Capítulo 30

31 6 3
                                    

Recreación a primera persona
Realidad modificada.

El sonido de mi respiración entrecortada llenaba la pequeña oficina, mientras las palabras de Ricardo se clavaban en mí como cuchillos. Mi cuerpo temblaba, no solo por la ira, sino por la sensación abrumadora de estar atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.

—¿Cómo pudiste hacerme esto, Ricardo? —mi voz salió rota, llena de desesperación. Las lágrimas que había intentado contener durante tanto tiempo finalmente comenzaron a caer, una tras otra, trazando un rastro ardiente por mis mejillas—. Arruinaste mi vida, ¡lo destruiste todo!

Ricardo permaneció impasible, sentado en su gran silla de cuero, con una expresión que apenas mostraba una mueca de fastidio. El hombre que una vez había creído que me amaba, que me había prometido el mundo, ahora solo me miraba como si fuera un inconveniente menor en su día. Esa indiferencia me destrozaba, haciendo que la furia se mezclara con un dolor profundo que sentía en cada fibra de mi ser.

—No seas dramática, Ariana —respondió, su tono frío como el hielo—. Nadie te obligó a hacer nada. Tú elegiste estar conmigo. Sabías en lo que te estabas metiendo desde el principio.

Sus palabras me golpearon con una brutalidad que me dejó sin aliento. Sentí que el suelo bajo mis pies se desvanecía y tuve que sostenerme en el borde del escritorio para no caer.

—¡No es cierto! —grité, la voz quebrándose—. Me manipulaste, me hiciste creer en tus mentiras. Me prometiste que dejarías a tu esposa, que empezaríamos una nueva vida juntos. ¡Todo era falso! todo este tiempo… ¡Me usaste!

Él se encogió de hombros, como si lo que decía no tuviera importancia. Su mirada, fría y calculadora, me recordaba a un extraño. Ya no era el hombre del que me había enamorado, o quizás nunca lo fue y simplemente fui lo suficientemente estúpida como para creer en sus promesas vacías.

—Deberías haber sido más inteligente, Ariana —dijo con una sonrisa despectiva—. El mundo no es tan sencillo como te imaginas. Pero supongo que ahora lo sabes.

La rabia dentro de mí se encendió con una intensidad que me sorprendió. No sabía de dónde venía esa fuerza, pero sentía que si no la liberaba, me consumiría por completo. Me acerqué a él, cerrando el espacio entre nosotros, y lo miré directamente a los ojos.

—¡Me destruiste! —exclamé, la voz cargada de amargura—. Y no te importa en absoluto. Fui un juego para ti, algo para pasar el tiempo. Pero ya no más, Ricardo. ¡Ya no más!

Le di la espalda, con la intención de salir de esa oficina y no volver jamás. Pero justo cuando abrí la puerta, mis ojos se encontraron con los de James. Estaba ahí, parado en el umbral, mirándonos con una expresión de incredulidad y decepción tan profunda que me dejó sin palabras. Todo lo que había tratado de mantener oculto, todo lo que había hecho para protegerlo, se desmoronaba ante sus ojos.

—James… —murmuré, pero mi voz se apagó antes de que pudiera decir algo más.

Él negó con la cabeza, una vez, luego otra, como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Su rostro se endureció, y en un segundo entendí que había perdido todo lo que alguna vez habíamos compartido. Sentí cómo algo se rompía dentro de mí, y sin pensarlo dos veces, corrí tras él.

—¡James, por favor, espera! —le grité, mi voz llena de desesperación.

Él aceleró el paso, y yo corrí tras él, ignorando las miradas curiosas de los empleados en el pasillo. Mi corazón latía con fuerza, no solo por el esfuerzo, sino por el miedo paralizante de perderlo para siempre.

Cuando finalmente lo alcancé en la entrada del edificio, lo vi girarse, pero no fue para escucharme. Su expresión era de un cansancio profundo, una fatiga que no había visto antes en él.

Antes de que el Sol Toque el HorizonteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora