XII

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Morgan, en su casa, se secaba el cabello con una toalla después de una ducha. Había intentado relajarse tras un largo día de trabajo, pero sus pensamientos estaban incesantemente atrapados en Isabella Solari. La imagen de su rostro, la tensión en sus ojos, el magnetismo que había percibido en ella no dejaban de rondar su mente. A pesar de saber que sería un problema para el trabajo, no podía sacarse de la cabeza el deseo de verla, de entender mejor lo que había detrás de esa fachada impenetrable.

Después de dudar un momento, Morgan decidió que no podía esperar más. Tomó su llave y salió de su casa, abordando su Mercedes con una determinación que lo sorprendió a sí mismo. Conducía sin rumbo fijo, hasta que finalmente se detuvo frente al imponente chalet de Isabella. La mansión se alzaba ante él, grande y elegante, con cámaras de seguridad visibles en cada rincón. Morgan sabía que era una intrusión, pero sentía que necesitaba hacer esto para entender mejor la situación.

Se detuvo frente a la puerta, respiró hondo, y luego tocó el timbre. El sonido resonó en el silencio de la noche. Esperó unos segundos que se sintieron como una eternidad hasta que la puerta se abrió. Isabella apareció en el umbral, su bata de estar por casa envolviéndola en un aire de informalidad que contrastaba con su usual elegancia. Cuando sus ojos se encontraron, una pequeña sonrisa se formó en sus labios, una sonrisa que revelaba un destello de gratitud que intentó ocultar.

—Morgan —dijo, con una mezcla de sorpresa y curiosidad en su voz—. ¿Qué haces aquí a estas horas? Sabes que hay cámaras por todos lados.

Morgan, consciente de lo incómodo que debía resultar, trató de mantener un tono casual y relajado.

—Quería hablar contigo —respondió, intentando sonar natural—. Pensé que podríamos conversar en mi coche, si eso te parece bien.

Isabella levantó una ceja, claramente sorprendida por la sugerencia, pero la idea de estar cerca de él, de escuchar su voz y compartir un momento, la atraía más de lo que quería admitir.

—¿En tu coche? —preguntó, con una mezcla de escepticismo y curiosidad—. Está bien, voy a ponerme algo más adecuado.

Sin dejar de mirarlo, dio media vuelta y se dirigió hacia el interior de la casa, con un movimiento que denotaba una lucha interna entre su deseo y la necesidad de mantener su control.

Morgan esperó pacientemente, mirando a su alrededor, mientras la noche se envolvía alrededor de ellos. Cuando Isabella salió de nuevo, llevaba una bata de seda que acentuaba su figura de manera seductora, pero su actitud seguía siendo fría y calculadora. Morgan le abrió la puerta del coche y, una vez que se acomodó en el asiento del copiloto, él se metió al vehículo y arrancó el motor.

—¿Qué quieres exactamente? —preguntó Isabella, tratando de mantener su tono severo mientras se ajustaba en el asiento. Su respiración era visible en el aire frío de la noche, y Morgan no pudo evitar notar cómo el ambiente entre ellos comenzaba a cargarse de una tensión palpable.

Morgan la miró con una sonrisa juguetona, intentando aliviar la tensión.

—Solo quería verte. Ver cómo estás.

Isabella giró la cabeza hacia él, sus ojos reflejando un destello de sorpresa y algo más. La sinceridad en su voz, la manera en que la miraba, desarmaban un poco su fachada implacable.

—¿De verdad? —preguntó, con un toque de incredulidad—. ¿No estás aquí para seguir con el interrogatorio?

Morgan sacudió la cabeza, aún sonriendo.

—No. Estoy aquí como persona, no como agente del FBI. Quería saber cómo estás. Y quizás... dar un paseo, si te apetece.

Isabella miró por la ventana, pensando en lo absurdo de la situación. El atractivo de Morgan era innegable, y aunque estaba intentando mantener su distancia, la cercanía con él era difícil de ignorar. La conversación que seguía siendo más personal que profesional comenzó a romper la barrera que había levantado.

Mentes Criminales: Solari (Derek Morgan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora