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Si el pasado te condena, lo negaré

  Si el recuerdo te lastima, lo olvidaré

  Pero si el amor te duele... lo alimentaré para que pueda renacer.

  .

  .

 

 

  Aquel tema de Lenny Kravitz sonaba con tanta frecuencia que Simone había aprendido el tempo a la perfección. Cerraba sus enormes ojos oscuros delineados con aquel maquillaje barato, ignorando los fragmentos de purpurina que se desprendían de su piel con cada movimiento.

  Bailaba sin mirar a nadie en especial, se transportaba a otra dimensión, a una que solo duraba los 3;42 minutos que duraba la canción. Conocedora de los acordes finales por llegar, se aferró con toda su fuerza a aquella estructura metálica y se elevó del suelo girando como si fuera una atleta en los juegos olímpicos. Pero las endorfinas duraron menos de lo esperado, la alegría por lograr movimientos cada vez más sofisticados se esfumó de la mano que se desprendió de aquel público hediondo para palmear su glúteo en ese gesto que siempre le provocaba arcadas.

  Sin pensarlo estiró su pierna y aquel tacón de demasiados centímetros golpeó al responsable en la mejilla haciéndolo perder el equilibrio y todo se volvió estridente y absurdo. La voz de Lenny Kravitz se vio interrumpida por gritos y abucheos, aquellos hombres con demasiado alcohol en la sangre se debatían entre el final más deseable para su noche. Al fin y al cabo aquel destino era escogido para diversión, para olvidar la vida real por un rato y dejarse llevar.

  Simone alzó su vista segura de lo que le esperaba. Moro había abandonado su oficina y eso solo podía significar una cosa, una para nada buena.

  Intentando extender su inevitable destino decidió dar por finalizado su cuadro, bajó del escenario por uno de los lados y sin necesidad de hablar intercambió una mirada con Rony, el hombre corpulento, de abdomen prominente y brazos musculosos la rodeó propiciando el resguardo necesario de aquella manos inescrupulosas que siempre lograban alcanzar su piel.

  -¡Gracias Rony! Siempre me salvas.- le dijo SImone justo cuando la puerta de aquel pasillo despintado y húmedo se abría con violencia y la figura de Moro avanzaba con ojos furiosos y puños apretados.

  -Anda Rony, yo me encargo.- dijo sin sacar la vista de Simone y el hombre morrudo de aspecto rudo se convirtió en un cachorro obediente que dejó a la joven sin atreverse a mirarla siquiera.

  Simone alzó su mentón con gesto serio, siempre intentaba mostrarse segura, aunque supiera que no había nada que pudiera hacer para impedir su destino.

  -Caminá.- le dijo Moro en voz baja pero autoritaria y como si supiera que lo obedecería, emprendió el camino a su oficina sin mirar atrás.

  Simone avanzó sin bajar la mirada, su rostro era el de una muñeca, no solo por su belleza, sino y principalmente por su imposibilidad de cambiar de expresión. Llevaba años en el camino de la apatía, nada parecía perturbarla. Los días malos, los días regulares, todos recibían lo mismo de su parte, nada. Absolutamente nada.

  -Moro, no fue a propósito,.- dijo justo cuando el hombre cerraba la puerta de la oficina con más fuerza de la debida.

  -Yo solo...- quiso continuar Simone, pero el hombre la silenció con su mirada.

  Se había sentado en su sillón exageradamente grande y había cruzado sus dedos sobre el escritorio clavando sus ojos pequeños pero amenazantes en ella.

  -Tenes que hacer un trabajo para mi.- le anunció una vez que confirmó que no hablaría más y sin esperar respuesta abrió el cajón del lado derecho entregándole una tarjeta.

  -Vas a trabajar cubriendo una suplencia. No te creas especial, no tenía muchas opciones.- le dijo confirmando que no tenía ningún sentimiento especial con ella, a pesar de haberla conocido con apenas 15 años y llevar once años viviendo bajo su techo.

  Simone leyó la tarjeta y comenzó a negar con su cabeza de manera enfática.

  -Moro, yo no, no puedo.- le dijo balbuceando y el hombre golpeó la mesa provocándole un sobresalto.

  -No sé en qué momento creíste que era una opción, vas a ir y punto.- sentenció volviendo a abrir el cajón para sacar un cigarro y colocarlo en su boca.

  -No puedo trabajar con niños, nunca fui buena con ellos, no sé como hacerlo, pedime lo que quieras, si queres atiendo a ese desagradable de abajo gratis, pero esto no.- le suplicó. Nunca lo hacía, no solía suplicar, pero en este caso no había logrado contenerlo, ella no podía cuidar niños, no iba aceptar un trabajo en un jardín de infantes, era su límite. El pasado era lo bastante concluyente en que ella no era buena para lo que le estaba pidiendo.

  Entonces Moro volvió a fastidiarse. Dejó caer el cigarro aun apagado sobre el escritorio y se puso de pie tomándola de la cabeza para presionarla contra el mueble.

  -No me interesan tus excusas, no te lo estoy pidiendo, te lo estoy informando.Si queres seguir viviendo bajo mi techo, comiendo mi comida y usando mi ropa sabes cual es tu lugar - le dijo mientras ella soportaba el dolor de aquella mano pesada sin derramar ni una lágrima siquiera.

  -¿Entendido?- preguntó liberando su cabeza lentamente.

  Simone se incorporó y se tomó el cuello para mitigar el dolor mientras asentía con pausa. No tenía opción. Esa era su vida, eso era todo lo que conocía, lo que tenía, lo que le correspondía a alguien como ella.

  Se puso de pie apretando sus dientes para contener su frustración y sintió sus pasos alejarse para luego oírlo dejar caer el peso de su fornido cuerpo sobre aquel detestable sillón.

  -Ahora, vení.- oyó justo cuando estaba a punto de abandonar la oficina y Simone cerró sus ojos con resignación.

  -Tanto gritó me tensionó.- agregó Moro desabrochándose el cinturón de su pantalón con sus manos, mientras Simone aceptaba sin opciones su recurrente destino

Arráncame el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora