39. BREE

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No sé cuánto tiempo pasamos frente a la puerta, perdí la cuenta cuando en algún punto solo quise alejarme de todo lo que me estaba abrumando y le pedí a Arek que me hablase de los dioses

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No sé cuánto tiempo pasamos frente a la puerta, perdí la cuenta cuando en algún punto solo quise alejarme de todo lo que me estaba abrumando y le pedí a Arek que me hablase de los dioses. Su voz era baja y tranquila, en cierta forma un punto de apoyo en el precipicio que sentía que era todo. De vez en cuando divagaba contándome algún dato que le parecía extremadamente curioso, cautivado por lo que narraba, con una mirada tan brillante que no habría tenido nada que envidiarle a la luna.

Me tranquilizó bastante tenerlo al lado logró captar al cien por ciento mi atención con cada palabra que salía de su boca. Aunque he de reconocer que en algunas ocasiones perdía el hilo de lo que me contaba porque estaba tan cerca de mí que de vez en cuando me tocaba mientras hacía gestos para explicarme cualquier cosa. En esos segundos la parte menos racional de mí se volvía loca y empezaba a sentir un cosquilleo por todo el cuerpo junto a las viejas mariposas en el estómago que jamás pensé sentir.

No había conocido jamás a nadie que amase tanto los mitos como él y mucho menos había conocido a alguien que se supiera tantos. Arek era una biblioteca con patas con toda la información habida y por haber sobre las guerras de Terris, sus dioses y dioses de otras culturas de la Tierra. Aunque tuviera predilección por los romanos y griegos por ser tan similares a los suyos.

—¿A dónde vas? Creía que habías dicho que teníamos que irnos ya —le pregunté cuando se desvió hacia la calle contraria a la mía —. La tienda de antigüedades está por aquí —señalé dándome cuenta de lo apagada que seguía sonando mi voz.

—Quiero llevarte a un sitio antes —retrocedió un paso para tomarme de la mano y darme un leve tirón para que caminase.

Observé nuestras manos un segundo al darme cuenta de que él no parecía haberse fijado en el gesto. Casi que corrí para ponerme a su altura rezando para que no me soltara, en ese momento lo que necesitaba era un abrazo y sabía perfectamente que a él la idea no le agradaría. De todas maneras, sonreí un poco, había notado la preocupación que lo había perseguido desde nuestro encuentro con Pablo. Elian decía que Arek nunca se preocupaba por nada, pero me había ido fijando en cómo se inquietaba por ciertas personas.

Mi entrenador tenía una muy mala concepción de sí mismo, pero era el primero en pedir que le llevasen té a Reagan cuando estaba estresado o entrenar con Kane si ese se lo pedía para distraerse. Daba igual qué tan cansado pudiera estar o qué tantas ganas tuviera de hacer otra cosa, siempre tendría tiempo para aquellos a los que consideraba su familia. Incluso con Layna, cuando ella estaba de guardia, la mayor parte de veces que le tocaba sustituirla, aparecía antes para que pudiera marcharse a descansar.

—¿A dónde vamos? —pregunté, no entraba demasiado a esa zona de la ciudad, pero había ido varias veces y me gustaban algunas tiendas concretas, incluido un pequeño cine casi olvidado que tenían dos ancianitos y sus hijos en los que ponían todo tipo de películas que ya no se veían en salas normales.

Heraldos de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora