CAPÍTULO 21 -

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Emma

Mantengo la mano bajo la almohada viendo como el sol ilumina la alcoba que me asignaron por una noche. Las sábanas todavía huelen a Amelie quien es el principal motivo por el cual tengo los ojos hinchados.

No solo imagino mi futuro, también me preocupo por el suyo, ya que no es fácil crecer sin el apoyo de una madre y es feo no tener en quien refugiarse cuando quieres ser tú y no lo que otros desean.

¿Quién estará para ella si decide no ser una princesa?

Si desea tirar todo a la basura ¿Quién la va a respaldar? Desde que nació en mis planes estaba crear un fondo para ella «Dinero libre» le digo; una billetera abultada para darte gusto en lo que quieras, sea viajando, comprando o aprendiendo lo que te apasiona y es que papá siempre me dio todo lo necesario (de eso no tengo quejas, respecto a lo material tuve cosas excelentes), pero cuando quería pedir a los mejores entrenadores de patinaje solía ponerme trabas con “Es un pasatiempo, Em, no te lo tomes tan a pecho que te va a desenfocar de tu profesión”.

No le alegaba porque era su dinero y tampoco era muy buena como para exigir, pero si Amelie quiere cantar, anhelo apoyarla para que lo haga y no le digan “Es solo un pasatiempo” porque aunque lo sea me gustaría que lo disfrutara sin preocuparse.

Si quiere tomar una maleta e ir a recorrer el mundo como una auténtica Diosa que lo haga también.

Si quiere pagarse la universidad más costosa y estudiar la carrera que le apetece, que proceda sin miedo, ya que su mamá creó ese fondo para que su hija viva feliz a su manera.

Un sollozo cargado se me escapa «Tantos planes» y ahora todo tiembla de nuevo siendo la James en sacrificio, la cual debe aceptar lo que le toca.

Algo cae afuera y salgo de la cama cuando el palacete se despierta con los típicos ruidos de las actividades matutinas. Sé que van a venir por mí y el único gusto que puedo darme es negarme a verme miserable, por ello limpio mi cara buscando el baño donde entro a ducharme, el cabello me lo lavo y me desenredo antes de usar la secadora de la gaveta. 

Envuelta en una toalla escojo lo que usaré echándome crema antes de ponerme la ropa interior y deslizar las bucaneras que me quedan a mitad de los muslos. Abotono la minifalda y meto la cabeza en el buzo de cuello tortuga de manga larga que me pongo encajándolo.

Rebusco mis pendientes, recojo mi melena en una cola de caballo que me queda a la mitad de las costillas y el maquillaje es liviano resaltando mis labios y pestañas. El Lápiz labial lo guardo en el bolsillo antes de ajustar mis botines y rociarme perfume.

El sonido de la cerradura me pone alerta y es Salamaro quien viene por mí, «Si aquí todo el mundo luce pulcro, pues yo también».

—¿Amelie está bien? —es lo primero que pregunto.

—No voy a contestar eso, solo vengo a recordarte que eres la esclava personal del Boss —avisa—. Por ende, tienes labores.

—Genial, sabía que Vlad no podía dejar a su padre sin herencia — contesto.

—No te busques problemas, niña, que el Boss no está de buen genio— me advierte como si tuviera otro modo el cual no sea ser mi verdugo.

Salimos, a diferencia de la fortaleza, esta propiedad es menos sombría y un poco más sofisticada con pasillos anchos y paredes tapizadas.

—Los Romanov están en Moscú —comenta el moreno—, así que te aconsejo mantener la boca cerrada.

El hecho me estremece los intestinos cuando cruzamos el corredor en busca del despacho que el consejero abre mostrándome a la familia más importante de la mafia rusa, la cual está rodeada de los matones que los respaldan. «Pensé que no los volvería a ver». Aleska Romanova yace entre los presentes al igual que la tesorera de la Bratva que sigue siendo la misma y está acompañada de un sujeto de ojos grises con rasgos parecidos al coronel.

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