21. AREK Y BREE

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AREK

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AREK

Había pasado a penas una hora entrenando a la novata y ya estaba teniendo que respirar hondo para no darse cabezazos contra la pared, no sabía qué le molestaba más, si el que no parase de quejarse, el que no tuviera ni idea de absolutamente nada o su poco fondo físico.

—¿Podemos descansar? —pidió ella con la respiración demasiado entrecortada como para parecer que lo que llevaba eran cuatro estocadas —Como siga voy a perder el brazo —dramatizó.

—Cinco minutos —concedió Arek, no lo ayudaría a entrar en Los Dagas matar a la sobrina del rey.

La novata se dejó caer en el suelo y escondió la cabeza entre las rodillas desesperada por recuperar el aliento.

—¿Has traído agua? —preguntó Arek empezando a preocuparse por la falta de color en la chica de los agujeros en las mejillas, su respuesta fue una negación leve con la cabeza, como si no tuviera fuerzas para más —¿Te han dicho de dónde sacarla? —la joven repitió el gesto un poco más recuperada, aunque aún incapaz de hablar —. Ahora vengo, no te muevas de aquí —ordenó tras un suspiro.

Si ella respondió algo no lo escuchó, caminó en silencio hasta su habitación y sacó una botella vacía del armario donde guardaba todo el equipo de entrenamiento, luego se dirigió al patio de nuevo.

—Arriba —le dijo nada más llegar a su lado —. Aprende a sobrevivir. A entrenar no se viene sin agua —le puso la botella en las manos en cuanto se levantó y él apuró el paso para llegar a la fuente de piedra de uno de los laterales del campo de entrenamiento —. Puedes llenarla aquí, en cualquiera de las fuentes de toda el área militar o en el río. Si necesitas más en el comedor ponen botellas.

Chase miró la botella de metal negra como dudando y calculando, como si midiera las posibilidades de que Arek fuera a matarla por moverse hacía la pared de piedra con un grifo, llenó la botella y bebió como si hubiera pasado meses sin tomar agua.

—¿Va a ser siempre así de duro? —preguntó ella, con más color en la cara, sentada en el suelo jugando con la botella en las manos, Arek tuvo que morderse la lengua para no decirle que no había ni completado su calentamiento.

La chica tuvo que leer algo en su expresión, más allá de la indiferencia, que la hizo suspirar con frustración.

—Claro que sí... —murmuró cansada con la vista perdida en algún punto del patio —Que estúpida —rio con amargura —, no estoy viviendo un cuento de hadas, ¿quién me dijo que todo esto sería buena idea?

A él jamás se le había dado bien consolar gente, aunque hizo un esfuerzo sentándose a su lado sobre la hierba del patio. Que la chica se desmoralizara en ese momento no iba a traerle nada bueno, debía entrenarla, al precio que fuera. Si ella no aprendía a hacer tres buenas estocadas los años que llevaba trabajando por Los Dagas no iban a servir de nada. Arek se dijo que era eso y no sentir que veía un reflejo del crío asustado que había llegado a Delta hacía cinco años lo que lo llevó a tratar de animarla.

Heraldos de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora