XVI

36 2 0
                                    

Cuando Morgan le dijo de ir a casa, Isabella reaccionó de una manera que no esperaba.

—¡No quiero ir a casa! —exclamó, su voz alzándose con una mezcla de frustración y algo más profundo, algo que Morgan no pudo identificar de inmediato.

La intensidad de sus palabras lo descolocó por completo. Ella respiraba agitadamente, sus emociones a punto de desbordarse. Morgan dio un paso hacia ella, intentando acercarse, pero sin invadir su espacio personal. Sabía que cualquier movimiento en falso podría hacer que todo explotara.

—Hey, está bien —dijo con suavidad, bajando el tono de voz para no presionarla—. No tienes que ir a casa si no quieres. Podemos hablar, caminar, lo que sea que necesites.

Isabella lo miró, sus ojos llenos de una mezcla de rabia, deseo y algo que Morgan no pudo definir. Era como si todas las emociones que había contenido durante tanto tiempo estuvieran comenzando a desbordarse, y él estaba allí, siendo testigo de ese momento.

—¿Hablar? —soltó una risa amarga—. ¿De qué, Morgan? ¿Qué es lo que quieres de mí realmente? Porque no puedo seguir fingiendo que esto es solo un maldito juego.

Morgan sintió cómo su corazón se aceleraba. Sabía que sería el momento perfecto para aprovechar la situación, para sacarle información crucial sobre el caso. Su entrenamiento le decía que debía hacerlo, que cualquier cosa que Isabella dijera en ese estado emocional podría ser la clave que necesitaban. Pero mientras la miraba, vio más allá del caso, más allá de la esposa de un criminal. Lo que tenía frente a él era una mujer atrapada, luchando con sus propios demonios, y genuinamente no sabía qué hacer para ayudarla.

Isabella dio un paso hacia él, cerrando la distancia entre ambos de manera abrupta. Ahora estaban tan cerca que Morgan podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo, la intensidad de su respiración.

—¿Sabes qué, Morgan? —su voz ahora era baja, casi un susurro cargado de tensión—. Yo sí quiero que me desees. Sí quiero que cruces la línea.

Morgan la miró con los ojos bien abiertos, sorprendido por la franqueza de sus palabras. No se lo esperaba, no de esa manera. Pero antes de que pudiera decir algo, Isabella continuó, su mirada ardiente fija en él.

—Yo sí te deseo —admitió, su tono ahora cargado de vulnerabilidad y frustración—. Desde el primer momento que cruzaste esa maldita puerta, supe que esto iba a ser un problema. Eres peligroso para mí, Morgan, no solo por lo que representas, sino porque no debería sentirme así.

Las palabras flotaban en el aire entre ellos, y la tensión se sentía insoportable. Morgan sintió un nudo en la garganta. Su deseo por ella había estado creciendo desde el primer momento en que la vio, pero siempre lo había empujado a un segundo plano, intentando mantener las líneas claras entre lo personal y lo profesional. Pero ahora, Isabella lo estaba enfrentando directamente, y el deseo que él mismo había estado reprimiendo se hacía aún más evidente.

—Isabella... —intentó decir, pero ella lo interrumpió, su voz temblorosa pero firme.

—¡No! No quiero escucharte decir que no está bien, que no debería estar sucediendo, porque ya lo sé —dijo con furia—. Pero no puedo evitarlo. No puedo sacarte de mi cabeza, Morgan. Y créeme, he intentado. Pero no puedo.

Morgan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que debía ponerle fin a esto, que las líneas que estaban cruzando eran peligrosas. Pero las palabras de Isabella lo habían tocado en lo más profundo, porque, por más que intentara negar sus propios sentimientos, también estaba atrapado en la misma lucha interna.

Ella lo miraba con una intensidad que parecía desgarrarlo por dentro.

—Dime, Morgan, ¿qué es lo que realmente quieres de mí? —preguntó, su voz suave pero llena de desafío—. ¿Estás aquí porque necesitas información? ¿O porque me deseas tanto como yo a ti?

Mentes Criminales: Solari (Derek Morgan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora