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La noche resulta el cómplice perfecto de los temores más ocultos. Su oscuridad y melancolía innatas atraviesan los ojos cerrados para hacer temblar cualquier cuerpo que no pueda creer en sí mismo. Su silencio expectante agrega suspenso a las horas que parecen correr con menos prisa en su presencia y los corazones galopantes resuenan en los pechos tanto de los amantes furtivos como de las pequeñas dormidas.

Simone sintió el rechinar de aquella cama y supo que pronto el silencio volvería a vencer. Notó sus pies fríos y tiró de la manta, pero al notar que Luna se movía inquieta decidió utilizarla para cubrirla a ella.

Sus ojos agotados intentaron acostumbrarse a la oscuridad y unos pasos acelerados la llevaron a abrazar su almohada mientras apretaba los dientes. No era un sonido habitual y eso la alertó. Volvió su vista a su pequeña hermana y la mueca de su labios le causó gracia, otra vez sueña que es un unicornio, pensó, pero no llegó a sonreír porque la puerta se abrió de manera intempestiva dejando entrar el olor a cigarrillo mezclado con maquillaje barato.

-Tengo que salir un minuto.- dijo Kimberley moviendo sus manos con prisa mientras buscaba algo que parecía no encontrar con desesperación.

-Cuida a tu hermana, Simone. Hacelo bien.- le dijo a su hija mientras se acomodaba el escote prominente frente al espejo sucio de aquella habitación de piso crujiente y paredes de moho.

Simone asintió con su cabeza. Le hubiese encantado protestar, le  hubiese gustado gritarle a su madre que no era su trabajo, rogarle que se quedara y la abrazara porque estaba muerta de miedo. Pero no pudo hacerlo, nunca podía.

Esa era su madre, la que dormía durante el día y hacía chillar la cama de su habitación por las noches. La que arrojaba el cereal sobre el plato de leche sin molestarse en secar las gotas que salpicaban la mesa. Pero también era la que le enseñaba a maquillarse y peinaba su cabello con crema frutal. La que cantaba canciones en la ducha y usaba el shampoo de micrófono con su toalla anudada para hacerlas reír. Era tan contradictoria que podía estar riendo a carcajadas y terminaba llorando a borbotones con las líneas negras de aquel rimmel con olor fuerte marcando sus mejillas.

-¿Vas a tardar mucho?- se animó a preguntarle Simone y Kimberly detuvo sus movimientos para girar a verla. Por unos segundos recordó que era la madre de dos hermosas niñas que nunca se quejaban, que aceptaban ropa donada y comían fideos con manteca todos los días. Dos preciosuras cuyos padres ni siquiera se habían dignado a conocer, dos angelitos que no merecían la vida horrible que les daba.

Iba acercarse para abrazarlas, necesitaba darles lo único que sabía que podía: amor. Pero entonces el portazo la alertó y salió corriendo sin siquiera pestañear. Aquel malagradecido se iba solo, no le había pagado y había prometido más trabajo. No podía dejarlo ir. No cuando la lata de la alacena estaba vacía y la heladera había dejado de funcionar.

SImono oyó un auto presumir su aceleración y se asomó a la ventana. Kimberly se arrodillaba frente a la puerta de aquel vehículo mientras gritaba con desesperación que la dejaran entrar.

Simone no quiso ver más, no le gustaba esa mamá. Prefirió recordarla cantando canciones de Madona con un toallón rosa anudado a su figura hermosa,  prefirió recordar sus ojos sin maquillaje y su aroma suave luego de la ducha.

Convencida de que no regresaría pronto, se acurrucó junto a Luna, ese era su trabajo ahora. Debía cuidarla.

Sin embargo, un cigarrillo mal apagado, junto a una cortina de nylon, comenzaba a escribir un final que ninguna de las tres merecía.

Simone se movía con desesperación, sus pies chocaban con los de Novak y él  se despertó desorientado. Lloraba, mientras sus labios  intentaban gritar. Su cuerpo desnudo se movía debajo de las sábanas blancas y su pecho subía y bajaba de manera preocupante.

-Mi amor, Monita ¿estás bien?- le preguntó al odio intentando acariciar sus brazos con cariño.

Ella seguía llorando, sus mejillas mojadas brillaban con la luz que se colaba desde la ventana y sus piernas inquietas parecía querer huir.

-Luna.. Luna...- oyó lo que decía entre sueños y se incorporó de forma repentina para despertarla.

Simone seguía llorando y sus manos temblaban como un papel expuesto a un vendaval.

-Tranquila, Monita, tranquila. - le dijo acercándose a su pecho y ella por fin abrió sus ojos.

Se aferró a su torso desnudo con desesperación, necesitaba dejar de sentir. Llevaba años sin hacerlo y de repente había regresado todo junto. El amor, el dolor, la culpa, la tristeza, la nostalgia y la pasión que él deseaba. La esperanza y la desesperación de no poder aferrarse a ella.

Novak besó su cabeza mientras acariciaba su cuerpo disfrutando de la forma en que su respiración parecía ir aquietandose. .

-Estás conmigo ahora, no estas sola, mi amor.- le dijo y ella suspiró en busca de las palabras correctas para responderle.

-No te merezco, Novak. No merezco salir de ahi.- dijo tragando las últimas lágrimas de sus ojos, sin querer separarse de él. Era mejor hablar sin mirarlo, porque sabía que sus ojos eran su perdición.

-No digas nunca más eso, Monita, nunca más. Nadie merece estar en un lugar como ese. No importa lo que creas que hiciste para merecerlo, no es verdad. Ese lugar ni siquiera debería existir. Y aunque sé que es difícil, necesito que comiences a imaginar el futuro, conmigo o sin mi, pero definitivamente sin hombres abusivos, ni culpas inmerecidas. - le dijo, pero al oírlo ella se separó para comenzar a buscar su ropa.

-¿Culpas inmerecidas? ¿Qué sabes vos de culpas? Ni siquiera te imaginas lo que hice, no podes creer que el mundo es un lugar maravilloso, donde los hombres como vos rescatan a putas como yo. No lo es Novak, aunque me hayas rescatado de ese horrible lugar, no podes rescatarme de mi misma. Soy una mala mujer, lo soy y aunque este amor me queme en el pecho es por este mismo amor que no puedo condenarte y mucho menos a una pequeña tan hermosa como Mila. No se cuidar niños, no puedo hacerlo y nunca voy a poder hacerlo. Gracias por darme la oportunidad, gracias por cuidar a Rony, pero esto será todo. No voy a arrastrarte ni a vos ni a tu hija a mi infierno. - le dijo mientras se vestía con la ropa de Novak y él no podía reaccionar.

De todo lo que había dicho solo una cosa era cierta. Uno no puede ayudar a quien no quiere ser ayudado.

Dejó que terminara de vestirse y cuando no quedaba nada más por hacer se acercó sin dejar de mirarla a los ojos.

-No tenes que irte.- le dijo conteniendo los deseos irrefrenables de abrazarla y no dejarla ir jamás.

-Por favor, quedate es este hotel.- le dijo con una seriedad que ella nunca le había visto antes.

-Entiendo que es un momento complicado para los dos. Tenemos mucho que resolver, ahora mismo mi vida es un desastre, pero necesito saber que estás a salvo, al menos a salvo de ese monstruo que le disparó a Rony.- le dijo mientras ella sentía como sus ojos volvían a cargarse de lágrimas y sus manos volvían a temblar.

Novak la tomó de las manos y acercó su frente a la de ella con sus dientes apretados y su alma desesperada por no irse de su lado.

-Solo grabate en esa cabecita testaruda que yo creo en vos y no voy a rendirme.- le dijo y luego de darle un corto beso en los labios se puso su campera y sus zapatillas y salió de aquella habitación con el corazón en su mano, dispuesto a entregárselo en cuanto ella estuviera dispuesta a tomarlo

Arráncame el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora