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-¿De quién huimos? -preguntó una voz susurrante a su espalda.

El susurro no fue lo suficientemente bajo, lo que causó que el grupo de alfas que custodiaban el pueblo se detuviera, alertando al Omega que se ocultaba. Tomando al alfa entrometido, lo arrastró hasta lo profundo del callejón, donde se ocultaron detrás de una pila de basura. Desde allí, tenía una vista perfecta del grupo, que, al no detectar nada sospechoso, continuó su camino. Denix suspiró aliviado, pero su mirada se oscureció. Una furia creciente lo consumió. Agarrando al alfa por el brazo de manera brusca, lo levantó de un tirón y luego lo lanzó de nuevo al suelo.

-¿Cuál parte de "no te entrometas en mis asuntos" no entendiste? ¿Acaso no fui claro cuando te dije que no quería estorbos? ¡¿Qué parte de eso no captaste?!

Su pecho subía y bajaba con cada respiración agitada, la ira ardiendo dentro de él. Si en ese instante lo hubieran descubierto, todo habría sido en vano. Los meses de viajes, de escapatorias, de intentar alejarse de su manada, no habrían servido para nada.

-De-Denix, lo siento, solo quería ayudarte a cargar las compras y acompañarte. No quiero ser solo una carga para ti, entonces pensé...

-¡Pues deja de pensar! No necesito tu compañía ni tu ayuda. Eres solo un estorbo que se ha pegado a mí, ¡así que vete! ¡No te necesito!

Con esas palabras, Denix se dio la vuelta, ajustando su capucha, y salió del callejón sin lanzar ni una mirada a Enrik, quien quedó allí, solo, sintiendo un nudo en la garganta. Llevaban solo unas semanas conociéndose, pero desde que Denix lo había salvado de la muerte aquel día, Enrik se había propuesto ser una ayuda y compañía en su solitario camino. El Omega era arisco y sus palabras, siempre hirientes, solo eran eso; palabras. Porque, aunque su boca mentía, sus ojos eran sinceros. En su interior, más allá de la capa de agresividad, sabía que se escondía un Omega tierno, marcado por heridas profundas. En las noches solitarias y oscuras, Enrik había visto esos hermosos ojos esmeralda nublarse en lágrimas que caían como gotas de cristal, rompiendo su corazón.

A veces, Enrik notaba que Denix parecía disfrutar de su compañía. En esos momentos, Denix le hablaba de su vida y su familia, y sus ojos brillaban con una luz especial cada vez que mencionaba a uno de ellos. Para Enrik, sonaba como la familia perfecta y amorosa, aunque sabía que eso era solo una ilusión creada por Denix. La realidad era diferente; un padre controlador, una madre distante. Lo único que parecía genuino en sus relaciones eran los momentos que compartían con sus hermanos. Y, de no ser porque uno de ellos le había causado tanto dolor, Enrik habría creído que todo era un malentendido.

Cada vez que Denix mencionaba a su hermano mellizo, el brillo en sus ojos se apagaba. Pero, en lugar de odio, solo había una profunda melancolía y tristeza. Enrik sintió un odio creciente hacia Seth, a quien ni siquiera conocía, pero Denix no. Hablaba de su hermano con una mezcla de amor y tristeza que Enrik no lograba entender.

Lo único que él sabía era que deseaba ver a Denix sonreír, ver cómo sus ojos brillaban, deslumbrantes y preciosos. Así que se prometió a sí mismo no abandonarlo jamás, seguirlo a donde fuera, incluso si Denix lo rechazaba o intentaba dejarlo atrás.

Denix caminaba apresurado y en alerta, vigilando cada rincón a su alrededor. Debía salir de ese pueblo cuanto antes; aún no había abandonado el territorio de su antigua manada, y el riesgo de ser descubierto era alto. Los alfas que había visto esa mañana le recordaron que Ekaia era una manada grande, con varios pueblos bajo su control, y no ver el escudo de su ex manada en las calles no significaba que estuviera a salvo.

ωιʅ𝚍 𝙳єѕтιиу ♡•°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora