger con extranjeras y la segunda, obviamente, era que si no lo hacía, su padre era capaz de amputarle los testículos y desheredarlo. Así como lo escuchaban. Dos de las criadas se acercaron rápidamente, retirando uno que otro plato en silencio.

Inocencia Pasional |giamila|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora