XVIII

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Era casi el final de la jornada en la BAU. Morgan estaba revisando algunos informes cuando Rossi entró en la sala, con una expresión más seria de lo normal. Se acercó a Morgan lentamente, y sin previo aviso, lo invitó a salir de la sala de conferencias con un gesto de la mano. Ambos caminaron hacia la sala de descanso, donde el ambiente era más tranquilo.

Morgan, extrañado por la actitud de Rossi, frunció el ceño.

—¿Qué pasa, viejo? —preguntó, intentando aligerar el momento, pero notando que la seriedad de Rossi no disminuía.

Rossi se cruzó de brazos, observándolo como si estuviera decidiendo cómo empezar.

—Esto no es de compañero a compañero, Morgan —dijo finalmente Rossi, su tono grave—. Es más... de amigo a amigo. Casi como de padre a hijo.

El comentario dejó a Morgan completamente descolocado. No estaba acostumbrado a este tono paternal por parte de Rossi, y su mirada se endureció, sabiendo que lo que venía no sería fácil de digerir.

—Conocí a la familia de Isabella Solari hace muchos años —continuó Rossi, sus ojos se suavizaron al recordar—. Su padre era un gran hombre, uno de los trabajadores más dedicados que he conocido. Italiano, de familia humilde, pero con una ética de trabajo impecable. Tenía el sueño americano en la mirada. Isabella... la recuerdo de niña. Era brillante, llena de vida. Siempre con esa sonrisa que parecía iluminar todo.

Morgan lo escuchaba con atención, sorprendido por esa revelación. No se imaginaba a Rossi con ese tipo de conexión con el pasado de Isabella.

—Es especial, Morgan. Siempre lo ha sido —dijo Rossi, con una nota de comprensión en su voz—. Así que entiendo lo que estás sintiendo por ella. No es difícil verla como alguien extraordinario. Pero... —hizo una pausa, eligiendo bien sus palabras—. No puedes permitir que esos sentimientos te saquen del camino. Tienes una carrera brillante por delante, podrías ser un gran jefe en el FBI algún día. No quiero que nada ni nadie te haga perder eso.

Morgan asintió lentamente, dejando que las palabras de Rossi se asentaran en su mente. Sabía que su jefe tenía razón. Aunque lo que sentía por Isabella era fuerte, no podía permitirse dejar que eso afectara su juicio.

—Gracias, Rossi —dijo Morgan, con un tono sincero—. Aprecio lo que me dices, y sé que tienes razón.

Rossi le dio una palmada en el hombro, una mezcla de afecto y firmeza.

—Solo te lo digo porque te aprecio, Morgan. A veces, el corazón puede ser un traidor. Pero tú eres más fuerte que eso.

Morgan sonrió, agradecido por la confianza de Rossi, aunque sabía que lo que tenía que hacer sería más difícil de lo que parecía.


Esa noche, después de una larga jornada en la BAU, Morgan estaba mentalmente agotado. Se dejó caer en el sofá de su sala de estar, dispuesto a desconectar por unas horas, cuando sonó el timbre de la puerta. No esperaba a nadie, pero cuando abrió, su sorpresa fue mayúscula.

Allí estaba Isabella, con el cabello suelto, vestida de forma casual y llevando dos cajas de pizza. La mujer fría y reservada que conocía se había transformado en alguien más... relajada, casi vulnerable.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Morgan, impactado.

Isabella alzó las pizzas con una sonrisa nerviosa.

—Traje cena. Supongo que tenía hambre... de compañía también —dijo, con una especie de naturalidad que desconcertó a Morgan- ¿Ocurre algo?

Morgan se quedó inmóvil, sintiendo cómo el aire de la habitación se volvía más denso. La mirada de Isabella era penetrante, como si pudiera ver a través de él, y la tensión entre ambos era palpable. Sabía que debía poner fin a aquello, que Rossi tenía razón, pero las palabras se atascaban en su garganta.

—Nada —murmuró Morgan finalmente, aunque ambos sabían que no era cierto- Pasa.

Isabella dio un paso más cerca, invadiendo su espacio personal, con los ojos fijos en los suyos. Morgan intentó retroceder, sintiendo el peligro de lo que estaba a punto de suceder, pero su cuerpo no respondía. Estaba atrapado entre lo que sabía que debía hacer y lo que realmente deseaba.

—¿Nada? —repitió ella, con una sonrisa traviesa, casi desafiante. Dejó las pizzas en la mesa y su mano se levantó lentamente, rozando suavemente la mejilla de Morgan—. No lo parece.

Morgan cerró los ojos por un segundo, intentando encontrar el autocontrol que solía tener, pero todo desaparecía en cuanto Isabella lo tocaba. Sentía el calor de su piel, la suavidad de su tacto, y todo lo que había querido decir se desvanecía.

—Isabella, esto no puede... —comenzó, con la voz rota, pero no llegó a terminar.

Antes de que pudiera apartarse, Isabella lo atrajo hacia ella con firmeza, sus labios encontrando los de él en un beso cargado de intensidad, una mezcla de deseo y frustración. Morgan intentó resistirse, pero el fuego que había estado conteniendo durante tanto tiempo finalmente lo consumió.

El beso se volvió más profundo, más urgente, mientras Isabella tomaba el control de la situación. Sus manos exploraban su cuerpo con una confianza que lo desarmaba por completo. Morgan sabía que debía detenerse, que aquello no debía ocurrir, pero cada vez que intentaba separarse, el deseo lo arrastraba de vuelta.

—No tienes que luchar contra esto —susurró Isabella contra sus labios, mientras sus manos se deslizaban por la nuca de Morgan, acercándolo aún más a ella.

Morgan sintió el calor del cuerpo de Isabella, y la humedad de su piel lo envolvía. Quería decir algo, poner fin a lo que estaba sucediendo, pero su voz se perdió entre los jadeos que compartían. Cada beso era un recordatorio de lo que había estado evitando, de lo inevitable que resultaba rendirse a lo que sentía por ella.

Las manos de Isabella viajaron hacia abajo, desabrochando con agilidad la camisa de Morgan. El roce de sus dedos en su piel desnuda lo hizo estremecer, y la necesidad de apartarse se desvaneció por completo.

—Isabella... —susurró Morgan, pero esta vez, su tono ya no era de resistencia, sino de rendición.

Ella sonrió contra sus labios, disfrutando del poder que tenía sobre él, y lo empujó suavemente hacia el sofá, haciendo que Morgan cayera de espaldas. Antes de que pudiera reaccionar, Isabella se colocó sobre él, controlando la situación por completo. Los movimientos eran lentos pero firmes, sensuales pero cargados de una tensión que había estado creciendo desde el momento en que se conocieron.

Morgan intentó hablar, pero Isabella le silenció con otro beso. En ese instante, dejó de luchar. Sabía que aquello no debía suceder, pero estaba completamente encaprichado por ella. Había algo en Isabella que lo hacía perder el control, algo que lo consumía cada vez que estaban juntos.

Sus manos comenzaron a explorar el cuerpo de Isabella, sintiendo cada curva, cada centímetro de piel que ella le permitía tocar. El deseo crecía, y por más que su mente gritaba que debía detenerse, su cuerpo ya no respondía a la razón.

—Déjame ser tuya esta noche. Te lo suplico —susurró ella, con una sonrisa traviesa, mientras lo besaba de nuevo, profunda e intensamente.

Mentes Criminales: Solari (Derek Morgan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora