Capítulo 21

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Recreación a primera persona
Realidad modificada.

El suave murmullo de las hojas arrastradas por el viento me dio la bienvenida cuando me levanté de la cama. Había pasado una semana desde mi estancia en la clínica, y aunque aún sentía la fragilidad en mi cuerpo, sabía que era hora de regresar a mi vida. Había reposado lo suficiente; el descanso había sido reparador, pero la realidad me esperaba, y no podía postergarla más.

Me vestí con ropa cómoda, algo sencillo que no llamara la atención, y me miré al espejo por un momento, notando las sombras que aún rodeaban mis ojos. Parecía una versión más delgada y cansada de mí misma, pero había algo más en mi mirada: una determinación que no había sentido en mucho tiempo.

—¡Puedo hacerlo! —me dije a mí misma antes de tomar mi mochila y salir de casa.

El trayecto hacia la universidad fue tranquilo, casi reconfortante en su familiaridad. Cada esquina, cada árbol, cada banco parecía haber esperado mi regreso. Era como si el mundo hubiera continuado su marcha habitual, indiferente a mi ausencia. Y aunque eso podría haberme entristecido en otro momento, ahora me daba una extraña sensación de normalidad, como si mi vida estuviera volviendo a encajar en su lugar.

Al llegar al campus, me dirigí directamente al edificio donde tenía mi primera clase del día: Introducción a la anatomía. El aula ya estaba llena cuando llegué, con estudiantes dispersos en sus asientos, algunos revisando apuntes, otros conversando en voz baja. Elegí un lugar en la parte trasera, donde podía observar sin ser observada.

La clase comenzó, y aunque intenté concentrarme, me encontré luchando para seguir el ritmo. Los conceptos se me antojaban confusos, y las explicaciones del profesor parecían rebotar en mi mente sin llegar a asentarse. Fruncí el ceño, haciendo un esfuerzo por entender, pero todo se mezclaba en un caos de términos y diagramas que no lograba descifrar.

Cuando la clase finalmente terminó, sentí una mezcla de alivio y frustración. Necesitaba ayuda, eso estaba claro. Sin pensarlo mucho, tomé mi teléfono y le envié un mensaje a James, explicándole que no había entendido casi nada de lo que habían visto en clase.

Caminé hasta la oficina de administración, donde debía entregar la carta de la clínica que justificaba mis faltas.

La secretaria, una mujer mayor con el cabello canoso recogido en un moño, me miró con curiosidad cuando le entregué el carnet. Era una mirada que indicaba que sabía algo más, pero no dijo nada, solo asintió y tomó el sobre.

—Gracias, señorita Valdés —dijo la mujer, dándome una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

Salí de la oficina sintiéndome más ligera, como si cada pequeño paso me acercara más a la normalidad. Todo había salido bien; mis faltas serían excusadas y podría retomar mis estudios sin mayores problemas.

Sin embargo, al salir del edificio, me topé inesperadamente con Ricardo. Él estaba hablando con alguien, pero al verme, su expresión cambió por completo. Noté que parecía igual de sorprendido, aunque su reacción fue rápida, mostrándose cortés.

—Valdés —me saludó, su tono formal, casi frío.

—Sr. Suárez —respondí, igualmente formal, aunque sin el rastro de nerviosismo que había esperado sentir.

La conversación fue breve, casi trivial, y aunque las palabras intercambiadas fueron pocas, no pude evitar sentir una pequeña victoria personal al no dejarme afectar por su presencia. La interacción, que antes me habría dejado con el corazón en la garganta, ahora solo me dejó una ligera incomodidad, como si Ricardo ya no tuviera el poder de desestabilizarme.

Antes de que el Sol Toque el HorizonteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora