Capítulo 18

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Recreación a primera persona
Realidad modificada.

—Ariana, vamos, despierta— me gritó mi prima desde la puerta, su voz insistente resonando en mi cabeza. No quería levantarme; no podía. Era como si mi cuerpo estuviera hecho de plomo, cada músculo pesando más de lo que podía soportar.

—Ábreme la puerta, venga —continuó, su tono cada vez más impaciente. Pero yo apenas podía moverme, mucho menos levantarme para abrir la puerta. El simple acto de abrir los ojos parecía una tarea monumental, y la idea de salir de la cama se me antojaba imposible.

Escuché cómo hablaba con mi tía, pero sus voces se mezclaban en un murmullo distante. Nada de lo que decían tenía sentido, como si estuvieran en otro mundo. De repente, la puerta se abrió de golpe y su presencia se hizo más clara y nítida.

—¡Carajo, mírate! —exclamó mi tía al entrar en la habitación. Sin previo aviso, me levantó de la cama con una fuerza que no esperaba, sus manos frías inspeccionando mi rostro y mis brazos con urgencia.

—Ariana, llamaron de la universidad —dijo mi prima, acercándose—. Dijeron que faltaste más de lo que tenían acordado. Quieren quitarte la beca.

Sus palabras se clavaron en mi mente como una aguja afilada, despertando una alarma que apenas podía procesar. Mi beca, mi única oportunidad de continuar con mis estudios. Pero por más que quería responder, mi cuerpo no me obedecía. Me sentía atrapada en mi propio cuerpo, incapaz de reaccionar.

—Tranquila —interrumpió mi tía, tratando de calmarme—. Le dije a un doctor de la clínica donde trabajo que escribiera un certificado médico. Ellos creen que estás hospitalizada por tu anemia —su voz era firme, pero su preocupación era evidente en la forma en que me miraba. —Creo que sí tendremos que llevarte— continuó, mientras revisaba mi pulso, que estaba débil y errático.

Habían pasado tres días desde que me había postrado en aquella cama, sin comer, sin beber, sin hacer nada más que dormir. Era como si mi cuerpo hubiera decidido rendirse, como si todas las fuerzas que alguna vez tuve se hubieran esfumado. Y aunque parte de mí sabía que necesitaba ayuda, otra parte simplemente quería quedarse ahí, en la oscuridad y el silencio.

—No te quedes ahí —ordenó mi tía, levantándome de la cama con una firmeza que no admitía resistencia—. Vamos a la clínica, no puedes seguir así.

Traté de caminar, pero mis piernas temblaban, y apenas podía mantenerme en pie. Mi prima se apresuró a sostenerme por un brazo, y entre las dos me llevaron hasta el coche. Cada paso era un esfuerzo, cada respiración una lucha. No entendía cómo había llegado a este punto, pero sabía que necesitaba hacer algo al respecto, aunque solo fuera por ellas.

El trayecto a la clínica fue un borrón de luces y sombras. Mis ojos apenas se mantenían abiertos, y todo lo que podía hacer era recostarme contra el asiento, sintiendo cómo mi cuerpo se rendía cada vez más. Cuando llegamos, me llevaron directamente a una camilla, y antes de darme cuenta, estaba rodeada de médicos y enfermeras que hablaban entre ellos, mencionando palabras que apenas podía entender.

—Anemia severa… desnutrición… deshidratación… —escuché fragmentos de sus conversaciones, pero no tenía la energía para prestarles atención. Todo lo que quería era cerrar los ojos y olvidarme de todo.

Un médico se acercó a mí, con una expresión de preocupación en su rostro. —Ariana, te vamos a poner en una vía intravenosa, necesitas rehidratarte y recibir nutrientes. Vas a quedarte con nosotros unos días para recuperarte, ¿de acuerdo?

Asentí débilmente, aunque en realidad no me importaba lo que hicieran. Estaba demasiado agotada para oponerme. Sentí el pinchazo de la aguja en mi brazo, y poco a poco, una sensación de calma empezó a invadirme, como si el líquido que fluía por la vía trajera consigo un alivio que mi cuerpo había estado suplicando.

Antes de que el Sol Toque el HorizonteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora