IV

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El restaurante donde Isabella y sus amigas se reunían cada mes era uno de los más exclusivos de la ciudad. A simple vista, parecía una típica reunión de mujeres ricas: todas vestían de forma impecable, con joyas discretas pero invaluables, y una elegancia estudiada que parecía innata. Sin embargo, debajo de esa apariencia perfecta, las risas suaves y las conversaciones mordaces contaban una historia completamente diferente.

Isabella estaba sentada en una silla de respaldo alto, con una copa de vino tinto en la mano. A su lado, su vecina y amiga más cercana, Samantha, una mujer de cabello rubio y mirada penetrante, hablaba con la pasión y el descaro que la caracterizaba.

—Bueno, chicas, me atrevo a decir que mi querido marido ha conseguido superarse a sí mismo. La última vez que revisé su teléfono, descubrí que ahora no solo tiene una amante, ¡sino dos! —dijo Samantha con una sonrisa irónica, mientras las demás la miraban con una mezcla de sorpresa y entretenimiento.

Melissa, otra de las amigas, arqueó una ceja, divertida.

—Vaya, querida, al menos es eficiente. El mío ni siquiera tiene la decencia de ocultarlo bien. Lo peor es que parece que me está haciendo un favor dejándome saber todo.

Las carcajadas suaves llenaron el aire. Todas compartían un vínculo tácito: una mezcla de riqueza, desdén por sus maridos y una necesidad de desahogarse sin preocuparse por las apariencias. Este grupo de mujeres, en su club de lectura, había dejado atrás los libros hacía mucho tiempo. Lo que compartían ahora era un espacio para hablar de la vida que llevaban enjauladas en jaulas de oro.

Isabella, siempre más reservada que las demás, tomó un sorbo de su vino y sonrió ligeramente.

—Al menos tenéis a alguien que se molesta en engañaros —dijo, en tono suave pero afilado, arrancando otra ronda de risas—. Alessandro ni siquiera se molesta en hacerme saber si está en el país o no.

Veronica, una mujer de voz grave y siempre dispuesta a hablar de cualquier tema escandaloso, soltó una carcajada.

—¡Por Dios, Isabella! Y tú tan tranquila. Si yo fuera tú, estaría con uno diferente cada semana, solo por venganza. No es como si a él le importara.

Isabella se encogió de hombros, sin dejar que la conversación tocara realmente su corazón. La dinámica con su marido hacía tiempo que se había transformado en un pacto de silencio y frialdad mutua.

Samantha, que tenía una conexión especial con Isabella, dejó su copa sobre la mesa y la miró con curiosidad.

—Hablando de hombres atractivos —dijo Samantha con una sonrisa maliciosa—, ¿quién era ese tiarrón que vi esta mañana saliendo de tu casa? ¡Era como un maldito modelo de revista de acción! Alto, moreno, con esa actitud de tipo duro que... bueno, no sé cómo resististe la tentación, Isa. ¿Amigo de Alessandro?

Las demás mujeres dejaron de reír un momento y fijaron sus miradas en Isabella, expectantes. Aunque el grupo solía bromear sobre los hombres que entraban y salían de sus vidas, la mención de un desconocido misterioso provocaba una ola de interés que era difícil ignorar.

Isabella, quien hasta entonces se había mantenido al margen de la conversación, dejó la copa sobre la mesa y cruzó las piernas, mirándolas con un aire de indiferencia calculada.

—Oh, no era nada —dijo suavemente, sin desvelar más de lo necesario—. Solo un agente del FBI. Vino a hacerme unas preguntas sobre Alessandro. Ya sabes cómo es. Nada fuera de lo común.

La mesa estalló en murmullos y risas.

—¿"Solo" un agente del FBI? —exclamó Melissa, sorprendida—. ¡Por favor! Debes contar más. ¿Por qué tenía que venir él personalmente?

Mentes Criminales: Solari (Derek Morgan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora