48. BREE

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BREE

—¿Dónde...? —miré a mi alrededor, una gran sala iluminada por grandes antorchas de fuego azul.

Caminé mirando la piedra negra de la enorme habitación, la alfombra rojo sangre y sobre todo la gran mesa de madera llena de mapas. Me acerqué tratando de controlar el miedo, en el fondo de mi ser sabía dónde estaba y eso solo lograba ponerme aún más tensa. Mi magia cosquilleaba más que nunca en mis dedos, podía sentirla luchando por salir, pero sobre todo podía notar cómo cada uno de mis sentidos se había agudizado hasta puntos desconocidos para mí.

La sala olía a fuego, antigüedad y bosque. Alrededor de la mesa había cuatro elegantes sillas, aunque la que la coronase fuera la más llamativa de todas. Negra como la noche, con cuervos tallados en el alto del respaldo y calaveras en los reposabrazos. La silla de Raven era una definición gráfica de quién era, a su derecha la de Stregissa mostraba a las brujas y a los dragones y a la izquierda estaba la de Fónisa con mariposas negras talladas sobre el blanco respaldo decorado con tallas de armas blancas y una luna.

Me lamenté un poco por haberme desconectado de alguna de las historias de Arek, no pude saber a quién pertenecía la última silla. Era rojiza y más pequeña que las otras, eso no evitaba que me planteara si pertenecería al dios que hubiera creado a los portadores de fuego, después de todo tenía talladas llamas. No se me pasó lo de que fuera mucho más sencilla que las demás, como si su dueño no se hubiera molestado en decorarla o no la hubiera elegido él.

Escuché unos pasos acercándose apresurados y me preparé para luchar, aunque no tuviera claro contra qué o cómo usar el poder que llevaba tanto tiempo queriendo negarme, sabía que haría uso de él en caso de ser necesario. Busqué rápidamente cualquier objeto que pudiera servirme de arma, tal y como Arek me habría pedido. Me moví mucho más rápido que en toda mi vida en el mismo momento en el que me encontré con abrecartas olvidado entre todos los papeles.

Me preparaba para atacar cuando un lobo negro entró en la habitación, me miró con curiosidad moviendo las orejas, como si captase todos los sonidos del lugar. Compartimos una mirada, sus ojos azules estaban cargados de inteligencia mientras analizaban si acercase o no y me daba cuenta de que conocía aquel olor.

—¿Arek? —se levantó a toda velocidad y caminó hacia ella, en cuestión de décimas de segundo el lobo dio lugar al hombre —. Eras tú... —murmuré mirándolo a los ojos, estaba más serio que nunca y parecía luchar contra algún impulso mientras sus ojos eran completamente negros —. Tus ojos...

—Es normal, ¿qué hay de los tuyos? —estaba cubierto por su armadura de indiferencia, pero debajo de ella, solo para mí, había una pequeña pregunta oculta: "¿estás bien?"

—¿A qué te refieres? —busqué alguna superficie en la que reflejarme, a pesar de que no la encontrara.

—Están color miel —fruncí el ceño, mis ojos siempre habían sido azules.

No pude hacer ningún tipo de pregunta, Arek escaneó a toda velocidad la sala, en cuanto los dos nos pusimos tensos al escuchar otros pasos acercándose. Mi entrenador si un paso a un lado para ponerse entre la puerta y yo a la par que llevaba una mano a la empuñadura de su espada. La tensión era perceptible en cada uno de sus músculos, aunque me diera la impresión de que en el fondo no pretendía atacar.

—No son las pisadas de ninguno de ellos —susurró mientras se acercaban más y más a nosotros.

A los pocos segundos entró por la puerta un hombre como había visto pocos en mi vida. Era hermoso como ninguno, elegante y letal. Sus pisadas eran seguras y decididas mientras entraba en la sala mirándonos con una chispa de curiosidad y reconocimiento. No paró hasta detenerse a unos pocos metros mirando a Arek fijamente a los ojos con una sonrisa que me asusto. Era un hombre de pelo negro y tez muy pálida —rasgos muy similares a los de los hombres de Delta, pero mucho más bellos en él— alto, con la espalda ancha y el porte de un general en la guerra, sus manos estaban curtidas de cayos y pequeñas cicatrices testigos de sus batallas. Su ropa era de cuero, de colores oscuros que estaban perfectamente a la par de las armas que colgaban de su cinturón, una enorme espada acompañada por dos elegantes dagas, todas ellas enfundadas en cuero negro.

Heraldos de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora