CAPITULO 28 - GEHENA

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Ilenko.

El efecto del veneno sigue en mi cuerpo todavía sumiéndome en los efectos por ratos. El sudor recorre mi sien en medio de los recuerdos del pasado. Me es imposible saber cuántas horas llevo así, pero siento que he viajado en el tiempo trayendo buenos y malos momentos, los cuales me recuerdan porque soy como soy.

Paso las manos por mi cara cuando veo a la mujer que me parió perdida y con las manos manchadas del líquido carmesí que pringa la madera cuando suelta las vísceras del sobrino de Akin. El cabello castaño lo mantiene libre sobre los hombros y se centra en mí cuando nota mi presencia.

—Muchos querrán verte caer y este era uno de ellos —me dice—. Si tu padre no te limpia el camino, lo hago yo.

«Viktoria Romanova», cruel como ninguna, hija de bárbaros y madre de Sasha, Aleska y yo. El recuerdo de su descontrol causando estragos al punto de lograr la separación con Akin se niega a salir de mi mente…

Muevo la cabeza, las extremidades me duelen, los efectos del veneno de los insectos va y viene consiguiendo que todo se vea borroso cada vez que intento abrir los ojos. Me trasladaron a uno de los calabozos, el Vor se mantiene en la celda aledaña y hay alguien frente a mí con una biblia.

—Pida perdón —capto en medio del mareo—. Arrepiéntase para que pueda hallar la salvación cuando alcance el descanso eterno.

Suelto a reír al notar que es un sacerdote. Estoy contra la pared y la única tortura que me están infligiendo es el peso que recae al saber que sigo aquí, ya que medio consciente las preocupaciones vuelven a abarcarme. Sujeto el aro que tengo en el cuello, pero este se aprieta otra vez.

Los que me rodean no tienen idea del montón de cosas que se cruzan por mi cabeza, Cédric Skagen hace parte del círculo y por muy seguro que quiera verse solo una mirada mía basta para que cambie de color,

«Debí empararlo en la cabaña, pero ya me las va a pagar».

Por mirar lo que no tiene que mirar, por tenerme aquí y por el mural que le mandó hacer a Vladimir porque fue él. Sé que fue él, ya que aparte de Emma James, era la única persona de afuera que lo sabía y quien lo realizó lo confesó antes de empujarlo a la trituradora que lo despedazó.

—¿Quién dio mi ubicación? —pregunto por enésima vez—. Necesito el nombre de la persona a la que le voy a cortar los brazos con un hacha.

El aro se aprieta con fuerza asfixiándome.

—No te permito amenazarla en mis tierras —se agacha la escoria quedando a mi altura—. Y mi alianza con los James tampoco me deja revelar nombres, porque para tu sorpresa no eres el único que se une en busca de grandeza.

—Es una mujer del círculo de los James, buena información —lo escupo—. A veces eres un esclavo útil, rata.

Furioso se limpia la mejilla. No solo está él, el sacerdote y los soldados, también hay mujeres y hombres con sus mismos rasgos observándome con una mezcla de enojo y temor; «Los Skagen», hermanos, tíos, primos, abuelos que, según tengo entendido, viven todos en el palacio y eso me gusta.

Me levantan sacándome solo y quienes lo hacen demuestran el enojo en los tirones de las cadenas. Descalzo soy obligado a caminar rodeando el palacio de columnas grandes con puntas altas y sé muchas cosas sobre esta nación, como que viven en una monarquía, la cual habitan en su capital.

Son potencia en medicina, los únicos que tienen plutonio arcaico y cuentan con su propia costumbres y cultura. Para llegar aquí hay que ser invitados y las coordenadas del sitio solo la tienen sus ciudadanos; no se las dan a extranjeros, está prohibido, y los pocos registros que se hallan sobre ellos dan información falsa para que quien quiera venir se pierda y no los encuentre. Son ―honestos‖ para unas cosas sí y otras no, ya que protegen su adorada sociedad.

Sigo siendo obligado a avanzar a la enorme plaza circular donde los Skagen se ubican en la tarima acomodándose en los asientos que los esperan. Como siempre, anclan la argolla al suelo, los soldados se alejan y paseo la vista por los miembros; están completos, solo faltan los reyes.

—La mafia de Ilenko Romanov me secuestró, me torturó y me humilló mutilando mi mano —el esclavo habla desde arriba—. Reconozco que me equivoqué, le he fallado a mis costumbres y enseñanzas, pero mi hija, nuestra princesa, fue llevada sabiendo que no tiene nada que ver en esto y es necesario que este aprenda que no debe ni mirarla, ya que es intocable para nosotros.

La indignación de todos es notoria en sus caras y noto la importancia que tiene para todos cuando de los distintos ángulos de la plaza salen hombres con pinta de peleadores y en verdad insisto en que el único martirio es seguir aquí. Se me vienen encima y no vienen a matarme, vienen a darme una paliza.

Con un codazo recibo el que viene por atrás y con otro el que viene por mi derecha dando inicio a la pelea a puño limpio de la cual me defiendo encadenado. Me llevan atrás para que otros puedan golpearme y me doy la vuelta pateándole la cara a dos.

Esto no es problema para mí, pero lo que pasa lejos de aquí si, porque es obvio que se van a aprovechar de mi ausencia para malograrme. Los otros clanes no son estúpidos, los iba a bombardear, por ello presiento lo que han de estar haciendo ahora y es atacarme.

Tiran otra vez cerrando la argolla que me asfixia y no dejo que sea un impedimento, me agacho evitando el puñetazo y tomo su brazo enterrando mi rodillas en sus costillas.

En la Bratva aprender a caminar es aprender a pelear y giro llevándome dos al piso, la patada al pecho mata al primero y quiebro el cuello del segundo riéndome cuando vuelven a llevarme atrás y a los Skagen no los pierdo de vista mientras con golpes contundentes me voy bajando a los que intentan castigarme.

Uso las piernas cuando sujetan mis manos y mis manos cuando sujetan mis piernas, puedo perderlo todo si no salgo de este sitio y estoy seguro de que nada me va a molestar más que eso. La persona que no sale de mi cabeza me mira y el enojo aumenta más y más acabando con la vida de los que me rodean hasta que…

Un grupo se junta atrás uniéndose a los soldados que me obligan a retroceder queriendo encerrarme otra vez, me rehúso y una espina de madera que no sé de dónde salió queda en mi antebrazo, otra en mi pecho y siento como otra se me entierra en la espalda.

«Malditos», la debilidad no tarda, el desequilibrio tampoco mientras me encierran otra vez.

QUEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora