Las semanas comenzaron a correr con demasiada prisa. Simone se había adaptado a su nuevo trabajo, continuaba intercambiando pocas palabras con los adultos y muchas menos con los niños. Había comenzado a encontrar un especial gusto en su caminata hasta el jardín, pero no estaba dispuesta a aceptarlo, no quería crearse la necesidad de contar con esas cuadras, no cuando luego de aquel impasse, su vida debía regresar a la oscuridad.Le había costado un poco más cumplir con su otra tarea, dejaba que los hombres depositaran sus cuerpos pegajosos sobre el suyo, mientras su ojos abiertos se concentraban en la mancha de la pared roja, esa que llevaba tanto tiempo allí que le recordaba su lugar en la vida.
No importa la intensidad de las embestidas, ella se concentraba en aquella mancha y con aquello parecía transportarse a otra dimensión. Una en la que nada importaba, esa había sido su forma de sobrevivir, la única que había encontrado, la única que se creía capaz de aceptar.
Por eso la dicotomía de sus días había comenzado a hacer un fuerte ruido en su mente. La sonrisa inocente de Florencia se aparecía entre vasos de whisky vacios y palabras soeces Las canciones de niños resonaban en su cabeza mientras su cuerpo giraba en aquel escenario oscuro y lo que era aún peor, ese dolor en su pecho se había vuelto tan constante que solo parecía desaparecer cuando un par de pequeñas alumnas desbordaban sabiduría de sus ojos. Mila y Charo, las más hermosas y pispiretas niñas de Kinder 5, se habían apoderado de sus tardes. Las dos lograban despertar sonrisas genuinas en sus labios, le ofrecían recreos a su vida disociada y sobre todo, parecían despertar una nueva necesidad, la de verlas felices.
Esa tarde, Florencia se retrasó con los cuadernos, había estado consolando al pequeño Luca, porque su rodilla se había raspado en el tobogán y no había llegado a completarlos.
Simone se apiadó de su gesto desesperado y le ofreció encargarse de la salida. Ordenó a los niños en una fila, como llevaba viendo desde su ingreso y los condujo hasta la puerta, donde de a uno los fue entregando a sus padres, siempre con una sonrisa inexpresiva, sin entablar contacto visual directo con ninguno, bastante tenía con lidiar con los adultos dentro del jardin, no quería hacerlo con ninguno fuera de él, al menos con ninguno fuera de los que debía atender en el club nocturno.
El bullicio y las manos agitadas fueron mermando en la medida en la que los niños fueron encontrando a sus padres y cuando creyó que había concluido con su tarea, la pequeña Charo regresó a la puerta tirando del brazo de su madre con insistencia.
-Dale, mami, Dale, decile porfa, decile.- decía la pequeña y Simone no tuvo más remedio que alzar su cejas en un gesto que habilitó a la madre de la niña a hablarle.
-Hola, ¿Cómo estás?, Soy Sol, la mamá de Charo. ¿Vos sos Simone, verdad?- le preguntó la mujer de cabello claro y ropa elegante y costosa.
-Si, si, soy la nueva maestra, estoy reemplazando a...- comenzó a explicarle cuando la niña la interrumpió.
-Decile, mami, decile.- gritó entre las dos y la mujer le arrojó una mirada de reproche que disimuló con una caricia en su cabello.
-Perdon, esta muy emocionada por su cumpleaños.- le aclaró, mientras tomaba lo que parecía una tarjeta de su bolsillo.
-Como te habrás dado cuenta, está completamente fascinada con vos, no hay dia que no me cuente algo de lo que decís o haces y como este fin de semana es su cumpleaños, me está insistiendo en que te invitemos,a vos ya Flor, por supuesto.- dijo la mujer entregándole un par de invitaciones.
SImone abrió grande sus ojos mientras negaba con su cabeza, si trabajar en aquel jardín era complicado, no quería imaginar lo que sería fraternizar por fuera del mismo.
En ese momento, Florencia se asomó detrás de ella y al ver las invitaciones su inocencia y espontaneidad la llevaron a saltar como si fuera una niña más.
-¡AY no me digas que son de tu cumple!.- le dijo a Charo y ambas gritaron de felicidad.
-Justo le estaba diciendo a Simone que Charo quería invitarlas, aunque entiendo si no les es posible asistir. - Dijo luego de haber visto el pánico en los ojos de aquella maestra, tan diferente a como la había imaginado.
-¡Ay si! ¡Cómo no vamos a ir! Por supuesto que queremos acompañarte en un día tan especial.- dijo Florencia sin siquiera consultarle a Simone y esta no tuvo más remedio que fingir una sonrisa y desear que la conversación terminara lo antes posible.
Iba a inventar una excusa cuando vio a Rony en la esquina, el hombre señaló su reloj, como si supiera que debía apresurarse y ella no pudo continuar con su intento de evadir aquella invitación.
-Bueno, si me disculpan las tengo que dejar, muchas gracias por la invitación, haré lo posible por ir.- dijo con prisa y antes de que Florencia pudiera disculparse por su arrebato, entró a buscar su cosas para desaparecer de aquel mundo tan inocente y regresar a la oscuridad de su único destino.
Esa noche, una vez más quiso concentrarse en la mancha. El olor desagradable de alcohol y sudor inundaron su mente haciendo su cometido más dificultoso.
Aquel hombre de turno, de cabello grasoso y piel coartada insistía en darle nalgadas mientras tiraba de su cabello como si se tratara de una soga. Llevaba siglos sin llorar, casi había olvidado cómo hacerlo. Ella era fuerte, soportaba el dolor, soportaba el maltrato, soportaba ser relegada a un lugar insignificante, en el que los hombres hacían a su antojo y ella aguantaba. Había crecido rodeada de personas que le había hecho creer que ese era su destino y lo había creído.
-Desde que te vi descubrí que había visto a la mujer más hermosa del mundo.- aquella frase, esa voz, esos ojos. Un recuerdo reciente la atravesó y sin pensarlo empujó al corpulento adulto que gemía sobre ella.
-¡Eh! ¿Que haces?- oyó que se quejaba, pero por primera vez en su corta vida eligió no ceder e ignorando los gritos del hombre, caminó por el pasillo hasta su habitación para perderse en la música de su antiguo walkman, ese que Rony había encontrado para ella y reproducía la voz de Spinetta cada vez más ondulante con el correr de la cinta añeja por los discos giratorios.
Conocía las canciones a la perfección, eran las únicas que oía en soledad y esa noche, incluso sabiendo que el castigo sería doloroso, eligió robarse esos minutos para fantasear con ella en un vestido decente, de colores pasteles en una fiesta de cumpleaños. Una a la que nunca había asistido antes, que nunca había celebrado.
Intempestivo el primer recuerdo apareció como si se tratara de una película.
Una niña de ojos enormes y cabello rizado abría un paquete pequeño debajo de una escalera.
Un locutor anunciaba el clima a través de una radio latosa y el viento golpeaba las ventanas confirmando su pronóstico.
-Luna...- una voz femenina insistía en repetir ese nombre.
-Luna...- repetía la voz cada vez con menos paciencia.
Sin embargo, esos ojos enormes sonreían y unas manitos cubrían su boca con la misma inocencia que había visto en Charo y Mila, como si el mundo afuera hubiera quedado en pausa y la felicidad fuera lo único que importaba.
Simone apretó el dije de su pulsera de lata plateada y aquella luna lastimó su piel dejando un surco. Sus ojos se cerraron con fuerza y cuando creyó que las lágrimas se dignarían a salir, una mano gigantesca tiró de su cabello para arrastrarla de nuevo a su realidad y la posibilidad de recordar se evaporó al mismo tiempo que sus incipientes esperanzas, unas que murieron antes de llegar a nacer

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Arráncame el amor
RomanceSimone es una víctima de un pasado demasiado injusto. Cuando su madre la abandonó en manos del dueño de un club nocturno, no tuvo más opción que crecer en ese mundo y adaptarse. Sus días son casi calcados, con algunos más oscuros que otros, hasta qu...