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El frío de aquel cemento descascarado, se sumaba al viento impertinente que atravesaba aquella ventana rota, tan alta que para verla, Simone debía estirar su cuello con exageración. Sus brazos llevaban la piel erizada incluso debajo de aquel buzo enorme que había pertenecido a Novak y ahora adoraba como un tesoro. Sus pies temblaban chocando entre sí en búsqueda de algo de calor para mitigar aquella temperatura y sin embargo, incluso cuando hubiera podido llegar a la hipotermia, no era su estado físico lo que le producía dolor.

El vacío que se esparcía por todo su torrente sanguíneo, con la velocidad de ese fuego caprichoso que se empeñaba en acecharla, se estaba volviendo insoportable. Sus ojos hinchados por las lágrimas inagotables y sus dientes castañeando incansables, la habían llevado a inclinar su cuerpo para abrazarse sus propias piernas. Hubiera querido terminar con todo en ese mismo momento, pero ni siquiera sabía cómo hacerlo.

Estaba encerrada en esa pequeña celda de comisaría, sola, sin elementos cortantes ni contundentes con los cuales golpearse, sin acceso a drogas o alcohol, sin hombres abusivos que quisiera tomar su cuello y eso la estaba matando en vida. Ni siquiera era libre para decidir su propio final, pensó con ironía.

Y aunque llevaba horas en duelo, esa pequeña parte con la que aún latía su corazón le gritaba que no podía ser posible. Que aquel no podía ser el fin, que algo no estaba bien. Y ella, sola, indefensa y agonizante deseaba aferrarse a esa idea, deseaba volver a tener una mínima esperanza.

-Te traje algo para comer.- le dijo Florencia que llevaba largos minutos observándola mientras contenía sus propias lágrimas.

SImone alzó su vista y negó con su cabeza.

-Tenes que comer algo, los abogados están trabajando lo más rápido que pueden, pronto vas a salir de acá, monita.- le dijo como si aquello fuera a cambiar su realidad.

-Adentro o afuera, es lo mismo.- le respondió con sus ojos hermosos convertidos en lagunas profundas.

-No digas eso Monita, por favor no lo hagas. Hay un futuro, hay un futuro mejor para vos.- le dijo intentando que sus palabras fueran lo suficientemente convincentes como para que no se dé por vencida, pero la imagen que le devolvía aquella celda comenzaba a asustarla.

Entonces apretó los dientes conteniendo ese deseo irrefrenable de lanzarse sobre ella para abrazarla y estaba punto de gritarle cuando esa voz escalofriante la llevó cerrar sus ojos con fuerza.

-Finalmente estas donde siempre debiste haber estado.- dijo Moro, con esa capacidad de adueñarse de la escena sin siquiera alzar su voz.

Simone alzó su vista cargada de furia, pero al verlo allí, mal vestido, con su abdomen prominente y su mirada confiada, la furia se transformó en pena. Que infancia horrible debería haber tenido para encontrar placer en el daño ajeno, pensó por primera vez y sus labios hicieron una mueca que le devolvió algo de valentía.

-¿Qué queres?- le preguntó sin sentimiento, como si estuviera totalmente entregada a su horrible destino.

-Yo los dejo, solo quería despedirme, Simone, nos iremos a vivir al exterior. No volveremos a vernos.- dijo Florencia interrumpiendo la conversación, con un tono que nunca antes le había oído y Simone la miró confundida. ¿Qué estaba haciendo? ¿A eso había ido? ¿A despedirse? No le sorprendía, en realidad, alejarse de ella era lo más inteligente que podía hacer.

Iba a decirle adiós, iba a evitar su mirada para no llorar pero Florencia tiró de su brazo para acercarla a través de la reja a abrazarla.

-Un último regalo.- le dijo y le entregó un libro, enorme, de tapa blanda y portada en colores cálidos, Un libro que Simone reconoció todavía con más confusión y cuando iba a preguntarle al respecto, Moro emitió esa carcajada que lograba helar la sangre hasta del más valiente de los hombres.

-Si casi me logran conmoverme...- dijo con ironía y Florencia cruzó una fugaz mirada con él para desaparecer de aquel horrible lugar, suplicando que Simone lograra encontrar la forma de volver a ser feliz.

-Bien, Mona... Mona es más acorde que Monita, nunca me gustó que te llamaran así, sos una Mona, un animal que solo sirve para entretener..- dijo riendo él mismo de aquella macabra ocurrencia.

-Ya está Moro, suficiente. Ya demostraste tu poder, ganaste...- le dijo juntando sus manos en un aplauso seco y sarcástico.

-¡Venís a hacer leña del árbol caído, porque ya estoy en el décimo subsuelo. Me lo has quitado todo. Todo.- le dijo sin llorar, no iba a darle sus lágrimas, no las merecía.

Sus ojos buscaron la forma de evitar revelar su angustia y se perdieron en aquella portada, el nombre de Julia Navarro pareció brillar con el reflejo de la luna que entraba por la ventana rota y ella sintió que aquel pedazo de su corazón recobra el ritmo de tus latidos.

-Oh, vamos.. No me digas que ahora vas a jugar de víctima. Los dos sabemos lo que hiciste Simone, no sos ninguna víctima. Creo que a lo mejor necesitas una noche más aquí, en este lugar que te sienta tan bien.- él dijo cada vez más enroscado en sus propios pensamientos.

Ella no respondió, pero tampoco apartó la vista.

-Bueno, ya me canse del sarcasmo. Vine a decirte que aunque quieras no podes escapar, no tenes a donde ir, no tenes a quien más acudir y si otro cliente medio tonto vuelve a hacerte creer lo contrario, será mejor que le adviertas lo que obtendrá.- le dijo mientras ella continuaba conteniendo su dolor. Odiaba orilo de su boca, odiaba que se refiera a Novak como un cliente tonto, pero no iba a darle le gusto de reaccionar.

-No hice nada Moro, ahora lo sé, siempre lo supe aunque intentaste hacerme creer lo contrario. Ya no sirve esa culpa.- le dijo apretando sus dientes.
Entonces Moro se acercó de manera repentina y tomándola de su buzo la apretó contra la reja con furia.

-¿Y quien te crees es la culpable de la muerte de ese pobre tonto?- le dijo en tono bajo pero rudo, mientras su aliento inmundo llenaba las fosas nasales de Simone.

Ella no contesto.

-Sos mala, Simone, sos una mala mujer y a donde vayas llevas tu maldad- le dijo soltándola de a poco, mientras ella daba una paso hacia atrás y abría el libro, que dejó caer dos píldoras blancas.

-Dispara, Moro, Yo ya estoy muerta.- le dijo y tomándolas del suelo para meterlas en su boca se dejó ir.

Entonces, mientras su cuerpo caía al suelo provocando un estruendo que alertó a todos los presentes, Moro negaba con su cabeza y el alma de Simone encontraba, por fin, la paz que merecía, la única capaz de devolverle la vida que siempre debió haber tenido

Arráncame el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora