Capítulo 27

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Recreación a primera persona
Realidad modificada.

El sol de la tarde se filtraba por las ventanas de la cafetería, pintando el ambiente con una calidez suave y acogedora. James y yo estábamos sentados en una mesa junto a la ventana, disfrutando de un café mientras discutimos ideas para mi nuevo libro. Había estado trabajando en la trama durante semanas, y James, con su entusiasmo contagioso, se había convertido en mi mayor apoyo. Aunque todavía no había comenzado a escribir, me hacía bien hablar de ello, y más con él.

—Entonces, la protagonista descubre que su vida ha sido una mentira —dije, moviendo las manos para enfatizar la intensidad de la revelación—. Todo lo que conocía, todo en lo que confiaba, era parte de un plan mayor del que ella no tenía idea.

James me miró con una sonrisa de admiración mientras jugaba con su taza de café.

—Me encanta. Tienes una manera de hacer que los lectores se cuestionen todo —comentó, inclinándose un poco hacia adelante—. Pero, ¿has pensado en cómo vas a resolver ese conflicto?

—Es complicado —admití, riendo suavemente—. No quiero que sea un final predecible, pero tampoco quiero complicarlo demasiado. Quizás el final debería reflejar la ambigüedad de la vida real.

Antes de que pudiera seguir desarrollando mis ideas, sentí una presencia a mi lado. No le presté mucha atención al principio, pensando que era solo un cliente más, pero entonces un tirón brusco en mi cabello me hizo gritar de dolor.

—¡Tú! —gritó una mujer, con la voz cargada de furia—. ¡Eres tú la que se metió con mi marido, gata, rompe hogares!

El mundo pareció detenerse por un segundo. James se levantó de inmediato, su cara transformada en una mezcla de confusión y preocupación, mientras la mujer continuaba tirando de mi cabello con una fuerza inhumana. Traté de zafarme, pero su agarre era implacable.

—¡Suéltala! —gritó James, interviniendo rápidamente. Logró apartar a la mujer de mí, pero ella seguía lanzando insultos, sus ojos llenos de odio.

—¡Eres una maldita! —continuó la mujer, señalándome con el dedo mientras James la mantenía a raya—. ¡Soy Mary, la esposa de Ricardo, ese hombre con el que te acostaste!

El nombre de Ricardo cayó como una bomba en medio de la tranquila cafetería, y la conmoción en la cara de James fue evidente. Sentí como si el suelo se desvaneciera bajo mis pies, el miedo y la vergüenza mezclados en un remolino de emociones.

—Yo... yo no sabía que él estaba casado cuando lo conocí —traté de explicar, mi voz temblando—. Y cuando lo descubrí, lo dejé. Terminé con él inmediatamente, ¡te lo juro!

La mujer, Mary, no parecía escucharme. Estaba demasiado cegada por la rabia, pero antes de que pudiera hacer algo más, un oficial de policía que había sido llamado por uno de los empleados de la cafetería apareció en escena. Rápidamente, tomó control de la situación y se llevó a Mary fuera del local, dejando a James y a mí en un silencio cargado de tensión.

James me miró, sus ojos reflejando una mezcla de emociones que no podía descifrar completamente. Sentí que el mundo se derrumbaba a mi alrededor.

—Ariana... ¿Qué acaba de pasar? —preguntó finalmente, su tono bajo pero lleno de incredulidad.

Tomé aire, sabiendo que no tenía más opción que contarle la verdad. O, al menos, una parte de ella.

—James, te juro que no sabía que Ricardo estaba casado cuando empezamos a salir —empecé, mi voz, apenas un susurro—. Fue solo después de un tiempo que descubrí la verdad, y en cuanto lo supe, lo dejé. No quería ser parte de algo así, no quería hacerle daño a nadie.

James me escuchaba en silencio, su mirada fija en mí, mientras yo trataba de mantener la compostura.

—¿Por qué nunca me lo dijiste? —preguntó, con una calma que era más aterradora que si hubiera gritado—. ¿Por qué mantuviste esto en secreto todo este tiempo?

Las palabras se atoraron en mi garganta. No podía decirle la verdad completa; no podía confesar que después de haber terminado con Ricardo, volvimos a vernos en un intento desesperado por encontrar una solución a nuestros sentimientos. Sabía que eso lo destrozaría.

—Tenía miedo —respondí finalmente, evitando sus ojos—. Tenía miedo de que pensaras mal de mí, de que no pudieras perdonarme. Y para cuando quise decírtelo, ya había pasado tanto tiempo que no sabía cómo hacerlo sin destruir lo que tenemos.

James asintió lentamente, pero no parecía convencido. Un silencio pesado cayó sobre nosotros y sabía que las palabras que no se decían eran tan importantes como las que acababa de pronunciar.

—Vamos, te llevaré a casa —dijo finalmente, su voz neutral, como si intentara procesar todo lo que acababa de escuchar.

El trayecto hasta mi casa fue un mar de incertidumbre. James manejaba en silencio, y aunque intenté hablarle, sus respuestas eran cortas y distantes. Sabía que la semilla de la desconfianza había sido plantada, y temía que no hubiera manera de deshacer lo que acababa de suceder.

Esa noche, a pesar del caos de la tarde, aún tenía que enfrentar la cena en casa de James con sus padres. Intenté arreglarme lo mejor posible, pero no pude evitar que mis manos temblaran mientras me peinaba. Tenía la sensación de que esta noche podría definir el futuro de mi relación con James, y eso me llenaba de terror.

Cuando llegamos a la casa, Mary me recibió con la misma amabilidad de siempre, aunque sus ojos parecían más atentos, como si sospechara que algo había cambiado. Durante la cena, traté de actuar con normalidad, pero James estaba visiblemente distante, lo que no pasó desapercibido para su familia. Ayla, en particular, parecía estar disfrutando de la situación, lanzándome miradas inquisitivas desde el otro lado de la mesa.

Todo iba razonablemente bien hasta que, sin previo aviso, Ayla soltó un comentario que congeló el ambiente.

—Así que, Ariana, ¿ya le contaste a James que tuviste una relación con Ricardo? —preguntó con una sonrisa dulce, pero había veneno en sus palabras.

El silencio cayó sobre la mesa como una manta de plomo. James levantó la vista hacia mí, y pude ver la incredulidad transformarse en furia. Las palabras de Ayla habían encendido la chispa que temía desde hacía horas.

—¿Todos lo sabían? —preguntó James, su voz temblando con una mezcla de ira y dolor—. ¿Todos lo sabían excepto yo?

Intenté hablar, pero las palabras no salieron. La sensación de traición en su voz me dejó paralizada. Mary intentó intervenir, pero James la cortó con un gesto brusco.

—Ariana, vete a casa. —Sus palabras eran un latigazo, y cuando intenté protestar, levantó una mano, deteniéndome—. No quiero hablar contigo ahora mismo. No puedo.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Me levanté de la mesa, sintiendo las miradas de todos sobre mí, pero ninguna más dolorosa que la de James. Salí de la casa en un torbellino de emociones, sin saber si este era el final de todo lo que habíamos construido.

Un taxi me esperaba en la entrada. Me subí y, mientras el auto se alejaba, no pude evitar sentir que algo se había roto entre nosotros. Algo que tal vez nunca podría reparar.

Antes de que el Sol Toque el HorizonteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora