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Había pasado días así, envuelto en una nube de tristeza que parecía no tener fin.

El divorcio, la traición, la tristeza, el dolor... todo se mezclaba en un torbellino de emociones que lo consumía.

Perdido en sus pensamientos, Zoro observaba la lluvia caer a través de la ventana, cada gota que golpeaba el cristal parecía reflejar una lágrima de su alma. Se sentía a la deriva en un mar de desesperación.

Los papeles, con la firma de Luffy grabados en ellos, reposaban sobre la mesa de la sala, recordándole una y otra vez la decisión que había tomado. Se había prometido a sí mismo mantenerse firme, no permitir que la duda o... el amor lo doblegaran.

Sin embargo, las palabras de Luffy no dejaban de resonar en su mente —"¿Y... si él dice la verdad?... ¿Cómo puedo saber si estoy haciendo lo correcto?"

Las mismas preguntas a las que no encontraba respuesta. ¿Y como hacerlo si su corazón y su cabeza no pensaban igual?. ¿A cual de los dos debía escuchar? ¿Quién tenía la razón?.

—Maldita sea Luffy...— murmuró entre dientes, con los puños apretados.

A pesar del dolor y la traición, Zoro no podía ignorar el amor que aún sentía por el azabache. Un amor tan profundo y tan grande que simplemente no lograba desaparecer, a pesar de todo lo sucedido, a pesar de que lo intentará cada día, ese sentimiento no se iba.

La imagen del alfa, con los ojos llenos de lágrimas y la voz quebrada, se le presentaba en la mente cada que pensaba en él. Lo que le dijo aquel día, ¿era cierto? ¿Luffy estaba siendo sincero o todo era una farsa? —No tengo forma de saberlo, él ni siquiera tiene alguna prueba...— se repetía en un intento de encontrar claridad...

Sacudiendo la cabeza, el peliverde trato de disipar toda esa tormenta de dudas, ya no tenía sentido alguno el cuestionarse si su decisión era correcta o no, la demanda de divorcio ya estaba firmada por ambos, no quedaba nada más que aceptar su realidad.

Sus pensamientos finalmente cesaron cuando el timbre sonó. El omega se dirigió a la puerta con pasos lentos y abrió para encontrarse con su abogado parado en el umbral.

Buenos días señor Roronoa— saludó Vergo, con su tono profesional —Estoy aquí para recoger los documentos— informó mientras estiraba la mano.

Zoro asintió con su mirada perdida en el suelo y la carpeta en sus manos. Entonces, resignado, extendió los papeles hacia Vergo.

No se preocupe, me encargaré de todo...


...


Espero que no sea muy tarde...— se dijo mientras salía de su auto y comenzaba a caminar bajo la lluvia, empapándose con las gruesas gotas de agua.

Conocía bien a Zoro, y las decisiones extremas que este llegaba a tomar, por ello, al ver a un hombre saliendo justo de la casa a la que estaba por visitar, no demoro en deducir que era un abogado.

Aquel hombre se detuvo a observarlo, el alfa solamente le saludo y continuo con su camino, ignorando la mirada curiosa que el otro le dedicaba.

Entonces finalmente tocó el timbre, una, dos, tres, cuatro veces... comenzó a tocarlo sin cesar, hasta que la puerta se abrió. Mostrando a un peliverde con el ceño fruncido al percatarse de quien se trataba.

De todas las personas, ¿tú? ¿que mierda quieres Ero-cook, dilo rápido y vete— soltó Zoro sin ningún toque de amabilidad.

Yo tampoco estoy nada contento de ver tu cara, estúpido marimo, solo mírate ahora pareces un sapo en vez de marimo con esos ojos todos hinchados y rojos replicó Sanji con un tono de voz áspero.

𝑀𝑖 𝐷𝑢𝑙𝑐𝑒 𝐸𝑠𝑝𝑜𝑠𝑜Donde viven las historias. Descúbrelo ahora