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El cordón de cinta amarilla y negra marcaba el perímetro de aquella propiedad que había sido majestuosa e imponente y ahora solo guardaba columnas negras de humo y hollín.

Simone había corrido con todas sus fuerzas mientras las lágrimas brotaban desesperadas de sus ojos. No podía estar pasando, no, otra vez. No, por tu culpa.

Un hombre uniformado de abdomen prominente y bigote exagerado estiró su mano para obligarla a detenerse.

-No se puede pasar.- dijo sin mirarla con voz estridente y segura, justo cuando Florencia se acercaba con la lengua prácticamente afuera de su boca.

-Tengo que pasar, necesito hacerlo, es mi.. Es mi...- dijo con la respiración entrecortada sin lograr encontrar la palabra que describiera lo que Novak era para ella.

-No hay nada que ver señorita, por favor déjenos hacer nuestro trabajo, aquí no se ha salvado nadie.- le arrojó sin anestesia, mientras ella sentía que sus rodillas se quebraban sin poder mantener su propio peso.

Florencia, apenas arribada la sostuvo entre sus frágiles brazos y ambas terminaron con sus piernas sobre el césped húmedo y sus lágrimas inundando sus mejillas.

No podía ser cierto, no podía estar pasando, no podía creerlo.

Los hipidos de aquel llanto irrefrenable se mezclaban con el sonido de sirenas y automóviles, mientras el cordón policial intentaba que los recién llegados curiosos y periodistas no pudieran avanzar. Ninguna de las dos supo cuánto tiempo pasó.

El dolor, la desesperación, la sensación de haberlo perdido todo, una vez más, habían sumergido a Simone en un limbo del que no sabía regresar.

Lo había pedido, le había rogado que le arrancara ese amor, pero él no había aceptado. La había abrazado, la había besado, la había llevado al cielo, para luego bajarla con pausa y paciencia sin querer soltarla jamás. Le había demostrado lo que se sentía el ser amado, esa caricia suave pero constante, esa mirada dulce y adictiva, esas palabras capaces de devolverle la fe. Él no había perdido la esperanza en ella y ella lo había dejado ir, había abusado de su paciente espera, de sus ojos grises prometiéndolo todo, de su andar lento, de sus historias en papel, de sus datos en el aire, de sus carcajadas, de sus susurros.

No había logrado ser valiente, no había luchado por su amor, no le había hecho honor a su confianza y lo que era aun peor, lo había arrastrado a su oscuridad, llevándolo al límite, al final que siempre había temido.

Ahora estaba sola.

Estaba sola de nuevo, pero ahora sabía con mucha más claridad lo que era no estarlo. Había conocido una opción, un camino diferente y real. Una amistad, un protector, un amor que la atravesaba conmoviendola hasta el tuétano.

-No tenemos nada más que hacer aquí.- le dijo Florencia tomándola por los hombros para que la mirara.

-No me digas eso, no lo hagas por favor, no me pidas que me dé por vencida. Yo necesito verlo, necesito confirmarlo, esto no puede estar pasando.- le suplicó sin poder contener la lágrimas.

Florencia negó con su cabeza mientras sus lágrimas se replicaban en las propias, no podía verla así, no quería que sufriera más de lo que ya había sufrido en su vida.

Entonces Simone alzó su vista y le pareció verlo. Todo el llanto se vio reemplazado por una furia que llevaba demasiado tiempo contenida.

Florencia notó el cambio en su cuerpo y se alertó, girando para descubrir el motivo de aquella reacción.

-No lo hagas, Monita, no, por favor.- le dijo intentando sonar convincente, pero ella ya no podía oirla.

-Si vas, me voy, te juro que me voy.- insistió la pequeña maestra apelando al último recurso que encontraba para evitar algo peor.

Pero Simone tampoco pudo responderle.

Moro hablaba por teléfono con ese traje ordinario y su sonrisa maliciosa, se movía como si fuera el dueño del lugar, gesticulando con sus brazos y mostrando sus dientes amarillos.

Sin poder pensar con claridad, Simone se puso de pie y con un movimiento brusco apartó a Florencia. Sus ojos estaban cargados de rabia y sus dientes apretados dolían hasta su frente.

-¡Monita esperá!- grito en vano Florencia y ella continuó.

Llegó al hombre y le arrancó el teléfono de las manos.

-¿Qué más vas a robarme?- gritó con furia y Moro la miró sin inmutarse. Tenía la habilidad de que nada le afectara.

-Te lo advertí, pero vos no quisiste escucharme.- le dijo con tono bajo mientras se agachaba a recuperar su teléfono y lo limpiaba en su falda.

Simone miró a su alrededor anonadada, no entendía como semejante monstruo podía estar rodeado de policías y actuar como si nada.

-No puedo creer como viví tanto tiempo bajo tus amenazas, como no me di cuenta antes, cómo no te denuncié o te destrocé eso diminuto que tenes. Sos una mierda Moro, y lo vas a pagar.- gritó con angustia.

-¿Ya vas a volver conmigo o tenes que buscar algo?- le dijo con sarcasmo justo cuando ella se lanzaba sobre él y comenzaba a golpearlo con sus puños cerrados y un siglo de resentimiento acumulado en ellos.

Entonces sí, la policía decidió actuar, la tomaron por la fuerza apartándola de él, mientras lo ayudaban a levantarse.

-¡Están ayudando a la persona equivocada!-  gritó con desesperación, pero nadie parecía oírla.

Y ¿cómo iban a hacerlo, si ella era solo una prostituta mal vestida de tetas enormes y él era un hombre poderoso, de traje vulgar pero costoso, con influencias y dinero?

Simone intentó luchar, pero eran demasiados. La tela fría de los uniformes azules rozaba sus brazos desnudos, sus pies no llegaban a tocar el suelo y los dedos huesudos alrededor de su cintura comenzaban a dolor. Aunque no tanto como su corazón, que se había comenzado a derretir evaporándose en el camino, dejando en claro, que aunque lo deseara nunca más sería capaz de latir.

Ya no importaba su detención, su pasado, su lucha, ya no importaba su culpa, su oscuridad, su abandono. Ya no le importaba nada, porque ahora que había tenido la dicha de conocer el amor, sabía que la vida sin él no era vida en absoluto

Arráncame el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora