Capítulo 12

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Recreación a primera persona
Realidad modificada.

—Cuéntame todo —dijo Ara. En cuanto me acerqué a la mesa, su voz reflejaba una mezcla de curiosidad e impaciencia. Sabía que no me dejaría en paz hasta que le contara cada detalle, pero decidí jugar un poco con su impaciencia.

—Hola, buenos días, Ariana. ¿Cómo estás? — Repliqué con ironía, mi tono teñido de frustración, enfatizando cada palabra como si estuviera recitando un saludo perfectamente ensayado…

Ara soltó un bufido, agitando una mano en el aire, como si quisiera barrer mi sarcasmo con un simple gesto. —Sí, lo que sea, ahora cuéntame qué pasó con ese tipo —insistió, su mirada fija en mí como si pudiera leer la historia directamente de mis pensamientos.

Solté un suspiro largo y exagerado, permitiéndome una pausa antes de continuar. Con Ara, siempre era una batalla mantener el control de la conversación. —¿Ya pediste? —pregunté finalmente, cambiando de tema, y vi cómo asentía sin mucho interés, como si estuviera dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de obtener lo que quería.

Sabía que había pedido mi bebida favorita sin necesidad de preguntar; después de tantos años, conocía mis gustos mejor que nadie. Sin embargo, algo en la disposición de la mesa capturó mi atención. —¿Viene alguien más? —añadí. notando que había cuatro sillas alrededor de la mesa, lo que era inusual para nuestras reuniones, que generalmente eran solo entre nosotras dos.

—Invité a Myla, que llegó ayer, y también a Maren —respondió con naturalidad, mientras hacía un gesto despreocupado, como si fuera la cosa más normal del mundo.

Pero algo en su tono me hizo fruncir el ceño. Sabía que estaba dejando a alguien fuera, alguien importante para mí. —¿Y a Dylan? —pregunté, mi voz llena de una esperanza que se desvaneció rápidamente cuando vi la expresión de su rostro cambiar, volviéndose más rígida, más cerrada. Era un tema delicado entre nosotras.

—Sabes que no —respondió secamente. La tensión en su voz me recordó que su rencor hacia Dylan no había disminuido ni un ápice, a pesar de que ya habían pasado más de tres años desde su última conversación. —No pude ponerme en contacto con Estela, así que no la invité —añadió rápidamente, como si quisiera desviar la atención hacia otro asunto menos incómodo.

Me recosté en la silla, mordiéndome el labio mientras reflexionaba sobre la mención de Estela. —Hace mucho que no hablo con ella —dije finalmente, sintiendo un peso en el pecho que no había reconocido hasta ahora. —Era mi mejor amiga; lamento que nos hayamos distanciado. —Mi voz sonó más melancólica de lo que había previsto, revelando una herida que, hasta ese momento, creía cerrada.

Ara me miró por un largo momento antes de encogerse de hombros, restándole importancia al asunto, como siempre hacía. —Bueno, mi mejor amiga me dejó de hablar por un chico que ni conocía hace cuatro años, ¿qué te puedo decir? —dijo, intentando con esas palabras minimizar el dolor que ambas compartíamos, aunque en diferentes circunstancias.

El recuerdo de aquella ruptura amistosa aún me perseguía. La mejor amiga de Ara siempre había sido posesiva, celosa, hasta lo enfermizo. Por otro lado, lo que ocurrió entre Estela y yo fue diferente, menos dramático, pero no menos doloroso. Entre nosotras, no hubo traiciones ni peleas explosivas, solo un alejamiento gradual. Fui yo quien se dejó llevar por la pereza, quien no respondió a sus mensajes hasta que ella se cansó de esperar y desapareció de mi vida.

Intenté sacudirme esos pensamientos sacudiendo ligeramente la cabeza. —Bueno, pero no están aquí —dije, eligiendo mis palabras con cuidado. Aunque no lo formulé como una pregunta directa, esperaba una respuesta, algo que me ayudara a entender mejor la situación.

Ara, con su típica intuición, captó mi intención de inmediato. —Les dije que vinieran una hora más tarde —explicó, sus ojos fijos en los míos, transmitiendo una seriedad que rara vez veía en ella. — Necesito que me cuentes todo tranquila, sin tener que empezar desde cero.

Asentí lentamente, agradecida por su consideración. —Ahh, perfecto —dije, esbozando una sonrisa que no alcanzó a ocultar por completo mi nerviosismo. Sabía que esta conversación no sería fácil. —Cuando te escribí, estaba enojada con Ricardo porque me había estado mintiendo —comencé, mis palabras fluyendo más rápido de lo que esperaba, como si una parte de mí quisiera arrancar el vendaje de golpe. Mientras hablaba, la observé hacer un sorbo ruidoso a su bebida, un hábito suyo que, en ese momento, me pareció casi reconfortante. Se detuvo en seco cuando mencioné lo que venía a continuación. — Estaba casado.

Vi cómo sus ojos se agrandaron de sorpresa, pero se mantuvo en silencio, dándome el espacio para continuar. —Bueno, en proceso de divorcio, en realidad. Y por eso empecé a salir con James; me ayudó mucho, pero luego Ricardo volvió y no supe cómo resolver las cosas.

Ara me animó a seguir, su rostro ahora libre de cualquier rastro de burla. Era raro verla tan seria, y eso me hizo sentir una punzada de culpa por haberla involucrado en todo esto.

—James es el chico perfecto —admití, mi voz quebrándose ligeramente—, pero estoy reuniendo fuerzas para dejarlo ahora y no hacerle más daño. Ricardo es… no sé, ni siquiera hay palabras para describirlo —miro hacia abajo, sonriendo tímidamente, como si al mencionar su nombre una oleada de recuerdos me embargara. — Fue el primer hombre del que me enamoré; no fue mi primer beso, pero se sintió como tal. Todo era tan perfecto que volví con él sin pensarlo dos veces, sin darme cuenta de que estaba arrastrando a otro chico con esa decisión.

Mi mente se sumergió en el caos de mis propios sentimientos mientras trataba de ordenar los pensamientos que tanto me atormentaban. — Cuando me di cuenta, ya era un poco tarde. Por fin tenía a Ricardo solo para mí, y no pensaba dejarlo ir a pesar de todo, pero también estaba James. Es demasiado bueno para estar conmigo, pero no puedo dejarlo, no quiero.

Sentí que mi voz temblaba al decir las siguientes palabras, porque, aunque lo había admitido ante mí misma, decirlo en voz alta lo hacía más real. — Siento que ellos dos completan mi alma. A Ricardo lo amo, y no sería capaz de dejarlo jamás; James es más como un amigo, pero tengo miedo de que se aleje si le digo que regresé con mi expareja.

Ara me miró fijamente, su confusión reflejada en sus ojos. —¿Entonces no quieres a James? —preguntó, su voz teñida de incredulidad.

Asentí, pero mi asentimiento fue seguido de una negación interna. —Sí, sí lo quiero —dije rápidamente, pero incluso mientras lo decía, supe que la verdad era más compleja de lo que mis palabras podían expresar. — Es solo que no con la misma intensidad con la que amo a Ricardo. En momentos donde tengo que elegir entre ver a uno u otro, Ricardo siempre está en primer lugar. Pero no soy capaz de decírselo a James; me sentiría demasiado mal si decide irse de mi vida.

Ara cruzó los brazos, su expresión ahora más severa. —Estás siendo egoísta… —me dijo, sin rodeos. — No sé cómo explicarte, pero además de jugar con él, le estás siendo infiel a tu pareja actual, y tú no te sentiste bien cuando Ricardo hizo lo que hizo. Deberías terminar con uno o, en todo caso, con ambos.

Sentí cómo el peso de sus palabras me aplastaba, como si cada una fuera un ladrillo colocado con cuidado sobre mis hombros. —No puedo —murmuré, pasando mis manos por mi cara, como si al hacerlo pudiera borrar la culpa que me consumía—. Simplemente, no puedo. No sé por qué es tan difícil para mí. Sé que estoy siendo egoísta con ellos, pero por fin me siento completamente feliz. Es como si esto fuera lo que siempre me había faltado.

Ara me observó con una mezcla de lástima y desaprobación; sus ojos se suavizaron momentáneamente antes de que su tono volviera a ser firme. — Pero gracias a tu felicidad, te estás llevando la de cinco personas más. Ricardo tenía dos hijos y tenía una esposa; eran una familia, y ahora no lo son porque tú estuviste ahí. No destruyas también la vida de James, Ariana.

Sus palabras atravesaron mi pecho como una flecha, directa al centro de mi ser. —No es mi culpa que Ricardo estuviera casado, no lo sabía —respondí en un susurro, mi voz ahora débil.

—En ese punto te entiendo —admitió Ara, su tono suavizándose ligeramente—, pero James no sabe que estás en una relación. Ricardo podría culparlo por arruinar lo que tienes con él, y los hombres resuelven las cosas de diferentes maneras.

Antes de que el Sol Toque el HorizonteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora