CAPÍTULO 12 - PUNISHMENT

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Emma.
No dejo de ver a mi yo de noches atrás enviando mensajes y sonriendo como estúpida.
Las palabras escritas dan vueltas en mi cabeza al igual que las emociones causadas y las
ilusiones deshechas creyendo mentiras.
Me muevo, la garganta y la boca las tengo secas, así como tengo una sensación de
hormigueo en todo mi cuerpo.
Los ojos se me abren lentamente y lo primero que hago es taparme inútilmente, ya que
no hay nadie en la alcoba. La base donde estaba ayer sigue en su sitio y el recordar todo
me levanta vistiendome a las carreras, «El Boss». No entro al baño, no hago mis
necesidades, simplemente me pongo la ropa, recojo la cartera y los papeles antes de salir
huyendo.
No hay voyevikis a la vista y con afán aparto a los huéspedes adentrandome al elevador
antes de que se cierre, las piernas me tiemblan todavía, la piel me arde por los azotes y
me quedo en el rincón anhelando que el aparato baje rápido mientras lidio con la imagen
de él en mi cabeza. Los ojos me escuecen, la garganta me pica, pero sigo firme saliendo
a abordar el taxi que paro a la salida del hotel.
Me aseguro de que nadie me esté siguiendo a la vez que le indico al hombre que se
apresure a la zona privada donde vivo. Vuelvo a mirar atrás mientras conduce y del afán
que tengo termino dejando caer el dinero con el que intento pagar.
Me apresuro adentro y mientras camino busco las llaves, los escalones los subo
corriendo hasta llegar al apartamento que abro y con la puerta asegurada reviso que no
haya extraños antes de irme a la habitación de Amelie donde con prisa recojo todo; los
muñecos, la ropa, la decoración, todo. Los hecho en las bolsas al igual que las fotos de
ambas, los dibujos y los cuentos.
Quito las sábanas de la cama y las cortinas coloridas arrinconando todo en el closet con
llave. Llamo a Rita quien me indica que acaban de llegar a Gehena y me paseo por la
sala hablando con la princesa.
—Portate bien —le pido.
—¿Cómo la princesa Diosa Kitty?
—Si, como la princesa Diosa Kitty—me despido
Me manda un beso y finalizo la llamada quedándome en el centro de la sala. El pecho
me está temblando y ha de ser porque todavía tengo el olor del Boss encima. Suelto el
teléfono antes de agacharme a tomar los papeles que dejé tirados.
Me imagino a Camile preguntándome más tarde cómo va todo y tendré que decir que
todo fue una burla y que terminé siendo follada por uno de los enemigos de mi familia.
Tendré que asumir que estaba ilusionada y sintiendo un no sé qué por un “empresario”
que resultó ser un mafioso de porquería.
Me siento en el borde del escalón que da al vestíbulo con los documentos en la mano.
Era tan obvio, que mis estúpidas ganas de en verdad conocer a alguien así me quitaron
la objetividad… Trato de pensar en qué hacer, pero la llamada que me entra me hace
volver a tomar el móvil.
—Miembros de la Federación vienen para acá —indica mi manager—. Te necesito lista
y dispuesta dentro de una hora.
«La Federación», eso es importante, me quedo sin saber qué contestar, ya que tendría
que estar buscando dónde irme, pero…
—¿Si me oíste? —insiste Federico.
—Claro —reviso la hora—. Te veo en la pista.
Si me quedé aquí fue por algo y no puedo desenfocarme a tan pocas semanas del
concurso que llevo esperando desde el año pasado porque sí o sí tengo que ganar. Dejo
de pensar en lo que pasó anoche y corro a bañarme fingiendo que no sucede nada, me
centro en que me corrí en la boca de un empresario cualquiera y ya. Así como he callado
lo que sucedió durante mi secuestro me voy a callar esto también.
Recojo mi cabello, meto la cabeza en mi conjunto deportivo y aplico una capa de
maquillaje ligero antes de tomar las cosas que necesito.
Reviso que no haya nadie sospechoso en el pasillo y con el maletín en el hombro bajo al
estacionamiento subterráneo caminando rápido en busca de mi auto.
El sitio es extenso, no es que cuente con mucha claridad, así que mantengo la vista fija
en el frente. «Solo encuentra el vehículo» me digo, pero un leve temblor me avasalla
las rodillas cuando siento que me están observando.
Trago la saliva que me inunda la boca mientras sigo caminando, sin embargo, me es
inevitable mirar a mi izquierda cuando las luces de una camioneta parpadean.
«¡Demonios!» Aprieto el paso a la vez que el vehículo se abre dándole paso al ruso que
azota la puerta antes de venir por mí. No puedo devolverme y solo quiero encontrar mi
auto, así que empiezo a correr, pero más demoro en pensarlo que él en tomarme
llevándome contra una de las columnas de cemento.
El maletín se me cae y batallo con él intentando pedir ayuda, pero me tapa la boca con
rudeza.
—¿Te pedí que te fueras? —me baja dejándome contra la columna y aprovecho para
forcejear— ¿A quién le pediste permiso?
—¡Aléjate! —exijo cuando logro apartar su mano de mi boca y sujeta mis muñecas
metiendo las manos en mi pantalón deportivo.
—Lo haré cuando me sacie —sujeta mi sexo acalorándome en segundos—, ahora me
estoy divirtiendo con mi presa favorita.
—sigue—. Mi favorita y la que se ha portado bastante mal.
—¡No! —le vuelvo a batallar— ¡Yo ya estoy fuera de esto y no te interesa lo que yo
haga!
Suelta a reír clavándome más en la columna soltándome la expresión llena de malicia
que tanto odio y es que cada que lo hace un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
—Suéltame.
—¿Y dejarte? Estoy de vuelta, al igual que mis ganas también —responde acercándose
más—. No me voy a ir porque me gusta acecharte en modo siniestro, oler tu miedo
mientras disfruto como sufres con el peso de tus errores porque te equivocaste, ¿Cierto?
Niego de inmediato mirándolo a los ojos con el corazón retumbándome en los oídos.
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—No…
—¿Segura? —insiste.
—Si.
Vuelve a poner las manos en mi garganta y esta vez con más rabia.
—Tus monosílabos no quitan mi enojo —intenta irse y lo sujeto del brazo para hablarle,
pero se suelta poniéndome de cara contra la columna— ¿Sabes cuál es el castigo por tus
fallas?
Tenerme de vuelta, ser de nuevo una pesadilla y esta vez una mucho más aterradora.
Su fuerza es capaz de triturarme los huesos con un mero apretón o así lo siento con lo
enojado que está.
—Recuerda a las ratas, a Dalila, a Maxi, al jurado —sigue—... Recuerda todo lo que
hice cargado de rabia solamente —aprieta más fuerte—. A eso súmale que ahora estoy
celoso, insatisfecho y enojado contigo que mientes asegurándome que el esclavo no es
especial, pero bien que lo has visitado durante estos tres años.
—Porque somos amigos.
—Te gusta, esa es la explicación más coherente —me interrumpe— ¿Por eso tanto
miedo? ¿Temes a que te lo mate? ¿A que lo convierta en una rata?
— Cedric es libre y nada de lo que haga es de tu incumbencia —le digo—. Tiene gente
que lo quiere, adora y necesita.
Mi respuesta hace que me suelte y volteo a verlo masajeándome las muñecas mientras él
asiente mirándome mal como en mi apartamento de Moscú.
—Déjalo en paz —culmino.
—Sé veloz a la hora de correr.
Se da la vuelta en busca de la camioneta donde vino y respiro angustiada tomando las
cosas que dejé caer.
Una punzada aguda me taladra la cabeza, Amelie es lo que más me preocupa y llamo a
Rita para saber si está bien mientras busco mi auto.
—Todo en orden señora Emma —me indica—. Está en sus clases de canto.
—Llamo más tarde.
Enciendo mi auto con el mando a distancia acercándome a la puerta, pero mis pies se
detienen cuando el último de la hilera que tengo al frente dispara la alarma, el que está
en la misma posición, pero en la fila contraria hace lo mismo y mi sexto sentido me
hacen retroceder abrazando mi maletín.
Miro a todos lados cuando todas las alarmas se disparan al mismo tiempo y…
El primer auto estalla, el que le sigue hace lo mismo y emprendo la huida lejos cuando
empiezan a volverse nada uno por uno. La onda expansiva revienta los vidrios, las luces
y caigo en medio del humo, pero vuelvo a levantarme corriendo a la salida, «Hijo de
perra».
Sigo agitada mientras el olor a pólvora avasalla mis vías respiratorias, las alertas
aledañas se encienden, el portero no está en su sitio y paso por debajo de la baranda
subiendo la rampa y cayendo en la acera mientras los últimos vehículos se vuelven una
nube de humo que dispara fragmentos de metal y vidrio.
El ruido cesa, humo negro es lo que sale del estacionamiento mientras los residentes
evacuan el edificio.
—Señorita ¿Está bien? —alguien me ayuda a levantarme y solo muevo la cabeza
alejándome asumiendo lo que acaba de pasar.
Me duele la cintura y miro atrás viendo el caos que él acaba de causar.
Cuando me pregunto el porqué de no abrir la boca en cosas como estas obtengo la
respuesta; El Boss es una agonía cuando de enemigos se trata.
Estoy en shock con los oídos tapados y en vez de buscar un hospital le saco una mano al
taxi pidiendo que me lleve al centro de entrenamiento.
«Amelie está lejos» pienso, está lejos y no tiene caso que pierda el tiempo en la hija de
un esclavo teniendo a mi hermana encima.
Con los oídos doliéndome me acomodo el cabello, me paso una toalla por la cara y
acomodo mi sudadera centrándome en la Federación. Mi estacionamiento acaba de
volverse pedazos, pero ni con eso quiero dejar esto de lado y siento que soy una niña
luchando porque no dañen el proyecto que tanto le ha costado.
Pago antes de bajarme y me encamino a la pista, voy quince minutos tarde y Federico
está con los miembros del comité, así que respiro hondo fingiendo que no acabo de salir
de una explosión.
—Que gusto saludarlos —me muestro amable.
Es una revisión de rutina donde piden mi historial médico y se aseguran de que esté apta
para el quinquenio, discretamente le pido disculpas a mi manager por la demora y solo
tuerce la boca. Son dos horas de preguntas generales y donde me explican todas las
condiciones, los premios y las oportunidades.
—Sabemos que este es el galardón más grande de un patinador —comentan los
miembros del comité—, el cual dará un jugoso cheque, reconocimiento y un lugar en el
museo de la Federación Internacional del Patinaje Artístico sobre Hielo.
Lo último curva mis labios «Un lugar en el museo». Me imagino a Amelie visitándolo
de grande sonriendo mientras mira la foto diciendo “Esa es mi madre”.
—Hoy tenemos la presentación previa, queremos ver qué tanto se han preparado los
patinadores —me indican y recuerdo que el evento estaba programado para este mes—.
Un pequeño bocadillo para los fans y la prensa deportiva antes del quinquenio.
—Genial.
—¿Emma ya tiene los tiquetes? —le preguntan a Federico y este abre su carpeta
dejándome con un signo de interrogación en la frente.
—Desde que me llegó su correo ayer.
—¿Tiquetes?
—Será en Berlín —informan—. La ciudad nos hizo una invitación especial.
Juego con mis dedos atrás, «No tengo pasaporte» y no sé cómo explicar eso, de por sí
fue difícil explicar el porqué de haber salido de las prácticas oficiales.
—¿Sucede algo? —me preguntan y sacudo la cabeza.
—Estoy pensando en la rutina —miento.
—Eso está muy bien —se despiden—. Te dejamos para que te organices y nos vemos en
la tarde.
Federico los acompaña a la salida mientras el coreógrafo chasquea los dedos frente a mí
mandándome a practicar, «¿Qué se supone que voy a hacer ahora?» De
Polonia no puedo salir sin el bendito pasaporte, doy vueltas en la pista rogando que el
tiempo de actividad física concluya rápido.
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—¿Y es muy importante esto? —le pregunto a Federico mientras me muevo en la
trotadora que él apaga.
—Es el evento que avisa lo cerca que está el quinquenio —explica con un tono agrio—.
Es crucial para la marca mostrar el nivel con el que entrará nuestra patinadora.
—Entiendo.
Sigo con la práctica organizando la opción a, b y c.
—Ve por tus cosas, mi vuelo sale antes junto con el de Roland —pide—. A las cinco de
la tarde nos vemos en el Sportforum, el evento inicia a las 8.
—Vale.
Se va y me pego al teléfono tratando de solucionar lo del pasaporte, pero me indican que
debo ir a una de las oficinas y no dudo en moverme yendo al sitio. Por más que recalco
que tengo afán me indican que debo esperar dos horas y soy paciente aferrada a la idea
de que lo podré solucionar, pero no, debo apelar un no sé qué con un formulario que me
llegará en dos días.
—Verá —trato de que entienda mostrándole los tiquetes—, el pasaporte lo cancelaron
sin previo aviso y soy una deportista la cual tiene una presentación importante en Berlín.
—Lo siento, el protocolo se aplica para todos de la misma forma
—me cortan—. Haga el trámite que le indico y en siete días hábiles le damos una
respuesta.
Evito tener que patear la silla, llamo a Cédric mientras compro y me trago la pastilla del
día después.
—Tu hermana fue clara, Emma —reitera.
—Necesito ir —insisto—. Está en juego la competencia y mi trabajo.
Deja claro que por mi bien no hará nada y que por medida de seguridad no me dejarán
salir del aeropuerto. Está en lo del sepelio de su tío, por indolente que me vea no me
interesa y, por ende, le termino colgando.
Opto por ir a las pistas privadas de Varsovia, sólo hay dos y al pertenecer a la
aeronáutica civil también me exigen el pasaporte. Las aeronaves de lujo deben rentarse
con un mínimo de ocho horas de anticipación y estoy tan desesperada que hasta
considero la idea de pedirle ayuda a la cruz roja.
Ruego aquí y allá, pero el “NO” es la palabra favorita de todo el mundo.
Mis patrocinadores me facilitan vuelos de primera clase, más no Jet privados. El que
falte un cuarto para las cinco me mueve a mi casa, el vecindario está conmocionado por
lo del estacionamiento y el humo sigue saliendo mientras que la policía indaga los
sucesos. Los residentes están dando testimonios y yo evito el mío subiendo por mis
cosas.
Si pudiera señalar una mala cualidad mía diría que es aferrarme a las cosas como si no
hubiera un mañana. Federico me llama a preguntarme porqué no abordé el avión y el
porqué de no haber llegado todavía si falta un cuarto para las seis.
—Tuve un percance, pero ya voy en camino.
—Emma, si nos dejas en ridículo créeme que la marca no te seguirá apoyando.
—Ya voy en camino —cuelgo.
Tienen todos los motivos para estar molesto porque este es mi trabajo y no tiene por qué
verse truncado por mis problemas personales. No tengo ninguna maldita solución, sin
embargo, me baño y empiezo a arreglarme, estoy sobre el tiempo, por ello hago el moño
artístico y me coloco el traje por debajo del abrigo, así cuando llegue solo tendré que
ponerme los patines.
Me comunico con la gente que conozco de los medios, pero tampoco hallo nada y
vuelvo a las pistas privadas con la esperanza de toparme con un milagro, genio o pacto
con el diablo. El taxi da la vuelta y por la ventanilla reconozco el tatuaje que marca el
cuello del hombre alto con aspecto de vikingo que entra al aeródromo con lentes y un
maletín.
—Tome —le arrojo el dinero el taxista bajando deprisa.
El hombre atraviesa el vestíbulo y lo sigo corriendo, «Llegar, eso es lo que importa». Se
quita los lentes uniéndose al grupo de voyevikis que está alrededor del helicóptero
Relentless negro último modelo.
Miro a mi alrededor notando que no hay más de tres Jet privados a los cuales no se les
ve dueño por ningún lado, sé que debo evitar los problemas, pero las situaciones
desesperadas requieren medidas desesperadas, así que acomodo mi maletín
acercándome al grupo de hombres que se vuelve hacia mí reparándome las piernas
desnudas.
—Buenas tardes —saludo segura.
Es la mafia rusa, todos dan miedo, el que no tiene tatuaje, tiene cicatriz y es que los
voyevikis se esmeran por infundir miedo con la mera apariencia.
—Lamento incomodarlos, pero tengo una presentación en Berlín y dicha ciudad está a
media hora de aquí, sin embargo, no tengo pasaporte y veo que ustedes tienen un
helicóptero el cual me sería de mucha ayuda en estos momentos.
Siguen en silencio y me aclaro la garganta antes de continuar.
—¿Podrían llevarme? —busco en mi cartera— Puedo pagar la suma que se requiera.
Sueltan a reír y entiendo el porqué cuando veo la bolsa entreabierta llena de joyas que
tienen atrás.
—Una buena chupada podría ser un buen pago aunque no creo que te quepa en la boca
—me dice el más alto— ¿Qué dices?
Se me acerca tratando de intimidarme al igual que los hombres que me rodean y
mantengo la compostura. Uno se pone la mano en la cintura mostrando el arma e
insinuando que negarse no es una opción
—De poder podría chupártela a ti y a todos, ya que necesito viajar con urgencia.
—¿Ah sí? —da un paso al frente recorriéndome con los ojos.
—Pero no sé qué tanto le guste eso al Boss.
Deslizo la manga del abrigo mostrándole la marca que lo pone de todos los colores y
aleja a sus compañeros.
—Voy a preguntarle y ya vuelvo —retrocedo.
—Llévala —pide el voyeviki que tengo atrás y el de adelante manda a abrir la puerta de
la aeronave.
—El jefe de los Vory está esperando el paquete en Alaska —se opone uno.
—Si, vayan con el Vor que yo voy con el Boss —me enojo dándome la vuelta y el
voyeviki me devuelve—. Ten tus manos alejadas que no sé dónde las tenías y ya no
quiero que me lleven a ningún lado.
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—Nadie quiere problemas —el voyeviki alza las manos a la defensiva—. Quieres ir a
Berlín, pues te llevamos a Berlín,
¿Estamos?
Alzo el mentón acomodando mi abrigo.
—Bien.
Me ayudan a subir y me pongo el cinturón recibiendo los audífonos, el hombre de
adelante calibra los motores y otro voyeviki se ubica a mi lado, las puertas se cierran e
indico que sea lo más rápido posible. Son las seis y cuarenta, lo único que quiero es
llegar al evento olvidándome de con quien estoy viajando.
La cojineria de cuero hace el viaje más cómodo, es una aeronave de primera, la cual
parece más de un magnate que de una banda criminal. El voyeviki de adelante discute
por la radio informando sobre su “Retraso” mientras que las luces de Berlín aparecen,
señalo el sitio de la presentación y el piloto analiza la zona.
«Llegué». La pista de hielo se ve desde arriba y los nervios se extienden por todo mi
cuerpo cuando noto que está buscando la manera de planear frente al campo abierto que
está frente al evento.
Hay más gente de la que esperaba, entre esos un gran número de periodistas y
camarógrafos que enfocan la mirada en la aeronave que empieza a descender.
«Muero», esto me dará el protagonismo que he perdido en los últimos días. El
helicóptero aterriza deteniendo el movimiento de las aspas, los periodistas se acercan
mientras aflojo el cinturón dejando que abran la puerta y el voyeviki que venía a mi lado
sale ayudándome a bajar.
—Queen —me saluda la prensa —, que llegada. Te estábamos esperando.
—Gracias —contesto mientras Federico se abre paso para sacarme. —. No me iba a
perder el abrebocas más importante del quinquenio.
—¿Estás preparada?
—Más que nunca.
Dejo que me lleven adentro y de camino saludo a mi grupo de fans. Sahori, Camile, Ava
y los demás están en el sitio de cambio, voltean a verme encendiendo los murmullos.
—Helicóptero —me molesta Camile—, dime que es del empresario.
—Si —me hago la loca. Me ayuda con el bolso mientras me quito el abrigo y saco los
patines.
Federico está histérico y simplemente asiento a todo lo que dice tratando de no alterarlo
más.
—Fede estoy aquí ¿Si? —empiezo a maquillarme— Dejemos de pelear.
Sigue mientras termino y sin dejar de hablar me acompaña al área donde calentamos en
tanto los otros se presentan. Tengo el último turno y por ello veo todas las
presentaciones notando lo que me temía y es que mis compañeros han alcanzado un
muy buen nivel con el entrenamiento especial.
—Mi tío es amigo de uno de los jueces que estará en el quinquenio —comenta
Camile—. Ya me advirtieron que es chismoso y observador.
Me coloco los guantes con dedos descubiertos mientras observo la rutina de Sahori que
recorre la pista con una canción clásica, siempre ha sido bastante buena. El abuelo está
en la tribuna junto con su familia. Ava tampoco se queda atrás, ya que su fanaticada
aumentó bastante, tiene nuevos pasos y ha dejado de lado las fallas leves que tenía,
aparte de que ahora es la novia de un futbolista.
—Sigues después de Ava —me indica Camile—. No te rompas el trasero.
Me desea suerte y acomodo mi traje que consiste en una falda negra corta de lycra con
pliegues y tajos. La blusa ombliguera es del mismo color que se ata alrededor de mi
abdomen, la cual tiene una sola manga larga y el brazo izquierdo lo decora una cinta
puesta de manera tal que dibujan figuras geométricas desde la muñeca hasta el codo
donde caen los lazos.
Me acerco a la entrada y Ava da las últimas vueltas recogiendo lo que dejó caer durante
la rutina, sale sudando y me preparo para mi turno aflojando el cuerpo.
Federico me indica que siga y el público me recibe con un aplauso mientras me adentro
en la pista.
How You Like That es mi pista de hoy e intento enfocarme en el jurado invitado. Llevo
una rodilla al suelo iniciando la coreografía, segura y confiada como siempre.
Cruzo mis pies a la altura de los tobillos mientras me deslizo hacia atrás y giro sobre un
patín a la vez que me sigo desplazando cambiando de pie y voy aumentando la
velocidad.
Muevo los brazos y las caderas danzando con la música, realizando otro giro con una de
mis piernas extendidas a la altura de mi cabeza y cambio la secuencia yendo hacia atrás
con pasos cruzados y saltos perfectos. «El jurado y el público» son las únicas personas
que me interesan ahora y en ellos me enfoco disfrutando de mi deporte.
Tomo más velocidad logrando un triple salchow, aterrizo y giro cambiando de
dirección. Voy hacia adelante y me inclino deslizándome sobre mi patín izquierdo
llevando la rodilla derecha al piso y tirándome hacia atrás de manera que mi espalda
toca el hielo ganándome una ovación.
Es que esto y Amelie es lo que me da vida. Los aplausos, los gritos de “Eres la mejor”
me hacen sentir importante y pese a que los oigo en cada presentación se han convertido
en una droga auditiva que me encanta saborear. Entre más medallas gano más fuerte se
vuelven los aplausos y desde hace un tiempo no me imagino en un segundo o tercer
lugar, ya que siempre me mentalizo en el podio de la número uno.
Estiro lo brazos sobre la pista mientras me desplazo, me levanto y sigo recorriendo
culminando con mi rutina no sin antes ejecutar una posición baja girando sobre mi
propio eje con el pie derecho y la rodilla flexionada, me voy levantando y alzo
lentamente la pierna izquierda llevándola a mi costado de manera tal que pueda tomar el
patín estirando la pierna por encima de mi cabeza logrando una flexibilidad de noventa
grados sin dejar de girar mientras los aplausos siguen y termino soltando mi pose final.
La tribuna se agita con mi nombre y sigo sonriendo, sintiendo como les encantó,
detallando las miradas llenas de admiración. Lanzo un beso de despedida y salgo del
hielo. Federico no es un entrenador afectuoso y solo se acerca a informarme sobre los
comentarios de mi rutina.
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Los demás patinadores también están entrando con sus familiares llenando la sala, la
abuela de Camile me abraza, tiene 70 años y con Camile decidieron torturarse el cabello
de morado. Mi amiga se une al grupo que recibe al comité, el cual lanza una felicitación
general destacando el trabajo de todos.
El evento se da por concluido y respiro aliviada cuando Federico se va con el
coreógrafo.
—Vamos al Steigenberger Hotel Am Kanzleramt—me invita mi amiga—. Mis tíos
acaban de inaugurar una concesionaria e hicieron una pequeña reunión para celebrar en
uno de sus salones.
La familia de Camile vive hace siete años en Berlín, sigo sin pasaporte y hasta mañana
veré cómo volver a Varsovia.
—Va estar el jurado amigo de mi tío —añade—. Que hable bien de nosotras no nos dará
tanta desventaja frente a Sahori.
—Me apunto.
La abuela se alegra de tenerme como invitada y salgo con ellas abordando el auto que
nos lleva al salón. La “reunión” no es tan pequeña, sigo con el traje con el que patiné y
dejo mi abrigo y mis cosas en la recepción correspondiendo el saludo jovial que me
dedican los que ya están allí.
Estar en Berlín disminuye un poco la carga. Pregunto por el baño llevándome mi
neceser de maquillaje, para no verme tan pálida aplico rímel, sombras, loción y brillo.
Aprovecho para llamar a Rita que me indica que Amelie ya se durmió y en el móvil veo
los comentarios que desató el video de mi llegada.
Guardo lo que saqué y recibo la copa que me da uno de los meseros, el salón es bastante
grande, la decoración se ve sofisticada, hay mesas en las esquinas llenas de distintos
platos y bebidas. Busco a mi amiga ganándome la atención de los primos que me
observan desde una de las mesas y se codean entre ellos.
Ella está con un sujeto de traje y supongo que es el jurado amigo del tío, ya que cómoda
no se ve. Con una sonrisa fingida me pide ayuda y me presento dándole un apretón de
manos al hombre trajeado, «Helmont Fischer».
—Emma James —me dice y reconozco el rostro que he visto en varias revistas
deportivas—. Hay muchos comentarios sobre ti.
—Espero que sean buenos.
A los jueces siempre toca brindarles una buena impresión, se hablan entre ellos y si le
caes mal a uno seguramente se encargaran de que les caigas mal a todos. Eso contó
cierta patinadora en una entrevista.
Camile se queda con la vista fija en mi entrada mientras el juez comenta sobre la fiesta
sacando cierto aire coqueto.
—Tengo un trato estrecho con el presidente del comité
—alardea—. Suelen buscarme por las habilidades que se reconocerle a un patinador.
«Excelente».
—¿Lo invitaste? —me pregunta mi amiga.
—¿A quién?
—Al empresario.
—Obvio no —me inclino la copa de champagne.
—Entonces ¿Quién es el hombre de los escoltas? Porque familia mía no es…
Volteo y el trago de licor que tenía en la boca se me sale por la nariz al ver al ruso de
dos metros que atraviesa el lugar con cuatro de sus voyevikis mientras que el juez y toda
la familia de Camile enfoca la atención en él. El temblor en mis rodillas se hace presente
mientras lo reparo, es el tipo de hombres que ves y no le das más de treinta y cuatro
años, pero cuando lo conoces terminas sorprendida porque es más maduro de lo que
creías, aparte de que el porte lleno de poderío logra que no puedas pasarlo por alto.
Los del helicóptero lo acompañan, la nariz me arde con las ganas de llorar porque no
quiero meter a nadie en problemas ni tenerlos yo tampoco.
Dejo la copa en la mesa que tengo a la izquierda y medio sonríe como si le causara
gracia mientras se acerca luciendo un abrigo con botones grandes y vaqueros ajustados, el dije con el que me marcó cuelga en su cuello y lleva el cabello suelto, como que no es
algo que le guste ahora.
—Hola Ved’ma —saluda y no me salen las palabras al tenerlo frente a frente.
Camile no deja repararlo sonriente diciendo no sé qué, no la escucho, ya que hasta la
tensión creo que se me subió. El juez parece confundido, la abuela se acerca y mi amiga
me codea para que diga algo, pero no me sale nada.
—Abuela, él es novio de Emma —dice Camile—. Bienvenido, él es el señor Fischer,
ella es mi abuela Margot y yo soy Camile Sotelo.
Su aura es tan pesada que ninguno se atreve a estrecharle la mano, simplemente hacen
un leve gesto con la cabeza en señal de respeto.
—Él no es mi novio —contradigo.
—Exacto —contesta él—. No soy su novio, soy su dueño.
La abuela Margot suelta a reír y yo miro a otro lado buscando una vía de escape
mientras el juez no deja de mirarme con el cejo fruncido.
—Con que así se dicen ahora —comenta la abuela Margot.
—Pero ella no ha confirmado que sí lo es —contesta el señor Fischer a la defensiva—.
De hecho se ha puesto pálida señorita James.
—De seguro le hizo daño el viaje en helicóptero —contesta el Boss mirándolo mal y él
se mete las manos en el bolsillo como el típico hombre que intenta defender a alguien,
pero no se puede defender ni a sí mismo.
—¿Quién es usted? —increpa el señor juez.
—Créame que no lo quiere saber —se mete uno de los voyevikis.
—Es que es una persona muy importante en el mundo empresarial —contesto.
Tomo el brazo del ruso disculpándome con los que tengo al lado, nerviosa lo llevo al
pasillo que da al baño mientras los voyevikis se van a la puerta y el señor Fischer no nos
pierde de vista, la pared nos tapa y manda la mano a mi sexo poniendome contra la
pared.
—Cuánta humedad —susurra— ¿Por qué?
—Dos horas —ignoro su pregunta—. Dame dos horas para salir de esto, el señor
Fischer es un juez del quinquenio…
—Que te mojas las bragas —supone moviendo los dedos en mi interior.
—Solo dos horas, por favor —le pido —. Luego solucionamos lo nuestro, pero no dañes
las pocas oportunidades que me surgen.
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Se endereza rápido cuando Camile llega con la abuela Margot y el señor Fischer, tengo
las mejillas ardiendo, sonrió e internamente oro para que no me hagan quedar mal.
—¿Pasa algo? —pregunta el juez.
—Para nada —acaricio el brazo del mafioso apagando cualquier tipo de sospecha—
¿Quieres un trago, irte a Rusia o algo de comer?
Le suplicó con los ojos.
—Vodka —se adelanta y la abuela Margot lo sigue dándole un puesto al lado del señor
Fischer.
—¡Bombón rusoooooo! —exclama Camile siguiéndome a buscar el trago— Em, está
guapísimo.
—Si, pero es muy serio para mi gusto —pido el trago en la barra—. No va a durar.
—¿Cómo qué no? —sigue— Hay mucha tensión, tiene helicópteros, guardaespaldas y
te va a ayudar con el proyecto.
Me trago las ganas de confesar que fue una burla. Me sigue y le entrego el trago al
mafioso viéndome lo más natural posible frente al señor Fischer, cualquier oportunidad
en el quinquenio me conviene sabiendo los alcances de Sahori.
Las sillas son muebles de media luna y Camile se ubica junto a su abuela.
—¿Cómo podrías describir las experiencias vividas en el secuestro? —pregunta el juez
y el mafioso se pasa los dedos que me tocaron por la boca.
—No me gusta hablar de eso —contesto amablemente y la abuela Margot me apoya
cambiando el tema, hablando del concesionario de la familia mientras el ruso se
mantiene a mi lado.
Mi amiga toca el tema del proyecto y no quiero hablar de ello, pero el juez muestra
interés así que arrojo el discurso explicando detalle a detalle callándome cuando noto
los ojos del ruso sobre mí.
Se toca el tema sobre el patinaje y otros dos tíos de Camile se unen a la conversación
compartiendo opiniones. Empiezan a comentar sobre la mejor patinadora que han visto
según cada uno y llega mi turno.
—Surya Bonaly —contesto y la vista de todos pasa la mafioso cuando le toca.
—Emma James —responde antes de inclinarse el trago y una punzada me recorre el
estómago.
He escuchado eso por parte de otros, pero no por parte de alguien cercano y… Respiro
hondo negándome a caer en la trampa «Él no es alguien cercano», como que se le sale
lo empresario a veces.
—Em, te acaba de halagar y ni lo miras —comenta la abuela Margot—. Por eso es que
ya no hay caballeros.
—Bésalo —pide Camile.
—No le gustan los besos.
—Como que no le van a gustar si eres una niña hermosa —se levanta la abuela
Margot—. Demos un poco de privacidad que las primeras semanas es cuando se es más
cariñoso.
Saca a todos de la mesa llevándose al señor Fischer mientras los tíos de Camile se van
con sus esposas y mi amiga se va al baño dejándonos solos, pero con la mirada del juez
encima quien se queda apoyado en la barra mirando hacia nuestra dirección.
—Creo que sospecha que te odio y me está viendo como una mentirosa —le digo al
ruso.
Se vuelve a inclinar el trago y me muevo incómoda cuando la abuela Margot me insinúa
que lo bese.
—Uno y ya, ¿Si? —le pido rascándome la cabeza mientras apoya los codos en la
mesa— No quiero que ese señor ande suponiendo.
—¿Suponiendo que?
—¿Que ando contigo contra mi voluntad? —replico— Es así, pero no quiero que se
sepa.
Me mira mal queriendo apagarme el impulso, pero respiro hondo acortando el espacio
captando el olor del vodka antes de dejar mis labios sobre los suyos con beso leve tipo
novio de la adolescencia, dejo otro y luego otro hasta que se mueve dejando una mano
en mi cuello y abre la boca dándole paso a mi lengua, la cual toca la suya.
Cierro los ojos disfrutando del sabor a licor. «Besa delicioso», con morbo, con ganas,
con hambre... Una mano magrea mis muslos y suelta mi boca yendo por mi cuello antes
de volver a mis labios nuevamente apretando la tela de mi falda, algo me revolotea en el
abdomen cuando lo miro y vuelvo a su boca enredando de nuevo mi lengua con la suya.
Una ola de calor me recorre y corto el momento con la llegada de Camile y el señor
Fischer, la humedad de mis bragas es vergonzosa por la cantidad y por ser quien es.
—Ya me voy —digo levantándome a despedirme de la abuela Margot—. Señor Fischer,
fue un gusto conocerlo.
Estrecho su mano y me voy donde la abuela de Camile despidiéndome de ella y de sus
familiares mientras lidio con el hormigueo que me abarca todo el cuerpo. El ruso ya está
de pie, no sé qué es lo que me espera, tomo mis cosas en busca de la salida y estando
lejos toma la parte trasera de mi nuca con brusquedad. En verdad no soporto su actitud
de depredador al acecho que me prende y angustia al mismo tiempo.
Me lleva a uno de los edificios aledaños sin dejar de sujetarme y me detiene por un
momento estrellándome contra su pecho.
—Aún no sé por quién estabas tan mojada cuando llegué —increpa— ¿Pensando en el
esclavo?
No le contesto y echa a andar de nuevo conmigo llevándome al helicóptero que espera
arriba. Entra detrás de mí, las aspas empiezan a moverse y él se pone al teléfono
iniciando una discusión en polaco mientras la aeronave se eleva.
La velocidad del artefacto excede los límites, en menos de nada estoy de nuevo en
Varsovia en la azotea del mismo hotel de ayer y él cuelga sacándome con brusquedad
moviéndome a su alcoba.
Suelto mis cosas lidiando con la agitación que no me deja ni respirar bien viendo cómo
se saca el abrigo y como se le marca la erección, la cual queda contra mi abdomen
cuando me hace retroceder a la cama sacándome la chaqueta.
Las muñecas me las aprisiona contra la cama mientras soba su dureza sobre mí.
—Nota la diferencia entre lo que eres y lo que soy —respiro agitada.
—Una cría…
—Si —contesto—, una bastante pequeña ante ti, maldito sucio. — Sus rodillas separan
mis piernas, tiene el mero vaquero puesto.
—Bastante pequeña, diría — deja las manos sobre mi cabeza y desapunta la pretina que
le da paso a la verga dura que queda contra mi ombligo. Me saco las zapatillas y con los
talones me impulso hacia arriba mientras me saca las bragas dejándome con la mera
falda puesta.
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—Mira —le abro mis pliegues— y entiende que te ves como un degenerado cada que
entras aquí.
Pasa los dedos por mi humedad y sube quedando a la altura de mi boca. Respira mi
aliento y baja más su pantalón sujetando el nacimiento del miembro que ubica en los
bordes de mi sexo.
—Cuando te penetro así —el empujón me la deja adentro—¿También me veo como un
degenerado?
Meneo mi pelvis contra su erección disfrutando de la sensación de llenura mientras
libera mis manos aferrándose a la tela de mi falda, me excita demasiado y no puedo
callar el placer que me genera cuando se estrella contra mí.
Es un gusto suciamente culposo, pero sigo centrada en que no se lo diré a nadie, nadie
sabrá que gimo cada que me coge.
Le temo, pero le tengo ganas y nunca me he puesto a pensar qué pasará cuando el miedo
le gane a las ganas o viceversa. Solo sé que son preguntas que me preocupan, que me
torturan, pero por un segundo las dejo de lado disfrutando el efímero momento que
empuerca la imagen de ambos.
Sé que debo detestarlo, sin embargo, hay una parte de mí que se niega y eso me
convierte en la peor de las James, en la que van a repudiar ante la más mínima sospecha.
porque solo un ser despreciable hace y disfruta de esto. Solo un ser repugnante se
complace y se deleita cada que se coge al enemigo.
La blusa me la saca y sigue en mi interior dejando que mis paredes se aferren al
miembro endurecido que entra y sale con una fuerza que me hace aferrarme a sus
hombros.
—¿En quién pensabas? —mete el brazo bajo mi cuello mientras mantengo las piernas
separadas— ¿Quien te tenía tan mojada?
No quiero decirlo, pero él sabe cómo tocar esos puntos que me hacen contraerme
desatando el gozo infinito que me hace querer anhelar lo de ayer y es consciente de eso,
porque lo busco desesperada moviéndome bajo él, sin embargo, no me lo da, me deja al
borde del sustancioso clímax encendiendo la tortura de saborear algo y tener que dejarlo
ir.
—Tú —digo—. Te odio, pero pienso mucho en ti.
Su boca avasalla la mía metiendo el brazo debajo de mi cuello pegándome más a él
mientras nuestras bocas se vuelven una. Lanza las estocadas que forman un torbellino,
un manglar de sensaciones en mi entrepierna, las cuales me hace jadear contra sus labios
mientras suelto la ola de excitación que moja la cama con su miembro dentro y su
lengua tocando la mía.
—Yo también te odio Ved´ma —confiesa detallando mi cara y esta vez soy yo la que lo
besa dejando que vuelva a entrar en mí.
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QUEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora