CAPITULO 13 - DIVINITY

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Ilenko.
El agotamiento físico lleva al agotamiento mental y el mental al emocional. Siempre he
sido un malnacido, pero ahora lo parezco más estando encerrado con mi víctima en las
paredes del hotel donde solo he aceptado que la puerta se abra para darle paso a la
bebida con la que la hidrato.
He chupado su sexo tantas veces que la lengua me arde, su piel está enrojecida por los
azotes y tiene mi olor impregnado ya que llevo más de 18 horas con ella en la habitación
que mantiene las cortinas cerradas mientras me la cojo a mi manera, disfrutando del
gusto sucio que le tengo.
«Emma James» es un ser condenado a mí, es un ser que se cree libre, pero está muy
lejos de eso porque solo la he dejado volar alto, más no he soltado ni le soltaré la
cadena.
Siento la mirada sombría, el retumbe en el pecho y el exceso de saliva en mi boca
mientras lidio con el placer del morbo que emerge cada que la veo indefensa y
vulnerable como ahora, que tiene las manos sujetas atrás y la espalda contra mi pecho
mientras la mía toca el cabecero de la cama con ella sentada entre mis piernas.
Los muslos los tiene abiertos, envueltos entre las cuerdas que le doblan las rodillas, la
cabeza le cae en mi pecho y la espalda se le arquea con las sacudidas del vibrador que
tiene entre las dos piernas y que toca su clítoris moviéndolo también. Intenta soltarse,
pero el nudo de sus muñecas no se lo permite y la soga que le rodean las piernas le
limitan los movimientos.
—Basta —ruega agitada—. Detenlo.
Se ha corrido tantas veces que el cansancio se le nota hasta en la forma de hablar. El
miembro duro se mantiene contra mi abdomen y paso los dedos por su abdomen
deslizándolos a su monte de venus.
—Suéltame —suplica y dejo que mi aliento toque su cuello logrando que el orgasmo
explote dejándola más débil de lo que ya estaba.
Es el tercero con el vibrador y la dejo contra la cama, las manos le quedan abajo y
desencajo el aparato, el cual sale con un hilo de humedad. Suda, jadea y mi miembro se
desliza dentro de ella erizándole la piel.
La suavidad de su canal engrandece mi polla y debo sujetar mis testículos evitando la
eyaculación, cada que entro en ella es como si lo hiciera a la fuerza por muy mojada que
esté. Los choques mueven sus pequeñas tetas y la cara que pone, que en vez de
mostrármela como una mujer, me la muestra como una cría caprichosa, la cual no sabe
qué hacer con la verga que la ha estado castigándola con sexo continuo.
Le doy, me aferro a la cuerda que tiene en los muslos atrayéndola a mí, follandola hasta
que chilla y se corre de nuevo mientras yo vuelvo a apretar mis testículos evitando el
derrame. Sigo hundiéndome con más fuerza, se debe estar preguntando qué ha de estar
pagando y la respuesta es sencilla; con ella me estoy cobrando los errores de su hermana
porque ella es mi moneda de cambio y es ese saco de boxeo donde desaforo toda mi ira.
Me mira pidiendo la clemencia que no le doy y sigo desatando el siguiente orgasmo que
la atonta dejándola semi inconsciente en la cama.
No puede más, las palabras se le dificultan y tomo la navaja que rompe las cuerdas que
la atan. Su voluntad está en el piso, su mente débil y me acuesto a su lado atrayéndola a
mi pecho, estira las piernas y las meto entre las mías permitiendo que pose la cabeza en
la almohada mientras dejo que se recomponga por un par de minutos. Sus latidos son
sonoros y peino su cabello negro con los dedos. «Es hermosa», una cría, pero hermosa
en fin.
—Cuéntame un secreto —recuesto mi erección en su espalda—. Distráeme para no
penetrarte otra vez.
Sobo para que sepa lo potente que estoy y ella respira hondo cuando me sigo moviendo
demostrando que quiero más.
—No tengo secretos —musita débil.
—¿Segura? —insisto.
Asiente mintiendo, ya que la forma de tensarse y de apretar las sábanas me dice lo
contrario.
—Entonces cuéntame algo de ti —sigo—. Quiero el momento más triste que has tenido
desde que no me ves.
Se queda en silencio mirando la pared mientras me mantengo cerca, sabe que no voy a
dejar de insistir.
—¿Cuál fue?
—No tuve…
—Todos los tenemos, hasta tú que siempre quieres borrarlo todo y por eso callas —la
corto—, pero esos momentos están ahí y lo sabes porque no dejas de recordarlos, no
dejas de tenerlos presente y no dejan de pesarte.
Se echa hacia atrás como si fuera un refugio y me da cierta gracia porque si lo fuera
sería una casa oscura, sangrienta y tenebrosa.
—¿Cuál fue ese momento que no le has contado a nadie, pero hizo que esto doliera? —
deslizo la mano por su pecho y se encoge más.
—Fue una historia que me contaron —responde—. Es una tontería.
—Cuéntamela.
La esclava de mi muñeca brilla en la oscuridad y ella suspira tomándose un par de
segundos.
—En una isla hubo una chica que intentaba tener una vida nueva lejos de todos en un
sitio donde nadie la conocía —empieza—. Llevaba semanas ahí y se enteró de que
estaba embarazada.
—¿Y qué pasó con ella?
—Pensó en no tenerlo porque estaba sola, no era un buen momento y sería una carga
para los que la apoyaban —pasa saliva—. Sin embargo, siguió adelante lidiando con
antojos que no se podía permitir, ya que tenía que guardar para los gastos. Tuvo
molestias nocturnas que se guardó para sí con el fin de no molestar a terceros. Su
embarazo avanzaba y cada semana le costaba más trabajar.
Su voz va perdiendo fuerza.
—En esa isla la despidieron por lenta y hubo muchos momentos donde se sentó a ver el
océano sintiéndose sola —ríe sin ganas—. Pero el momento en el que más triste se
sintió fue cuando cierta noche le tocó meterse al mar a buscar una estúpida tabla,
estando en las aguas tuvo su primera contracción y no pudo salir a la orilla.
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Los sollozos empiezan a tomarla y las lágrimas caen sobre la almohada a la vez que
trato de mantener la compostura.
—Ella quiso ser fuerte, pero deseó tener una mano que sujetar y no una roca, quiso
escuchar una voz de aliento y no el sonido de las olas porque parir duele como la mierda
—llora—. Quiso que su bebé naciera en una cama y no en las aguas del mediterráneo
sola como estuvo su madre durante los últimos meses.
—¿Y el padre?
El silencio se toma la alcoba nuevamente cuando vacila aumentándome las ansias de oír
la bendita respuesta.
—¿Qué pasó con el padre?
—No sabía de nada, pero tiempo después fue por ellas —contesta nublándome la
vista—. En fin, da igual…
Trata de recomponerse limpiándose las lágrimas e incorporándose rápido mientras busca
el baño no sin antes recoger la ropa que yace en el suelo. Me quedo en la cama por un
par de minutos absorbiendo lo que acaba de decir y me termino levantando
colocándome el boxer.
La mandíbula me duele por la fuerza que ejerzo en ella a la hora de endurecerla, su
imagen aparece frente a la chimenea y el instinto asesino es algo que me toma dejando
el arma en mi mano.
La rabia es algo que me engrosa las venas de los brazos y la corredera de la Cz toca mi
piel cuando la paso por medio de mis dos cejas. Mi cabeza pide su sangre, lo que me
pudre saca más gusanos y termino descargando el arma contra las paredes con una línea
que levanta el tapiz destruyendo todo lo que se me atraviesa.
—¡Desaparece de mi vista! —increpo cuando sale asustada.
No estoy en mis cabales y ella recoge su bolso huyendo rápido. Tomar aire no me sirve,
mis ojos proyectan distintas cosas y las voces interiores están repitiendo el “no
preguntes lo que no quieres saber” mientras no paro de evocar la asquerosa noche
donde Vladimir hizo que el esclavo de Maxi se acostara con la mía.
El agua helada no me tranquiliza, me visto y tomo mis cosas saliendo de la alcoba
seguido de los voyevikis con la cabeza vuelta un infierno, «una Mitchels fue
engendrada en mi propia casa». Y esa rata… El helicóptero se mueve a la fortaleza de
Alaska sometiéndome a un viaje de horas. Los prisioneros trabajan en la carga pesada y
otros limpian los caminos que le dan paso a los camiones llenos de suministros.
Salamaro me está esperando con la cabeza gacha al lado del león que me sigue y el
consejero extiende el brazo para entregarme la hoja que recibo y sigo caminando al
despacho donde están reunidos los Romanov que se levantan cuando me ven mientras
una de las sumisas corre la silla de la mesa para que tome asiento.
—La muerte de Maxi es un hecho irrefutable —habla Akin—. Llegó el acta defunción
que la confirma y oficialmente el Boss no tiene herederos.
Leo la hoja que me dio Salamaro, era algo que ya se sabía, pero no se había hecho
formal y lo poco que tenía vuelve a ser mío. El patrimonio Romanov con las meras
joyas antiguas supera el patrimonio de cualquier magnate, joyas que solamente son un
trozo del pastel y el 80% me pertenecen.
De todos, soy el que más fortuna tiene con los ingresos y las propiedades adquiridas
dentro y fuera de la Bratva.
Vladimir forjó negocios, tenía un 30% de lo mío, el cual le fui soltando poco a poco y
aunque el porcentaje se vea pequeño, en términos de dinero ya tenía más que un
millonario, aparte de que sus negocios siguen produciendo dinero.
—Con todo el respeto que se merece el Boss quiero comentar que el Underboss no tenía
hijos y tampoco tiene hermanos —habla Agatha—. Hemos velado por sus bienes en su
ausencia y nos hemos asesorado con un abogado, el cual nos informó que podemos
solicitar lo suyo, ya que dicho patrimonio fue multiplicado en los tres últimos años
gracias a nosotros.
—Un abogado llamado Thomas Morgan —comenta Aleska desde la silla.
—Hablaré con el mío —dejo en claro.
—¿Cuándo? —pregunta Agatha.
—Cuando me apetezca —contesto poniendo mi sello en el acta de defunción de Maxi,
lo cual vuelve oficial el hecho de que no tenga herederos.
Se lo entrego a Akin antes de ponerme de pie e irme a la chimenea del despacho con una
clara indicación de que no los quiero aquí. La fortuna de Vladimir ya está criando un
nido de carroñeros.
El sitio se desocupa mientras me quedo mirando el fuego. La puerta del despacho
vuelve a abrirse y no me muevo, ya que siento su ego desde aquí; «Christopher
Morgan» entra con Patrick Linguini (el nuevo hacker de la organización).
El clan francés es algo que ya tengo, pero eso no quita que Antoni y Rachel sigan
teniendo más poder, por ende, ya tengo en la mira otro clan; «El polaco», el segundo
proveedor de prostitutas después de los Petrov.
—La mafia Italiana ha reforzado la seguridad de los clanes con el fin de no tener
intervenciones de la Bratva —explica el coronel—. Rachel tiene a los cabecillas muy
bien resguardados.
—Hasta del radar de la FEMF los quitó —explica el Hacker.
Buena jugada, el mismo que lideraba hace tres años puede no estar haciéndolo ahora y
no saber por quién ir puede traer problemas, pero Rachel James no está teniendo en
cuenta algo y es el que los esconda no sirve de nada cuando son ellos los que vendrán a
mí.
—Están trabajando con armamento iraní —sigue el hacker y me río—. Intervine los
radios de la marina e incautaron un cargamento.
Muestra las imágenes y sin duda es un arsenal bastante bueno. Me miro con el coronel,
tenía una tarea investigativa aquí.
—Gehena está ubicada en lo más recóndito de Arabia siendo un país no colonizado, el
cual cuenta con sus propias costumbres, religiones y normas —explica sirviéndose un
trago—. Tiene dos potencias: Uno de los componentes naturales más peligrosos del
planeta, el cual esconden por miedo a que caiga en las manos equivocadas, y la
medicina botánica ancestral.
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—Lo primero ya está en la mira de las personas equivocadas porque sé que hay una
mínima parte en el palacio de Varsovia, pequeña, pero letal —dejo en claro—. Vamos a
entrar.
El Hacker pone el dispositivo en la mesa de centro el cual muestra los planos del palacio
moviendo los dedos hasta que aparece lo que se necesita. Se pactó todo y el coronel se
mueve por lo que se requiere mientras yo me quedo con Linguini.
—A tu hija ya le llegó tu pago —comento soltando la cifra que lo deja mudo—. Para
que no digas que aquí se gana mal.
Se levanta con el IPad, necesito que se adapte a esto rápido y lo vea como un privilegio,
así trabajará con más esmero. Su familia lo da por muerto, sus bienes están incautados y
su esposa está cumpliendo una condena en la FEMF.
—¿A Abby? —inquiere— Te lo agradezco… Yo… Estaba preocupado porque no
tuviera lo suficiente.
—Lo tiene y lo seguirá teniendo si eres leal a mí, claro está —advierto—. Porque si no,
ese mismo dinero tendrás que usarlo en funerales.
—No muerdo la mano que me da de comer —contesta—. Sacarme del foso te da mi
lealtad, mi trabajo y mi amistad si la quieres, así que de mí no andes dudando.
—¿Las torturas funcionaron?
—Si, en verdad tu hermana me da miedo y a las malas no quiero más tatuajes —recoge
sus cosas—. Gracias por el pago.
El miedo es mi principal herramienta para someter, pero también me valgo de otras
cuando es necesario. Con Koldum me muevo a una de las bodegas de la mafia roja, los
estantes están llenos de fajo de billetes que Agatha está contando con Thomas Morgan
que me observa.
—La dama de la mafia manda a decir que si aparece le dará una muerte rápida —me
informa Salamaro—. Le urge aniquilar a la Bratva.
—Que bien.
—El anillo lo tiene ella —sigue—. Lo está provocando.
—Si, es su juego favorito y nunca tiene en cuenta las consecuencias —contesto—. Es
algo que todos hacemos cuando empezamos, pero a ella se le olvida con quién está
tratando.
Busco la salida, Christopher Morgan está en el umbral y lo atropello con el hombro
cuando paso por su lado.
—Ten presente quien es tu desquite —me dice—, ve y jode a Emma, que para eso la
fichaste…
—¿Y qué pasa si quiero ir por la que me está tocando los cojones?
Increpo y se me viene encima tratando de encuellarme, pero no se lo permito y Linguini
aparece no sé de dónde interponiéndose entre los dos.
—A Rachel no la vas a tocar —me amenaza el coronel—. Ambos sabemos que ningún
tiro le dolerá más que la muerte de su hermana, así que procede y no cambies la
estrategia que tú mismo planteaste.
Se va pasando entre Thomas y Agatha que me hacen tomar mi camino también. Si, lo
sé, tengo presente cómo funciona esto, pero es que… las cosas se me acumulan, el enojo
no se va y termino acelerando lo planeado.
Los expertos de la hermandad abordan la aeronave, Aleska se ubica a mi lado y los
últimos en subir son el hacker y el coronel emprendiendo el viaje de horas que me
devuelve a Varsovia.
El cielo está oscuro cuando llego, la aeronave queda de lado y se procede de inmediato
rodeando el palacio. Hay cosas que si o si deben hacerse personalmente y Cédric
Skagen se equivocó. Tomó algo que no es suyo y yo ahora voy a tomar algo que no es
mío, que para su mala suerte traerá problemas no solo para él, sino para el mundo en general y por ello cargo el arma esperando el momento que se da cuando las rejas se
abren dándome paso.
—Cámaras deshabilitadas —confirma Linguini en la línea y los disparos con silenciador
no se hacen esperar bajando a los guardias mientras que en la oscuridad de la noche sigo
avanzando.
El sitio es enorme abarcando varias hectáreas de zona verde, sobran los guardias y
Aleska es la distracción. Mientras otros limpian el camino, subo los escalones, el castillo
aparece y me uno con el coronel que venía por el otro lado.
Las puertas del palacio se abren y con ametralladora en mano bajamos a los guardias de
adentro que no tienen tiempo ni de disparar. Los pasos hacen eco cuando nos
adentramos a la edificación que se asemeja al vaticano con los muros antiguos, la
pintura envejecida y los tapices que cubren los pasillos.
—A tu izquierda —indican en la línea y tomo dicho corredor.
Hay cadáveres en el piso, gritos que se oyen a lo lejos y sangre en el mármol. Tomo el
pasillo y bajo varias escaleras buscando el “museo” que exhibe sus riquezas. Todos los
guardias que se atraviesan caen antes de cualquier tipo de maniobra.
Aleska aparece por un lado mientras Linguini aparece por el otro, descarga el equipo y
se toma un par de minutos para deshabilitar el sistema manual que abre las puertas de
vidrio.
—Sensores, rayos y alarmas abajo —asegura—. Zona segura para proceder.
Paso el salón y las láminas de acero que busco se deshabilitan adentrándome en una sala
más exclusiva, la cual no deja de ser gigantesca. Aleska se queda en la puerta con
Linguini y yo prosigo con el coronel.
Las columnas son gruesas y redondas, huele a incienso y la iluminación está
concentrada en un solo lugar.
Lo que detallo me hace respirar por la boca al ver la estatua de más de cinco pisos que
se cierne sobre mí, «Oro Macizo en forma de mujer». Tiene las manos sobre la cabeza
sosteniendo un tributo al sol, ya que la cúpula que la cubre es de vidrio y cuatro
antorchas la rodean.
La rodeo buscando el punto por donde voy a subir mientras el coronel hace lo mismo,
doy un salto ascendiendo por la parte trasera mientras él lo hace por la parte delantera.
Mi cuerpo intenta resbalarse, pero logro sostenerme y sigo avanzando a lo alto.
Es tan grande y pesada que ni se mueve con el peso de los dos, el olor del oro se
impregna en mi ropa y continúo escalando el dorso hasta que toco los hombros y sigo
subiendo hasta llegar a la cabeza.
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Lo que necesito yace en el platón que sostiene la caja que el coronel se esmera en abrir,
ya que está asegurada. Linguini lo ayuda desde abajo logrando que la tapa caiga hacia atrás mostrando la esfera que resguarda el elemento en forma de piedra traído de
Gehena.
Se ve como lo que es, «Peligrosa». Saco el medidor que solo con encenderlo mueve la
aguja al instante; «Plutonio arcaico», fundir esto me da un sin número de armas letales
y este tiene componentes especiales que lo convierten en una amenaza en las manos de
un criminal y más si sabe de explosivos.
—De las cavernas de Gehena para el mundo —comento mientras el coronel abre el
maletín que recibe la esfera que tomo.
—Doy por hecho que pensaremos en lo que se necesita para tomar Gehena —empieza el
coronel—. No me vayas a decir que te vas a conformar con esto porque yo no.
—Paciencia —contesto—, eso se necesita para tomarla y si, tienes razón, con esto no
me voy a conformar.
Guarda la caja en un maletín aparte y rápidamente busco la manera de bajar mientras
que el coronel hace lo mismo. Aleska está al pie de la gran escultura con el hacker, el
descenso es rápido y el último salto lo doy desde los muslos de la estatua cayendo de
pie.
Mi cuerpo se tambalea y no sé qué piso atrás, pero las llamas se avivan encendiendo el
hilo de velas que hay adelante, las antorchas de la pared y el salón en general.
El coronel aterriza a mi lado y los que están se voltean junto conmigo cuando la pared
de atrás se ilumina mostrando la imagen tallada en piedra con relieve que va desde el
techo hasta el piso: «Ella».
La imagen me hace tragar con fuerza con el escalofrío que me recorre al verla en la
pared sentada sobre el tronco de un árbol caído siendo venerada como una deidad, la
cual viste de blanco luciendo el cabello dorado que le cubre la espalda y los hombros
mientras que sus manos están sobre su regazo siendo rodeada por animales silvestres.
Su sonrisa hechiza, pero su mirada impone tanta fuerza que manda un latigazo a mi
tórax.
—¿Ella es..? —pregunta Aleska dudosa.
—La princesa —contesta Linguini y mi hermana me mira.
Echo a andar con el maletín. Es la sobrina de Rachel, de eso no tengo la más mínima
duda. Emma James tenía que ser torturada en la fortaleza y terminó teniendo una hija en
los muros de la casa que ha presenciado un montón de muertes.
Sigo caminando y Aleska me alcanza empeorándome, como si ya no estuviera lo
suficientemente amargado.
—¿Cuántos años tiene la niña? —increpa preocupada— Es una James. Si fue procreada
en cautiverio sería hija de Vlad —se desespera—… Si la Bratva se entera que mezcló
nuestro apellido con ellas trayendo una bastarda…
Baja la voz revisando que no venga nadie.
—La van a matar o marcar y esclavizar en el mejor de los casos...
Mi mirada la calla y agacha la cabeza, por muy hermanos que seamos me tiene sumo
respeto.
—No seas incoherente que la hija de Vladimir no es —le hablo con firmeza y asiente de
inmediato.
—Perdón, es que…
—¿Qué?
—Nada —nota mi molestia y me sigue en silencio cuando echo a andar, pero vuelve a
mirar atrás dudosa.
Cada que me acuerdo del esclavo se me encienden las ganas de vomitar y Emma James
es otra que me enfurece cada vez que recuerdo las barrabasadas que hizo. Christopher
Morgan viene atrás con Patrick Linguini y yo me muevo rápido a la camioneta.
—Que se expanda el rumor —digo antes de subir a la camioneta.
—Entre los Mascherano primordialmente —aborda la suya y tomamos caminos
separados.
Los ataques a la mafia italiana no pueden detenerse y entre más gente se les mate mejor.
Se larga de Varsovia con los demás mientras que yo me quedo y me instalo en la suite
de un nuevo hotel. Intento sacarme lo que vi de la cabeza, lo que sé y los actos de
ramera de Emma James que en ocasiones acelera el proceso que la lleva a su muerte.
Estudio el plutonio, hay cosas que con el mero hecho de tenerlas te convierten en una
amenaza, yo ya lo era y ahora más porque con esto veré a muchos bajar la cabeza. Es de
temer que un mafioso tenga en sus manos la capacidad de elaborar algo mejor que el
misil balístico intercontinental.
Trabajo en la antesala de la nueva alcoba, los voyevikis están expandidos en toda la
zona hotelera y las sumisas me sirven encargándose de todo lo que necesito.
La noche llega y con ella la cita que tengo con el clan polaco, así que me baño y meto
los brazos en la camisa color ébano que no encajo.
Arremango las mangas sobre mi antebrazo y me recojo el cabello antes de tomar el
maletín y bajar a abordar la camioneta con tres de mis sumisas, las cuales visten con
cuero, collares y tacones altos que le permiten quedar a la altura de mi hombro.
El vehículo se mueve al norte y bajo con mi gente cuando se estaciona frente al
establecimiento privado que acoge a un selecto número de dominantes y amantes al
BDSM. Es un prostíbulo donde se vende droga y se subasta gente.
Los voyevikis me respaldan cuando me abro paso, la mano derecha de la encargada me
está esperando y sin mirarme me guía a la planta alta donde la cabeza del clan Polaco
me espera.
Las luces parpadean a lo largo del pasillo y ella se pone de pie cuando entro, está con
sus cabecillas y estos se mantienen un paso atrás.
—Boss —saluda manteniendo la debida distancia mientras mueve la mano indicando
que acomoden la mesa donde dejo el maletín que cargo.
Nos conocemos, así que ya sabe a qué vine. Quito los seguros con los guantes puestos y
lo abro mostrándole lo que hay adentro, el medidor yace en el interior con la aguja en
rojo enarcándole las cejas.
—Plutonio arcaico —no tengo que explicar, ya que el medidor lo dice todo y muestra
los componentes que lo acompañan—.
Solo tengo que fundirlo y tendré las armas más letales del planeta.
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—¿Quién más tiene esto? —pregunta perdida en la cápsula que lo resguarda.
—Solo la Bratva, así que lo resumiré—respondo—. Voy a empezar a acabar con las
fábricas de arsenal a lo largo del mundo, seré el único distribuidor y no sé si con drogas
de los Mascherano podrás defenderte cuando empiece a bombardear a los clanes que
están en mi contra.
Se ríe mientras mira a los hombres que tiene atrás y vuelve a posar la vista en el
plutonio. No soy nuevo en esto, ellos conocen lo que hago, ya que en su momento los
surtí.
—Me inclino ante la dama, pero me arrodillo ante el Boss —contesta—. Tu ira sobre mí
no la quiero y como el clan francés no vamos a quedar, así que en esta nueva contienda
nuestra lealtad va para la Bratva.
Aquí la palabra pesa, no hay cosa más ruin que decir sí y después no.
—Sabia respuesta —saco un puro cerrando y asegurando el maletín que se llevan mis
hombres.
—¿El Boss se deja atender? —pregunta uno de los cabecillas.
—¿Qué hay?
—Para ti, todo —contesta Natia.
Me dejo guiar afuera, hay hombres y mujeres bailando en los tubos mientras otros se
someten a espectáculos públicos. Me ofrecen el mejor puesto, el cual está en lo más
apartado rodeado de mujeres.
—Todas limpias y adiestradas —asegura Natia pidiendo que dejen el trago—. A tu
nivel.
Dos de las sumisas que traje se ubican atrás y la tercera se queda en el piso adoptando
una pose canina que me permite acariciarle la cabeza.
—Vodka para el hombre más poderoso de Rusia —me sirve la polaca mientras me
informa sobre cómo están trabajando y bebo varios sorbos empapándome de todo. El
rumor del plutonio no tardó en correrse y ella me lo confirma.
El trago me lo llevan a la boca queriendo atenderme y me concentro en la jefe del clan
que voy a someter, paso el dedo enguantado por su mandíbula.
«Quiero destrozarle el culo a punta de latigazos». Varias mujeres me bailan alrededor
mientras la sumisa que tengo en los pies pide permiso para estimularme, asiento
acomodándome en tanto me suelta el vaquero y…
Me quedo quieto en el puesto cuando veo a la persona que se acerca apartando gente
con el cabello recogido luciendo una blusa corta de abdomen descubierto y una falda
con tirantes caídos que relucen las piernas atléticas que se roban la mirada de los
dominantes que tengo alrededor. Trae el antifaz puesto y un bolso cruzado poniéndome
a tragar grueso cuando me convenzo de que es ella y está aquí.
Natia la repara de arriba abajo al igual que las sumisas cuando notan que viene a mi
puesto, las bailarinas se detienen, un voyeviki se le atraviesa y explica no sé qué, pero
logra que se aparte dándole paso.
—No sabía que estaban dejando entrar jovenzuelas —comenta Natia— ¿Se habrá
equivocado de lugar? Los bares universitarios están al otro lado de la ciudad.
La sumisa que está en el piso no se mueve y Emma James se me planta enfrente
reparándome la entrepierna como si no estuviera ante el Boss de la mafia rusa.
—Lo que habías invertido en los estudios del proyecto —me ofrece un cheque—. Te
agradecería que elimines los archivos que…
Calla cuando le arrebato el papel volviéndolo pedazos en la mesa.
—Largarte de aquí —exijo y rebusca en el bolso sacando una chequera.
—Te voy a pagar porque no quiero que…
—¡Que te largues! —Me pongo en pie tomándola y entregándosela al voyeviki que con
la mera mirada se la lleva fuera de mi vista. Desaparecen y me acomodo el pantalón
volviendo al trago.
—¿Quién es? —pregunta Natia y mi actitud la vuelve a callar. A mí nadie me hace
preguntas personales.
El acercamiento de las sumisas tampoco lo permito y la polaca sigue hablando
queriendo cambiar el tema, pero Emma James ya me amargó la noche presentándose
aquí. El voyeviki vuelve a su puesto a los pocos minutos y no me quedo tranquilo, sé
cómo es de terca esa niña.
Abrocho el pantalón y dejo a la polaca con la palabra en la boca cuando me levanto.
Aparto al camarero que reparte las botellas siguiendo el camino que lleva a la discoteca,
estiro el cuello buscándola y no me equivoco, está en la barra haciendo otro cheque
mientras uno de los sicarios polacos le habla apoyado en la madera. Lleva las manos a
su moño y…
En cuatro pasos estoy ciego y en su sitio tomándolo por detrás, tiro del cabello corto
deslizando el filo de mi navaja en su yugular y lo suelto desviando la mirada de todo el
mundo. Ella lo ve caer y la tomo sacándola del banquillo.
—¡Dije que no te quiero aquí! —trono sacándola a las malas, me forcejea y empleo más
fuerza soltándola en la acera donde se acomoda la chaqueta con lágrimas en los ojos.
Mira a la polaca que tengo atrás y echa a andar lejos. Vuelvo adentro en el momento
demostrando que no me interesa. Están moviendo el cadáver, los demás se muestran
complacientes como si fuera que voy a hacer lo mismo con ellos y lo único que me
importa es que tengan claro que pueden mirar y que no.
—Muerte al líder, larga vida al Boss —Natia trata de romper la atmósfera tensa que se
creó y los demás alzan las copas dándole la razón.
La música vuelve, me entregan otro trago y apoyo las manos en la barra rodeado de mis
voyevikis. En este estado ninguna sumisa se me acerca y por más que trato no puedo
con el retumbe en mi pecho y el sonido ensordecedor en mis oídos. «Cría de mierda», el
ruido me empeora y termino pidiendo las llaves de la camionera devolviéndome por
donde venía.
El Plutonio ya está en un sitio seguro, así que me deslizo en el asiento y enciendo el
motor acelerado. Esta es zona criminal, no hay transporte público, la avenida está a
kilómetros y me vuelvo a orillar cuando la veo. Me hace apretar el volante y disminuyo
la velocidad bajando la ventanilla.
—Sube —le indico a la mujer que camina con los brazos cruzados, la cual finge que no
le estoy hablando—. Sube.
No me hace caso y clavo el pie en el freno bajando por ella, aprieta el paso queriendo
correr, pero nunca será más veloz que yo y a la fuerza la meto a la camioneta azotando
mi puerta cuando vuelvo al volante.
—No me vuelvas a poner en vergüenza hablándome u ofreciéndome dinero que no
necesito —le advierto estando adentro—. Tengo una reputación que mantener,
recuérdalo, y creo que también tú o no sé qué tan bien se vea el que te vean hablando
con el Boss de la mafia rusa.
—Solo quería pagarte.
—¡No me hablas y punto!
Arranco de nuevo conduciendo a su casa. Ni por Sonya iba cuando pensaba que la
quería y heme aquí, llevando a una cría que por poco pone en duda mi nombre con sus
idioteces. No inmuta una palabra como tampoco me da la cara, lo único que hace es
abrir la puerta saliendo rápido cuando estaciono frente a su edificio.
No voy a correr el riesgo de que vaya a otro lado, así que la sigo adentro subiendo a su
piso.
Le arrebato las llaves en el camino y soy yo el que abro. No es un espacio pequeño,
cuenta con sus lujos. Ella estrella el bolso en el piso quitándose la chaqueta y el antifaz
pasando por mi lado en busca de la habitación.
—¿Si tienes claro lo que dije? —la vuelvo a tomar.
—Que no te hable cuando estés con tu puta polaca —contesta—. Ya lo memoricé,
tranquilo.
—Bien —la suelto devolviéndome a la puerta y…
—Tu complejo de superioridad es solo cuando estamos en público —habla—, porque
no te pesa cuando me follas. No eres el Boss cuando estás arriba de mí.
Me hace voltear, el enojo se evidencia en su voz y acorta el espacio que nos separa con
la barbilla temblorosa. Quiere llorar y aprieta los puños como si eso lo retuviera.
—No te escudes en que es por tu reputación, solo di que es porque tenías a esa a tu lado
—me reclama—. Sé maduro y reconoce que no estaba haciendo nada malo como para
ser echada así.
Mueve las piernas, rabiosa, con los ojos empañados.
—¡No hay nada de malo en que quiera devolverte el dinero que me diste queriendo
burlarte de mí...!
No soporto sus caras y termino enterrando los dedos en su rostro quedando a su altura.
—¿Estás celosa Ved´ma? —pregunto y no me contesta— ¿Me estás celando aun
sabiendo lo que somos?
Entreabre los labios queriendo respirar y en vez de darme una respuesta mira mi boca
tragando grueso.
—Me celas sabiendo que soy tu pesadilla, que no he parado de pensar en cuántas partes
voy a cortar el brazo del esclavo que te tocó. A mí, que no he parado de idear cómo
explicarle a Rachel James que por muy dama de la mafia que se crea no podrá borrar el
hecho de que su hermana me prenda y sea mi deseo más sucio —me sincero—. Me
celas sabiendo el montón de vidas que me he cargado y soy capaz de cargarme con tal
de estar satisfecho y hacerte entender a quien le perteneces.
Me acerco más respirando sobre su nariz.
—Me celas a mí que tengo la capacidad de crear armas y misiles que ponen en riesgo a
medio mundo con el mero hecho de pensarlo —sigo—. A mí que quiero arrancarte el
maldito apellido que cargas…
Planta los labios contra los míos apartando mis manos de su rostro mientras me
envuelve el cuello con el brazo logrando que su impulso me enderece con ella encima
con un beso que no me esperaba. En segundos tengo sus piernas rodeando mi cintura y
su boca comiéndose la mía consiguiendo que la lleve contra la pared.
Percibo su necesidad, las ansias de besarme y el temblor en sus labios mientras lo hace.
Se le ha olvidado lo que somos, pero a mí no se me ha olvidado lo que hizo y por ello la
bajo alejando sus manos de mí lidiando con el escalofrío que me recorre la espina
dorsal. Mantengo las muñecas juntas mientras tiembla y me alejo en busca de un
espacio para pensar.
—Lo lamento… Yo… —no me enfrenta, huye encerrándose en su alcoba con un
portazo.
La humedad de su boca queda en la mía y termino yéndome también encerrandome en
la camioneta. El móvil me timbra y me lo llevo a la oreja contestando mientras
conduzco. Me hablan y mantengo la vista enfrente dejando que me hablen por largo
rato.
—¿Cómo estuvo tu día? —me pregunta.
—Nada nuevo, Rachel James quiere matarme porque cree que soy la peor peste de la
Bratva —respondo y se ríe—. Hay que dejarla, ella piensa eso porque no te conoce,
L'vitsa.
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Continuará...


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