I

561 23 0
                                    

La casa estaba situada en las afueras de la ciudad, una mansión moderna con enormes ventanales, cercada por altos muros de concreto. A pesar de la elegancia de la estructura, había algo sombrío en el ambiente, como si la oscuridad se colara entre los espacios perfectos de esa fachada de lujo. Derek Morgan aparcó el coche al lado de la entrada principal, observando la escena con su habitual mirada aguda.

—¿Listo para esto? —preguntó a su compañero. Era un caso de alto perfil, y sabían que la mujer que estaban a punto de interrogar, aunque no fuera la principal sospechosa, era el eslabón que los llevaría a su marido, un traficante internacional que había logrado eludir a la justicia por años.

—Claro —respondió su compañero—, pero no esperes mucho. Las esposas de tipos como este saben cómo mantenerse en silencio.

Morgan soltó un leve gruñido, algo que sonaba casi a una risa irónica. No tenía paciencia para estas situaciones, pero sabía que era parte del trabajo. Se bajaron del coche y se dirigieron a la puerta, tocando el timbre.

Pasaron unos segundos que se sintieron más largos de lo normal antes de que la puerta se abriera. Apareció Isabella Solari, una mujer joven, de unos 28 años, con una belleza casi etérea. Sus ojos oscuros eran duros, fríos, y su postura perfecta transmitía tanto elegancia como desdén. Derek pudo notar que, detrás de esa apariencia impecable, había algo roto, oculto bajo capas de control absoluto.

—Agentes —dijo ella, su tono formal, sin rastro de emoción—. ¿Qué puedo hacer por ustedes?

—Señora Solari, soy el agente Derek Morgan del FBI, y este es mi compañero. Estamos aquí para hacerle algunas preguntas sobre su marido —respondió Derek, manteniendo su mirada fija en la de ella.

Isabella no flaqueó ni un segundo. Mantuvo la calma y abrió más la puerta, dejando que los dos agentes entraran.

—¿Sobre mi marido? —preguntó, con una frialdad que casi rayaba en la indiferencia—. Me temo que no sé dónde está.

Derek intercambió una mirada con su compañero, ya había empezado la danza del interrogatorio. Sabían que ella no iba a soltar nada con facilidad.

—Eso no es lo que queremos saber ahora mismo —dijo Derek, mientras entraba a la espaciosa sala de estar—. Sabemos que ha estado fuera del país. Lo que nos interesa es entender su implicación en sus negocios, en lo que realmente está ocurriendo. No va a ayudarse a sí misma protegiéndolo.

Isabella caminó con calma hacia el sofá, sus tacones resonando sobre el mármol. Se sentó cruzando las piernas con una elegancia que solo subrayaba su control. Se inclinó ligeramente hacia adelante, mirando directamente a Derek.

—¿Protegerlo? —repitió ella, con una sonrisa apenas perceptible, casi burlona—. Mi marido es un hombre de negocios. No veo qué tengo que ver yo en sus asuntos.

Derek sintió una chispa de frustración. Ella era lista, y fría. No iba a dejarse intimidar fácilmente. Pero había algo más. La forma en la que le hablaba, esa pequeña mirada desafiante en sus ojos... no solo estaba evadiendo el tema, también estaba probando hasta dónde podía llevar el control de la situación.

—Isabella —dijo Derek, acercándose lo suficiente para invadir su espacio personal, pero no tanto como para que se sintiera amenazada—. Sabes que todo esto es mucho más que simples negocios. Tu marido es uno de los traficantes de drogas más buscados por la Interpol. No te conviene cubrir sus huellas. Podrías terminar involucrada en algo que no puedes controlar.

La mujer no se inmutó. En cambio, entrecerró los ojos, midiendo cada palabra de Morgan, como si quisiera leer más allá de lo que decía. Había algo en él que la molestaba... o quizás la intrigaba.

Mentes Criminales: Solari (Derek Morgan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora