XXV

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Detrás del cristal de la sala de interrogatorios, el equipo observaba en completo silencio la conversación entre Morgan e Isabella. Lo que había empezado como una misión para obtener información había tomado un giro dramático y muy personal. Mientras ambos se besaban, Penelope Garcia rompió el tenso silencio al sacar un paquete de pañuelos y sonarse la nariz.

—Oh, Dios mío... ¡Esto es como una película de amor con un final trágico! —sollozó, secándose las lágrimas con torpeza.

JJ y Prentiss compartieron una sonrisa, conteniendo la risa mientras Garcia seguía en su momento emocional.

—No puedo creer que esté llorando en medio de un caso de crimen internacional —dijo Prentiss en voz baja, mirándola de reojo.

Rossi soltó una risita, claramente divertido por la situación. Incluso Reid, que normalmente no participaba en los chismes del equipo, sonrió ligeramente, asintiendo hacia el monitor.

—Es todo cierto —dijo Reid, su tono analítico—. El contexto, la intensidad emocional, es algo típico de los dramas que generan conexiones profundas entre los protagonistas, basadas en un conflicto de poder y moralidad...

—¡Reid! —interrumpió JJ, riéndose—. Esto no es una de tus teorías psicológicas. ¡Es real!

Garcia, todavía conmocionada, se volvió hacia ellos, con los ojos vidriosos.

—Es que... —dijo con un dramatismo exagerado— ...¿cómo no llorar cuando dos almas torturadas finalmente se encuentran, pero no pueden estar juntas?

Justo en ese momento, Hotch entró en la habitación con su habitual expresión seria, observando el alboroto que se había formado. Al ver las sonrisas y el estado de Garcia, levantó una ceja, visiblemente molesto.

—¿No respetáis nada? —dijo con dureza—. Era privado.

El tono grave de Hotch contrastaba con la atmósfera ligera en la sala. Todo el equipo estalló en carcajadas, incluso Rossi no pudo contener una sonrisa al ver cómo Hotch intentaba mantener la compostura y defender a Morgan.

—Oh, vamos, Hotch —bromeó Prentiss, dándole una palmada en el hombro—. Sabes que no podemos resistirnos cuando el drama se pone así de intenso.

Hotch rodó los ojos, pero una pequeña sonrisa cruzó su rostro antes de que se girara hacia el monitor una última vez.

Mientras tanto, Morgan e Isabella caminaban hacia el estacionamiento. El ambiente seguía cargado de tensión, aunque más controlado que antes. La decisión estaba tomada, y Morgan sabía que no podía dejar que Isabella se lanzara sola a esa peligrosa misión.

Al llegar junto a su coche, Morgan se detuvo y miró a Isabella una última vez, el viento suave de la noche despeinando su cabello.

—Quiero que te quedes aquí, en el FBI... —dijo Morgan, con voz firme pero preocupada—. Pero si decides ir y necesitas ayuda, llámame. Prometo que estaré ahí. 

Ella lo miró, y por un momento, la frialdad de la Solari desapareció. Parecía más humana, más vulnerable que nunca. Pero esa vulnerabilidad duró solo un segundo. Su rostro se endureció de nuevo.

—Derek... no puedo quedarme aquí. Alessandro es mi problema. No el tuyo. —La resolución en su voz era clara, pero también lo era el dolor que intentaba ocultar—. Si necesito ayuda, te llamaré, pero no me retengas. No ahora.

Morgan suspiró, sabiendo que no podría cambiar su decisión. Sabía que insistir solo la alejaría más. En lugar de presionarla, asintió lentamente.

—Solo... prométeme que tendrás cuidado —pidió, la preocupación palpable en su tono—. No puedes hacerlo sola, Isabella. No como crees.

Ella sonrió con tristeza, acercándose lo suficiente como para dejar un beso suave en su mejilla. Luego, con esa misma frialdad que había aprendido a usar como armadura, se apartó.

—No te preocupes por mí, Derek. —Le dio una última mirada antes de girarse hacia su coche—. Si no nos encontramos en esta, nos vemos en otra vida.

Morgan observó cómo se alejaba, su figura desvaneciéndose en la oscuridad. Sabía que el momento de detenerla había pasado. Sabía que, por mucho que intentara protegerla, Isabella siempre sería una mujer que seguía su propio camino.

Se quedó allí, en el estacionamiento vacío, mientras la noche cerraba sobre él. El beso, la promesa no cumplida, todo lo que había sucedido pesaba en su mente. Pero al final, sabía que no podía forzarla a quedarse.

Mientras el coche de Isabella desaparecía en la distancia, Morgan suspiró profundamente. Se subió a su propio vehículo, el eco de sus sentimientos todavía resonando en su corazón.

Y así, con el silencio de la noche y el rugido lejano de los motores, el capítulo de esa noche llegó a un cierre épico y desgarrador.


Isabella condujo sin rumbo por las calles de la ciudad, su mente llena de pensamientos frenéticos y oscuros. A pesar de todo lo que había sucedido con Morgan, su resolución no había flaqueado. Sabía que Alessandro tenía que ser detenido, y no solo por lo que le había hecho a ella, sino por todo el dolor que había causado a su familia y tantas otras personas.

Finalmente, detuvo el coche en una calle tranquila. Tomó su teléfono y marcó el número de Samantha. Su amiga contestó casi al instante, su tono siempre coqueto y despreocupado.

—¿Isabella? ¡Querida! ¿Por qué me llamas tan tarde? —preguntó Samantha con su habitual tono despreocupado.

Isabella no perdió tiempo en rodeos. Había demasiadas cosas en juego.

—Necesito que me ayudes —dijo, su voz baja pero firme—. Tú sabes con quién contactar. No tengo tiempo para esperar, Samantha. Esto tiene que hacerse ahora.

El tono de Samantha cambió de inmediato. Sabía que Isabella rara vez pedía favores de ese tipo, y cuando lo hacía, era porque algo realmente serio estaba ocurriendo.

—¿Ayuda con qué, cariño? —preguntó Samantha, más seria esta vez—. ¿Qué estás tramando?

Isabella respiró hondo, su mirada fija en el horizonte.

—Matemos a ese cerdo. —Las palabras salieron de su boca como una sentencia.

Hubo un silencio en la línea, mientras Samantha procesaba lo que Isabella acababa de decir. Luego, su amiga soltó una risa corta, casi incrédula, pero no del todo sorprendida.

—Vaya, Isabella... siempre supe que eras capaz de mucho, pero nunca pensé que te escucharía decir algo así. —Samantha suspiró, sabiendo lo que implicaba ese pedido—. Bueno, supongo que es hora de que llamemos a mi marido. Él sabe con quién hablar.

—Hazlo, Sam. No podemos fallar esta vez. —Isabella estaba decidida, y no había vuelta atrás.

—No te preocupes, querida —respondió Samantha, su tono ahora más bajo, conspirador—. Alessandro no sabrá qué le golpeó.

Mentes Criminales: Solari (Derek Morgan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora