EPÍLOGO

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Quince semanas después.

Emma.

El frío pesa en el entorno y el lodo me empapa las botas en lo que lidio con el helaje intenso que cala por mis poros. La parte baja de mi vaquero se pone pesada con el agua y la trenza que tengo la aparto de mis hombros alzando las manos vendadas a la defensiva cuando la mujer del Vory se mueve frente a mí.

—¿Segura que quieres que desfigure esa carita? —me dice y sonrío.

—Adelante, golpeada o no seguirá viéndose bonita —contesto y ahora es ella la que se ríe queriendo irse. El amago lo suelta para distraerme, pero yo ya tengo claro sus trucos, por ende, no me toma desprevenida la patada repentina que me lanza y me hace agacharme dejando que me pase por encima. Vuelvo arriba y se viene contra mí lanzando el puño que detengo con el antebrazo, aprovecho el momento para clavarle la bota en el abdomen y mandarla atrás, siendo yo la que ahora se va contra ella arremetiendo con todo, enterrándole dos veces los nudillos en la cara.

Me esquiva yéndose por un lado y cuando me volteo me atropella llevando mi espalda contra el barro, el lodo me salpica y evito que me parta la cara logrando que su puño se entierre en el barro. Giro con ella en una lucha donde una quiere someter a la otra, no me deja levantar, ni yo a ella, pero toma ventaja atacando con todo, consiguiendo que su brazo quede alrededor de mi cuello.

Aprieta con fuerza queriendo que pierda la conciencia y hago uso del codo que le entierro en las costillas. El primer golpe hace que afloje el agarre y el segundo consigue que me suelte cuando la dejo sin aire, no pierdo a la hora de levantarme y ella hace lo mismo quedando de nuevo frente a mí.

—Suficiente —sentencia Dago recostado en uno de los arboles—. Ya vi lo que quería ver.

El barro se desliza por mi espalda y el estruendo que se oye a varios metros me hace voltear vislumbrando el raudal de nieve que cae desde una de las colinas, la esposa del Vory se queda con Dago que la llama aparte y yo avanzo queriendo sacarme la suciedad que cargo encima. El hielo se quiebra bajo mis botas cuando piso. El circuito de la Bratva está cruzando la línea de árboles y me sumerjo trotando, atravesando el bosque con la capota arriba.

Hoy cumplo ciento cinco días aquí y de esos llevo ochenta y ocho desconectada de todos, además de mi hermana y de mi padre, ambos saben en lo que estoy. La única persona con la que me permito hablar es con mi hija y lo hacemos en la madrugada cuando sé que hay menos probabilidades de tener interrupciones. Sé que me extraña, así como yo a ella, pero esto es por las dos y, aunque no ha sido fácil, siento que lo necesitaba; me hacía falta explorar este lado de mí, conseguir herramientas para nuestro futuro, vomitar el estiércol que hacía falta porque no puedo protegerla a ella si yo no estoy bien.

Respiro el olor de las colinas, me hacía falta terminar de asimilar esto, convencerme y sentarme a hablar conmigo misma. Me hacía falta darme los bofetones mentales con los que me he obligado a entrar en razón queriendo extinguir los pensamientos absurdos que son puñaladas en mi tórax, las cuales duelen cada vez que imagino lo que nunca va a pasar. Son cosas que no me aportan nada, que solo labran heridas internas, distracciones que ahora no necesito. Enamorarse de por sí ya es algo difícil y, estarlo del hijo de perra más grande del universo, es mucho peor.

El puñal de años atrás echó raíces que aquí me he puesto a arrancar. Mi hija tiene por delante un camino peligroso, por ende, tengo un nombre que engrandecer por ella y por mí, un futuro que labrar y no puedo dejar espacios para susceptibilidades, como tampoco es justo que me lastime a mí misma.

No tengo tiempo para saborear decepciones, en lo único que tengo que estar centrada es en mi hija, en mi trabajo, en mí y en lo que me interesa.

Los árboles desaparecen y el camino blanco se cierne sobre mí, los iglús que tengo a cada lado están rodeados de niebla y meto las manos en mi chaqueta en busca de la cabaña. Mi cerebro evoca lo del dije, mi pecho late rápido y troto al sitio huyendo de los pálpitos que emergen; sé que tengo una cuenta pendiente, la cual sí o sí tengo que encarar.

QUEENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora