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Novak había hecho lo imposible por evitar aquella fiesta de cumpleaños, llevaba un par de semanas mucho más desganado de lo habitual. Los recambios en su trabajo lo habían dejado con un par de empleados ineficientes que lo llevaban a trabajar el doble y como no solía tener la iniciativa de acusar a las personas, simplemente bajaba la cabeza y continuaba trabajando.

Ese sábado necesitaba descansar, no quería conversar con ningún matrimonio de revista acerca del último modelo de celular o las próximas vacaciones. No quería beber champagne costoso mientras fingía una sonrisa. No quería, pero tampoco sabía cómo decirle que no al único motivo de felicidad de su rutinaria vida: su hija.

Mila había insistido tanto que no había encontrado excusa válida para generarle decepción. Por eso allí estaba, con una camisa mal planchada y sus pantalones de botamanga ancha, abriéndose paso entre gente elegante y niños revoltosos.

Se había alejado de la charla materialista por un rato y había encontrado a su pequeña intentando anudar sus botitas de gamuza rosa.

-Deja que yo te las ato.- le había dicho, agachándose hasta sus pies.

-Viste quien vino, pa. Yo sabía que iba a venir, tenes que conocerla.- le dijo la pequeña entusiasmada y él terminó su tarea para luego sonreírle.

Mila llevaba semanas hablando de su nueva maestra, de lo bien que cantaba, de lo bien que bailaba, de lo hermosa que era, tanto hablaba que su madre había comenzado a mostrarse fastidiada con el asunto, pero él no, él era paciente y comprensivo, él entendía la lógica de una niña de cinco años y le encantaba hacerle ver que lo que ella decía siempre era importante.

Por eso, una vez más, le siguió la corriente.

-Dale, vamos a conocerla.- le dijo obteniendo esa sonrisa que achinaba sus ojos de esa forma tan perfecta.

Esperaba encontrar una maestra de libro, una de anteojos grandes y camisa elegante, una que hablara de recursos pedagógicos y apelara a los diminutivos con frecuencia. Definitivamente lo último que esperaba fue lo que encontró.

Simone no podía moverse. Había reconocido el motivo por el cual esos ojos se hacían familiares y quería ser absorbida por la tierra en ese mismo instante.

Novak tampoco reaccionaba, esa joven se había presentado demasiadas veces en sus pensamientos durante las últimas semanas, con resultados que a veces terminaban en la penosa autosatisfacción de los cobardes. La recordaba, la recordaba muy bien a pesar de aquel aspecto que le sentaba ajeno.

Sus ojos se desviaron a la tela del vestido que se ajustaba sobre sus generosos pechos y recordó que los conocía sin ropa, lo que se reflejó de manera involuntaria en su mirada haciendo que Simone se acomodara con disimulo.

La había reconocido, así como ella lo había hecho, él la había reconocido y ahora no sabía lo que sería capaz de hacer. Al fin y al cabo se trataba de la maestra de su hija, la que se suponía le debía enseñar buenos modales y costumbres, como iba a tomar el hecho de que tuviera otro trabajo, uno no convencional.

-Viste papi, ¿no parece una muñeca?- dijo Mila interrumpiendo el duelo de miradas y Novak se llevó las manos a su cabello como lo habían hecho la única vez que se habían visto.

¿Cómo se suponía que debía responder? El hecho de que lo recordara como alguien que acude a un club nocturno lo llenaba de vergüenza, no sabia por que pero no quería que pensara mal de él. No podía decirle que era más hermosa que una muñeca.

Alzó su mano, en ese gesto que ella reconoció también y esta vez lo recibió como si fuera una directora de escuela. Estaba a punto de estrecharla cuando una voz los interrumpió.

-¡Ah, la famosa Simone!- dijo Pablo con voz exageradamente graciosa, llevaba a su hija Charo sobre los hombros y estiró su mano para estrecharla primero con aquella maestra que no lograba que sus propias palabras se materializaran.

-Nuestras hijas no dejan de hablar de ustedes, recien saludamos a Florencia también, creo que hacen un gran trabajo, gracias por venir.- dijo el hombre con formalidad.

No la había reconocido, pensaron Novak y Simone y eso supuso un alivio para ambos, aunque aún estudiaban a aquella figura tan diferente al alcoholizado y torpe hombre que había pagado demasiadas rondas de tragos en aquel club.

-Es un placer ser su maestra, son unas niñas muy adorables.- dijo finalmente Simone y antes de que la conversación pudiera llegar a develar algo más, se agachó para tomar los cordones de la bota de Mila.

-Voy a abrocharte.- dijo, a pesar de que los mismos ya estaban abrochados.

-Ya los ató papá.- quiso quejarse la niña, pero Novak habló sobre su voz.

-Pablo, creo que tu mujer te estaba buscando para la torta.- le dijo logrando que la atención cambiara a otro sitio.

-Uh, mejor nos vamos entonces, no queremos escuchar a mamá enojada.- dijo, queriendo sonar gracioso, pero despertando irritación en Simone.

Siempre había imaginado que algunos de los hombres que asistian al club eran casados, pero nunca había visto la imagen en vivo, era demasiado fuerte. No podía creer que hombres con la dicha de tener una familia como esa, una casa como esa, una vida como esa, buscarán placeres banales en un lugar como en el que ella vivía.

-Listo, ya estas.- dijo Simone y Mila saltó de alegría perdiéndose en la enorme piñata que habían instalado en el jardín.

-Gracias seño, ya vuelvo.- anunció corriendo hacia fuera como si no pudiera evitar seguir sus pulsiones y entonces Simone volvió a enfrentar esos ojos.

Novak iba vestido formal, pero aún le parecía desaliñado, incluso no se parecía al otro padre que había visto a su lado. Era como si fuera mayor, como si se hubiera olvidado de peinar su cabello o de planchar su camisa, como si no le importara el aspecto, incluso en un lugar social tan vanidoso como ese y aunque sus ojos eran de otro planeta, el conjunto no termina de convencerla, menos aún, luego de descubrir que formaba parte de una familia de las que se utilizan para portarretratos de vidriera.

-No quiero que pienses que...-. Comenzó a decir Simone, necesitaba desactivar esa bomba cuanto antes, necesitaba confirmar si la había reconocido o era su imaginación, necesitaba aclarar lo que pudiera para luego desaparecer. Pero él no hablaba parecía perdido en su cuerpo, como si estuviera buscando las siete diferencias de lo que había visto y lo que veía, entonces ella no tuvo más necesidad de confirmación: la había reconocido.

Previendo que nadie los viera, lo tomó del brazo y lo arrastró hasta el baño cerrando la puerta a su paso, tenía que convencerlo de que no hablara, necesitaba que aquel encuentro no significaba un riesgo para su estadía en aquel jardín, lo necesitaba si quería seguir teniendo un techo bajo el cual vivir

Arráncame el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora