La hora ya había avanzado mucho. El reloj marcaba casi las diez de la noche cuando Hotch decidió poner fin al interrogatorio. Isabella había resistido bien, manteniendo su fachada impenetrable, pero el cansancio empezaba a reflejarse en los ojos de Emily y Hotch, que llevaban horas tratando de encontrar una grieta en su muro.
Cuando Isabella salió de la sala de interrogatorios, Morgan, que la había estado observando desde la sala contigua, se ofreció inmediatamente a llevarla a casa. Reid, Rossi y Prentiss estaban en la sala común, discutiendo el caso cuando escucharon la conversación a través de la puerta entreabierta.
—No es necesario, Agente Morgan. Puedo pedir un coche, gracias —dijo Isabella con su habitual tono frío, que no dejaba margen para muchas discusiones.
Pero Morgan, como era de esperar, no se dejó intimidar.
—Es tarde, Isabella. Déjame llevarte. No es seguro andar sola a estas horas, y así podemos hablar un poco más.
Isabella suspiró, obviamente agotada, pero sabía que Morgan no iba a ceder. Además, la posibilidad de continuar el "juego" le interesaba, aunque no lo admitiera. Finalmente, tras un breve silencio, asintió con la cabeza.
—Está bien. Pero solo porque ya he tenido suficiente de esta noche.
Desde la sala, Rossi levantó una ceja al escuchar cómo la conversación iba tomando forma.
—¿De verdad va a llevarla a casa? —preguntó en voz alta, incrédulo.
Prentiss se rió suavemente, sin quitar la vista de lo que sucedía.
—¿Qué pasa? ¿Morgan nunca lleva a los sospechosos a casa? —dijo con tono burlón, cruzando los brazos.
Reid, siempre tan analítico, se adelantó a explicar su teoría.
—Podría estar intentando crear una conexión. Si ella confía en él, o al menos baja la guardia un poco, tal vez pueda sacarle más información de lo que hemos logrado en horas de interrogatorio.
Prentiss lo miró con una sonrisa traviesa.
—¿Conexión, eh? —dijo, y luego añadió con tono malicioso—. Bueno, si alguien puede crear una conexión... ya sabes que Morgan es irresistible.
Rossi negó con la cabeza, pero una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.
—Espero que esto no se vuelva más personal de lo necesario.
En el coche, el aire era tenso, aunque no incómodo. Morgan conducía con una mano relajada sobre el volante, mientras la ciudad de Washington pasaba a su alrededor en una ráfaga de luces y sombras. Isabella, sentada en el asiento del copiloto, mantenía la mirada fija en la ventana, aunque de vez en cuando lanzaba miradas furtivas a Morgan, como si estuviera evaluando cada gesto, cada palabra no dicha.
—Así que... —empezó Morgan, rompiendo el silencio—. Dices que tu madre era española, y tu padre, italiano. Pero creciste en Chicago. Yo también soy de Chicago.
Isabella no respondió inmediatamente, pero sus labios se tensaron en una pequeña sonrisa, casi imperceptible.
—Sí, Chicago. Uno de esos barrios donde todo el mundo quiere escapar —respondió, con un tono ligeramente más relajado, aunque sin abrirse del todo.
Morgan asintió, manteniendo la conversación ligera pero genuina.
—Lo conozco bien. Crecí en el sur de la ciudad. Mi madre era trabajadora social. No fue fácil, pero siempre hizo lo posible para mantenernos en el buen camino.
Isabella finalmente lo miró de reojo, evaluando lo que Morgan estaba compartiendo. Su tono no era ni amenazante ni condescendiente, solo... humano. Una cualidad que no estaba acostumbrada a encontrar en los agentes que la interrogaban.
—Parece que conseguiste salir de allí —respondió ella, con una ligera ironía en la voz.
Morgan sonrió y mantuvo la vista en la carretera.
—No fue fácil, pero sí. Siempre hay una salida. Aunque no siempre es la más obvia —dijo, con un subtexto que ambos entendieron, aunque ninguno lo mencionó.
Isabella apartó la mirada de Morgan y volvió a centrarse en la ventana. El coche avanzaba por calles tranquilas, y el sonido de la ciudad parecía desvanecerse, dejando solo el susurro del motor y la suave respiración de ambos.
Por primera vez en toda la noche, Isabella sintió una ligera vulnerabilidad, una pequeña grieta en su fachada. Morgan era distinto. No era como los hombres que solían rodearla, ni como Alessandro. Era fuerte, seguro de sí mismo, pero no arrogante ni manipulador. Y, por extraño que pareciera, empezaba a sentir que tal vez, solo tal vez, él realmente quería entenderla.
Pero no podía permitirse bajar la guardia. No todavía.
—Chicago —repitió ella, como si saboreara la palabra—. Es curioso. Me fui de allí para escapar de todo lo que odiaba, solo para darme cuenta de que tal vez nunca se puede escapar del todo. Siempre llevas una parte de donde vienes, ¿no?
Morgan asintió, entendiendo perfectamente lo que quería decir.
—Sí. Eso es lo que nos define, para bien o para mal. Pero también es lo que nos hace fuertes. Lo que hemos superado.
Isabella lo miró, sus ojos por primera vez sin ese muro helado entre ellos.
—¿Y qué crees que yo he superado? —preguntó, desafiante pero curiosa, como si de verdad quisiera saber lo que Morgan pensaba de ella.
Morgan no apartó la vista de la carretera, pero su voz se volvió más suave, más seria.
—Creo que has pasado por más de lo que la mayoría puede imaginar. Y creo que aún tienes mucho por lo que luchar. Solo que aún no lo sabes.
El silencio que siguió fue cargado de significado. Isabella no respondió, pero la chispa entre ellos, que al principio parecía hostil, había cambiado. Era más profunda, más compleja.
Finalmente, el coche se detuvo frente al edificio donde vivía Isabella. Morgan apagó el motor, pero no hizo ningún movimiento por salir del coche. Isabella tampoco se movió.
—Gracias por el paseo, agente —dijo finalmente Isabella, su tono frío regresando, como si quisiera restablecer las barreras que por un momento habían bajado.
Morgan la miró directamente a los ojos, con una intensidad que hizo que ella se tensara ligeramente.
—No hay problema. Cuídate, Isabella. Nos veremos pronto.
Ella asintió, sin decir más, y salió del coche. Pero mientras se alejaba, no pudo evitar mirar hacia atrás por un segundo, algo en su interior aún confuso. ¿Qué había en Morgan que la hacía sentir... diferente?
Mientras tanto, en el coche, Morgan la observó hasta que entró al edificio, sus pensamientos completamente absorbidos por ella. Había algo en Isabella, algo más que una mujer atrapada en la red de un criminal. Y aunque sabía que tenía que mantener la profesionalidad, también sabía que esto iba más allá del caso.
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Mentes Criminales: Solari (Derek Morgan)
FanfictionA medida que Derek Morgan se involucra personalmente con Isabella Solari para descubrir donde está su marido, experto en narcotráfico y crimen organizado, las líneas entre lo profesional y lo emocional se difuminan. La tensión crece capítulo a capít...