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La mirada de Alessandro se tornó oscura, como si la visión de Isabella desafiante lo llenara de un odio cegador. Dio un paso hacia ella, su respiración pesada y su mano temblando con el deseo de imponer su voluntad. Sin embargo, lo que no entendía era que el miedo de Isabella había dado paso a una valentía feroz, la misma que él había encendido con años de sufrimiento y violencia. Ya no podía someterla como antes. Ella no iba a ceder.

El brillo en sus ojos, cargado de odio y resentimiento, solo alimentaba la furia de Alessandro.

—¿Qué pasa, Alessandro? ¿Ya no tienes nada que decir? —su voz era un desafío, una provocación llena de amargura—. Toda tu vida has usado el miedo para controlar a otros. Pero no puedes controlarme, no más.

Alessandro no soportó la osadía en sus palabras. Con una rapidez brutal, se lanzó hacia ella, arrebatándole la pistola de las manos antes de que ella pudiera reaccionar. La presión de sus dedos alrededor de la empuñadura hizo que el metal se viera pequeño y amenazador en sus manos. Isabella apenas pudo detenerse un segundo para procesarlo cuando sintió la punta fría del arma contra su frente.

—¡Eres una estúpida, Isabella! —le escupió, su voz llena de desprecio y crueldad—. Las mujeres como tú no tienen valor. Solo sirves para ser usada, ¿entiendes? Pensaste que podrías desafiarme, pero eres nada más que una... —se inclinó hacia ella, susurrando con voz venenosa—. Una posesión. Mi posesión.

Las palabras se clavaron como un puñal en su corazón, pero Isabella no se rindió. Mantuvo la mirada fija, sus ojos en llamas, incluso mientras él presionaba la pistola contra su frente, como si estuviera dispuesto a disparar en cualquier momento. Ella sabía que Alessandro estaba fuera de control, y ahora la furia en sus ojos se mezclaba con una envidia retorcida.

—¿Creíste que alguien como él —miró con odio hacia Morgan— te iba a salvar? Nadie te salvará, Isabella. ¡Nadie! Y ahora, verás que tu osadía te cuesta la vida.

Morgan, atrapado en una mezcla de impotencia y terror, dio un paso adelante, con las manos en alto. Sabía que cualquier movimiento en falso podría hacer que Alessandro apretara el gatillo. Todo en él clamaba por salvarla, pero cada palabra se sentía vacía contra la demencia de Alessandro.

—Alessandro, piénsalo. Esto no va a terminar bien para ti —Morgan intentó mantener su tono firme y razonable, aunque la rabia hervía en sus venas—. ¡Déjala ir YA!

Pero Alessandro ni siquiera se molestó en volverse hacia él. Toda su atención estaba centrada en Isabella, y su voz, teñida de celos, se volvió más siniestra.

—Es mía. Y si no puedo tenerla... nadie lo hará.

Isabella cerró los ojos, su corazón acelerado mientras la presión de la pistola en su frente se intensificaba. El tiempo pareció detenerse, y un silencio mortal cayó sobre la habitación, como si todo el mundo estuviera esperando el fatídico sonido del disparo.

Un segundo, luego otro, en un estallido de tensión insostenible... Hasta que, de repente, un disparo resonó en la sala.

Un eco agudo llenó el aire, rompiendo el momento suspendido. Alessandro se tambaleó hacia atrás, y sus ojos, abiertos en una mezcla de sorpresa y rabia, se fijaron en un punto detrás de Isabella. El arma se le escapó de los dedos y cayó al suelo con un ruido sordo. Cuando intentó recuperar el equilibrio, su mirada se desvió hacia el responsable del disparo.

Reid estaba allí, con el arma todavía en posición, su respiración rápida y su expresión de determinación absoluta. Había disparado. Había acabado con el tormento. Todo había terminado.

Alessandro se desplomó en el suelo, su cuerpo inerte y su rostro congelado en una expresión de odio y sorpresa.

Isabella, conmocionada, se giró hacia Reid, quien bajó lentamente el arma, su mirada mostrando el peso de lo que acababa de hacer. Los dos compartieron un momento de silencio, sus ojos reflejando una mezcla de alivio y desasosiego.

El eco del disparo aún flotaba en el aire, como si el tiempo mismo se hubiera congelado en ese instante decisivo. Morgan, con la mirada fija en el cuerpo inerte de Alessandro, apenas podía creer lo que acababa de ocurrir. La tensión en sus hombros cedió lentamente, y mientras bajaba la vista, una oleada de alivio lo llenó, aunque sus pensamientos estaban centrados en Isabella, quien, en ese instante, estaba inmóvil, como si el impacto de la situación la hubiera atrapado en un trance.

Pero entonces, la voz temblorosa de un niño resonó en la habitación, rompiendo el silencio con una suavidad desgarradora.

—¿Isabella?

La palabra pareció sacudir a Isabella de su estupor. Giró lentamente, y sus ojos, llenos de lágrimas, se posaron en la pequeña figura de su hermano, de pie en el umbral de la habitación, mirándola con una mezcla de miedo y asombro. Su rostro, pálido y desorientado, reflejaba la conmoción de todo lo que acababa de presenciar.

Isabella corrió hacia él sin vacilar, sus pasos rápidos y desesperados. Cayó de rodillas frente al niño, rodeándolo con sus brazos, y lo apretó contra su pecho con una intensidad casi febril, como si temiera que si lo soltaba, todo esto no fuera más que una ilusión que se desvanecería.

—¡Estás aquí! ¡Dios mío, estás bien! —su voz era un susurro quebrado, lleno de emoción, mientras le acariciaba el cabello con manos temblorosas, como si no pudiera creerse que realmente estaba allí, a salvo.

El niño, aún con los ojos grandes y asustados, se aferró a ella, escondiendo su rostro en el cuello de su hermana mientras sollozaba suavemente. Isabella lo acunaba con delicadeza, como si intentara protegerlo de todo el horror que habían vivido. Sus lágrimas rodaban libremente por su rostro mientras lo abrazaba con fuerza, sin poder apartarse de él ni un instante.

—Te quiero, pequeño —murmuró entre suspiros temblorosos, sus dedos acariciando su mejilla con ternura—. Todo va a estar bien ahora, ¿me oyes? Nada ni nadie volverá a hacerte daño. Lo prometo.

Morgan, que había permanecido en silencio, observaba la escena con el corazón encogido. La intensidad de aquel reencuentro lo dejó sin palabras, conmovido hasta lo más profundo de su ser. La fuerza de Isabella y la fragilidad del niño creaban una imagen tan potente que por un momento, sintió que nada más en el mundo importaba. Vio cómo Isabella lloraba y reía al mismo tiempo, su rostro transformado por una mezcla de dolor, alivio y un amor tan puro que lo atravesaba como un relámpago.

Mientras Isabella continuaba abrazando a su hermano, preguntándole una y otra vez si estaba bien, Morgan se acercó lentamente, su expresión suave y comprensiva. Aunque no quería interrumpir, se arrodilló junto a ellos, ofreciendo una presencia silenciosa, pero firme, un recordatorio de que estaban a salvo. La mano de Morgan se posó suavemente en el hombro de Isabella, dándole un leve apretón, como para asegurarse de que ella también se sintiera sostenida.

—Gracias, Morgan —dijo ella, sin soltar a su hermano, pero mirándolo con una gratitud que parecía envolverlo todo.

—No necesitas darme las gracias —le respondió él con suavidad, su mirada cálida y protectora—. Solo quiero que estéis a salvo... Y ahora, por fin, se acabó.

Isabella se quedó en silencio, asimilando esas palabras, mientras sentía que una paz inusual comenzaba a calmar el torbellino en su interior. Volvió a mirar a su hermano, sus manos aún aferradas a sus hombros como si quisiera grabar en su memoria cada detalle de su pequeño rostro, asegurarse de que nada en el mundo lo alejaría de ella otra vez.

—Te adoro, ¿me oyes? —le dijo con voz suave—. Y no te dejaré solo nunca más. Pasamos por mucho, pero ya no tienes que tener miedo. Estoy aquí... siempre estaré aquí para ti.

El niño la miró, sus ojos finalmente llenándose de una confianza tímida, y asintió, acurrucándose contra ella con la misma intensidad. La habitación se llenó de un silencio suave, donde el dolor comenzaba a ceder a una esperanza cautelosa, donde el amor de Isabella se convertía en un escudo alrededor de él.

Morgan observó esa escena, sintiendo que algo en él también cambiaba. La fuerza y el amor que Isabella mostraba hacia su hermano le despertaban una mezcla de admiración y ternura que no podía ignorar. Mientras los miraba, sintió que aquella misión, aquella lucha que parecía haber durado una eternidad, finalmente llegaba a su desenlace. Pero lo que no esperaba era sentir que ahora él también estaba ligado a ellos, a la familia que ambos representaban, y sabía que haría lo que fuera necesario para que encontraran la paz que tanto se merecían.

Mentes Criminales: Solari (Derek Morgan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora